jueves, 13 de septiembre de 2012

14 de Septiembre. FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ


“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto,

así tiene que ser elevado el Hijo del hombre…”

14 DE SEPTIEMBRE

FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

1ª Lectura: Números 21,4-9

Salmo 77

PALABRA DEL DÍA

Juan 3,13-17

“Dijo Jesús a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

REFLEXIÓN

            El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.

            Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de san Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.

            La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el sufrimiento y el dolor humanos. Para compartir nuestro sufrimiento y nuestro dolor y hacerlo redentor y salvífico.

            Él es la nueva serpiente levantada en el desierto de la vida de los hombres, para que cuando nos muerda las serpientes del odio, del rencor, de la desesperanza, del desánimo, de las dudas, miremos a esa serpiente levantada en lo alto del monte y quedemos curados y salvados.

            Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos  ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes aunque siga siendo un tremendo misterio.

            Jesús, en plena juventud, es condenado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: “en plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque Él quiso. Mirad de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un cordero” (Himno Litúrgico).

            En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la cruz para adoctrinarnos, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.

            Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien se está aquí, decía Pedro.        

            “No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado” (León Bloy). “Sube a mi cruz. Yo no he bajado de ella todavía” (El Señor a san Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido –la madurez adquirida en la escuela del dolor- no pasa jamás. La cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la cruz de Jesús, besemos la nuestra, abracemos la nuestra.

            En la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.

ORACIÓN PERSONAL.
 

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