“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”
DOMINGO 10 DE
ENERO
FIESTA DEL
BAUTISMO DEL SEÑOR
1ª Lectura:
Isaías 42,1-7
"Mirad a
mi siervo, a quien prefiero"
Salmo 28: “El
Señor bendice a su pueblo con la paz”
2ª Lectura:
Hechos 10,34-38
"Ungido
por Dios con la fuerza del Espíritu Santo"
PALABRA DEL
DÍA
Lucas 3,15-22
“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se
preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomo la palabra y dijo a todos: -Yo
os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle
la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. En un
bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el
cielo, bajó el espíritu santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del
cielo; -Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.
Versión para
América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Entonces Jesús fue
desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él.
Juan se resistía,
diciéndole: "Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y
eres tú el que viene a mi encuentro!".
Pero Jesús le
respondió: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos
todo lo que es justo". Y Juan se lo permitió.
Apenas fue bautizado,
Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu
de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él.
Y se oyó una voz del
cielo que decía: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda
mi predilección".
REFLEXIÓN
El Bautista habla de manera muy clara: “Yo
os bautizo con agua”, pero esto solo no basta. Hay que acoger en nuestra vida a
otro “más fuerte”, lleno del Espíritu de Dios: “Él os bautizará con Espíritu
Santo y fuego”.
Son bastantes los “cristianos” que
se han quedado en la religión del Bautista. Han sido bautizados con “agua”,
pero no conocen el bautismo del “Espíritu”. Tal vez lo primero que necesitamos
todos es dejarnos transformar por el Espíritu que desciende sobre Jesús. ¿Cómo
es su vida después de recibir el Espíritu de Dios?
Jesús se aleja del bautista y
comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hemos de vivir preparándonos para
el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a un Dios Padre que busca
hacer de la humanidad una familia más juta y fraterna. Quien no vive desde esta
perspectiva no conoce todavía qué es ser cristiano.
Movido por esta convicción, Jesús
deja el desierto y marcha a galilea, a vivir de cerca los problemas y
sufrimientos de la gente. Es ahí, en medio de la vida, donde hemos de sentir a
Dios como un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida más humana. Quien
no siente así a Dios no sabe cómo vivía Jesús.
Jesús abandona también el lenguaje
amenazador del Bautista y comienza a contar parábolas que jamás se le hubieran
ocurrido a Juan. El mundo ha de saber lo bueno que es este
Dios que busca y acoge a sus
hijos perdidos porque solo quiere salvar, nunca condenar. Quien no habla este
lenguaje de Jesús no anuncia su buena noticia.
Jesús deja la vida austera del
desierto y se dedica a hacer “gestos de bondad” que el bautista nunca había
hecho. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a su
mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños de la calle. La gente tiene que
sentir la bondad de Dios en su propia carne. Quien habla de un Dios bueno y no
hace los gestos de bondad que hacía Jesús desacredita su mensaje.
Jesús vivió en el Jordán una
experiencia que marcó para siempre su vida. No se quedó con el Bautista.
Tampoco volvió a su trabajo en la aldea de Nazaret. Movido por un impulso
incontenible comenzó a recorrer los caminos de Galilea anunciando la buena
Noticia de Dios.
Como es natural, los evangelistas
no pueden describir lo que ha vivido Jesús en su intimidad, pero han sido
capaces de recrear una escena conmovedora para sugerirlo. Está construida con
rasgos de hondo significado: “Los cielos se rasgan”: ya no hay distancias; Dios
se comunica íntimamente con Jesús. Se oye “una voz venida del cielo: “Tú eres
mi Hijo querido. En ti me complazco”.
Ya no hay distancias; Dios se
comunica íntimamente con Jesús. Se oye “una voz venida del cielo”: “Tú eres mi
Hijo querido. En ti me complazco”.
Lo esencial está dicho. Esto es lo
que Jesús escucha de Dios en su interior: “Tú eres mío. Eres mi Hijo. Tu ser
está brotando de mí. Yo soy tu Padre. Te quiero entrañablemente; me llena de
gozo que seas mi Hijo; me siento feliz”. En adelante, Jesús solo lo invocará
con este nombre: Abbá, Padre.
De esta experiencia brotan dos
actitudes que Jesús vive y trata de contagiar a todos: confianza increíble en
Dios y docilidad incondicional. Jesús confía en Dios de manera espontánea. Se
abandona a él sin recelos ni cálculos. No vive nada de forma forzada o
artificial. Confía en Dios. Se siente hijo querido.
Por eso enseña a todos a llamar a
Dios “Padre”. Le apena la “fe pequeña” de sus discípulos. Con esa fe raquítica
no se puede vivir. Les repite una y otra vez: “No tengáis miedo. Confiad”. Toda
su vida la pasó infundiendo confianza en Dios.
ENTRA EN TU
INTERIOR
EL ESPÍRITU
DE JESÚS
En tiempos de crisis de fe no hay
que perderse en lo accidental y secundario. Hemos de cuidar lo esencial: la
confianza total en Dios y la docilidad humilde. Todo lo demás viene después.
Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda
crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los
cielos estaban “cerrados”. Una especie de muro invisible parecía impedir la
comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no
había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.
Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le
preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué
estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un
antiguo profeta que rezaba así a Dios: “Ojalá rasgaras el cielo y bajases”.
Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar
sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser
bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios
bajaba sobre él». Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra
caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de
Nazaret.
Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la
vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma
todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, a curarla y hacerla más
humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos
del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su Espíritu.
Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios
desaparece. La fe se debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado,
el Evangelio se convierte en letra muerta. El amor se enfría y la Iglesia no
pasa de ser una institución religiosa más.
Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la
celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el
Espíritu la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos crecen, el
seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.
Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de su
Espíritu. Es un error pretender lograr con organización, trabajo, devociones o
estrategias diversas lo que solo puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la
raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura y verdad, bautizarnos con el
Espíritu de Jesús:
No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese
Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad
actual tan vacía de interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan
necesitada de esperanza.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Son bastantes los hombres y
mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no sabrían definir
exactamente cuál es su posición ante la fe. Quizá la primera pregunta que surge
en su interior es muy sencilla: ¿para qué creer? ¿Cambia algo la vida por creer
o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?
Estas preguntas nacen de su propia
experiencia. Son personas que poco a poco han arrinconado a Dios de su vida.
Hoy Dios no cuenta en absoluto para ellas a la hora de orientar y dar sentido a
su existencia.
Dios no les dice nada. Se han
acostumbrado a vivir sin él… No experimentan nostalgia o vacío alguno por su
ausencia. Han abandonado la fe y todo marcha en su vida tan bien o mejor que
antes. ¿Para qué creer?
Esta pregunta solo es posible
cuando uno “ha sido bautizado con agua”, pero no ha descubierto qué significa
“ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo”.
¿Para qué creer? Para vivir la vida
con más plenitud; para situarlo todo en su verdadera perspectiva y dimensión;
para vivir incluso los acontecimientos más triviales e insignificantes con más
profundidad.
¿Para qué creer? Para atrevernos a
ser humanos hasta el final; para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el
infinito; para defender nuestra libertad sin rendir nuestro ser a cualquier
ídolo; para permanecer abiertos a todo el amor, la verdad, la ternura que hay
en nosotros. Para no perder nunca la esperanza en el ser humano ni en la vida.
ORACIÓN
Jesús, tú vas en la fila de los
que acuden a bautizarse, como un pecador más que busca su purificación: estás
asumiendo mi lugar, porque soy yo el pecador necesitado de perdón, y tú eres el
único Justo. Gracias, Jesús, por tu Bautismo y por mi Bautismo, en el que
recibí de tu generosidad mi mayor tesoro.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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