domingo, 27 de diciembre de 2015

1 Y 3 DE ENERO: SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS Y II DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD.



VIERNES 1 DE ENERO
SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
JORNADA DE ORACIÓN POR LA PAZ
1ª Lectura: Números 6,22-27
Invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.
Salmo 66: “El Señor tenga piedad y nos bendiga”
2ª Lectura: Gálatas 4,4-7
Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 2,16-21
“En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas esas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como le había llamado el ángel antes de su concepción”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.”
REFLEXIÓN
            Jesús fue el nombre escogido por el cielo para designar al Mesías. Sabemos toda la fuerza que tiene este nombre bendito. Decir Jesús puede ser para nosotros la mejor bendición. Con el nombre de Jesús nos protegemos. Con el nombre de Jesús confesamos nuestra fe, porque estamos confesando  que en Jesús, Yahvé nos salva. Con el nombre de Jesús rezamos, pero siempre que se haga desde el espíritu: “Porque nadie puede decir: ¡Jesús es Señor! Sino por influjo del Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). Con el nombre de Jesús evangelizamos, porque “no hay otro nombre por el cual el hombre pueda ser salvado” (Hch 4,12).

Sólo una mirada agradecida y suplicante a María. Toda la gracia y la bendición de Dios pasó por ella. Ella colaboró activamente con su docilidad y su entrega, con su acogida y disponibilidad, con la fuerza de su fe y de su amor. Fue siempre: “La mujer dócil a la voz del Espíritu… la que supo acoger como Abrahán la voluntad de Dios” “Esperando contra toda esperanza”.  La bendecida por el Señor.
“El Señor te bendiga y te proteja,
Ilumine su rostro sobre ti
Y te conceda su favor;
El Señor se fije en ti
Y te conceda la paz” (Núm 6,22ss)
            Cada año, cada día, cada instante necesitamos la bendición de Dios: que ilumine su rostro sobre nosotros, que nos proteja y nos conceda su favor, que no parte sus ojos de nosotros, esos ojos grandes que envuelven en amor y que penetran hondo, pacificando.
            Dios bendice desde el principio: “Y los bendijo Dios”. Bendice Dios para que vivamos y para que seamos felices en nuestra tarea. Bendición es el deseo de Dios expresado en palabras buenas. Pero la palabra que dios dice, se cumple. Cada palabra suya es como un beso de amor creativo. Dice, por ejemplo: ¡vive!, y el hombre empezó a ser. Dice: ¡no temas!, y se acabaron los miedos. Dice: ¡paz!, y la alegría nadie nos la puede quitar. Dice: ¡Espíritu!, y empezamos a renacer. ¡Bendícenos hoy, Señor!
ENTRA EN TU INTERIOR
            Y ahora, una vez que tú estás bendecido, dedícate a bendecir. Si Dios ha puesto su luz en ti, irradia. Si Dios te ha pacificado, siembra la paz. Así como Dios nos ama para que nos amemos, Dios nos bendice para que bendigamos, para que lleguemos a ser una bendición. Que cuando te acerques a otro, sienta que sale de ti una irradiación benéfica y pacificadora. Y cuando alguien se acerque a ti, que tú le acojas entrañablemente y le digas bien, le digas cosas buenas, bonitas, y pueda volver gozoso. Y si tú no te atreves a bendecir, dile eso: que Dios te bendiga, pero de verdad.
ORA EN TU INTERIOR CON EL PADRE NUESTRO DE LA PAZ
PADRE que miras por igual a todos tus hijos a quienes ves enfrentados.
NUESTRO: de todos, sea cual sea nuestra edad, color o lugar de nacimiento.            
QUE ESTÁS EN LOS CIELOS, y en la tierra, en cada hombre, en los humildes y en los que sufren.
SANTIFICADO SEA TU NOMBRE pero no con el estruendo de las armas, sino con el susurro del corazón.
VENGA A NOSOTROS TU REINO, el de la paz, el del amor. Y aleja de nosotros los reinos de la tiranía y de la explotación.
HÁGASE TU VOLUNTAD siempre y en todas partes. En el cielo y en la tierra. Que tus deseos no sean obstaculizados por los hijos del poder.
DANOS EL PAN DE CADA DÍA que está amasado con paz, con justicia, con amor. Aleja de nosotros el pan de cizaña que siembra envidia y división.
DÁNOSLE HOY porque mañana puede ser tarde, la guerra amenaza y algún loco puede incendiarla.
PERDÓNANOS no como nosotros perdonamos, sino como Tú perdonas.
NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN de almacenar lo que no nos diste, de acumular lo que otros necesitan, de mirar con recelo al otro.
  La revolución de amor,
  comienza con una sonrisa.
  Sonríe a quién no quisieras sonreír.

  Debes hacerlo por la paz.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imagen de Fano

“María guardaba todas esas cosas en su corazón”




¡FELIZ AÑO NUEVO!
LE PIDO AL SEÑOR PARA VOSOTROS Y PARA MÍ EN ESTE AÑO 2016, MARCADO POR EL AÑO JUBILAR DE LA MISERICORDIA, QUE ACRECIENTE NUESTRA FE Y FORTALEZCA NUESTRA ESPERANZA PARA QUE SEAMOS HOMBRES Y MUJERES SEGÚN SU VOLUNTAD
Entramos en un nuevo año y renovamos las ilusiones. Nos felicitamos, es decir, nos alegramos por estrenar el año y nos deseamos felicidad. Que todo vaya bien en el año, que todo vaya mejor en el año que comenzamos.
            Esta realidad humana, hermosa y esperanzadora, la traemos aquí, a nuestra oración, y la convertimos en Eucaristía cada domingo, pero también nos abrimos a las mayores esperanzas y a los más fuertes compromisos.
            Bendecimos, sí, al Señor por el año nuevo -¿cómo no reconocer este nuevo regalo?-, pero sobre todo pedimos a Dios su bendición. Necesitamos la bendición de Dios, que “ilumine su rostro” sobre nosotros, que nos mire con ojos cariñosos, que nos “conceda su favor”. Si el Señor no nos bendijera y no nos  mirara así, quedaríamos excomulgados de la vida y de la existencia. Pero si Él nos bendice y nos concede su favor, todo se ilumina y se transforma para nosotros.
            Presentamos al Señor nuestras necesidades y deseos, las necesidades también de nuestras familias y las de todos los hombres.
            Podríamos hacer nuestra la bendición que Dios da a Moisés para que bendiga al pueblo, ya la hizo suya San Francisco de Asís y se convirtió en la bendición de san Francisco.
Le pedimos, que esta bendición, la haga extensiva a todos los hombres y mujeres del mundo, especialmente a los que más sufren.
El Señor te bendiga y te guarde,
te muestre su rostro y tenga misericordia de ti,
te mire con ojos benignos y te conceda la paz.
El Señor te bendiga, hermano.

            Podemos pedir a Dios que todo nos sea bonito, pero sobre todo, que nos tenga en la palma de su mano; que nada nos resulte adverso, pero sobre todo, que nos tenga en la palma de su mano; que no suframos desgracias y enfermedades, pero sobre todo que nos tenga en la palma de su mano; podemos pedir, en fin, que todo nos sea favorable, pero sobre todo que nos tenga en la palma de su mano.






 “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.”
3 DE ENERO
DOMINGO II DESPUÉS DE NAVIDAD
Primera Lectura: Eclesiástico 24,1-2.8-12. La sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido.
Salmo 147: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
Segunda lectura: Efesios 1,3-6.15-18
PALABRA DEL DÍA
Juan 1.1-18
“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: -“Este es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”-
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracias tras gracia.
Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto Jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.”
REFLEXIÓN
            Seguimos celebrando gozosos el misterio de la Navidad. Celebrar la Navidad es creer en el amor de Dios, manifestado en Jesús. Celebrar la Navidad es hacerse niño, rebajarse un poco más. Celebrar la Navidad es hacerse pobre, solidario con los marginados. Celebrar la Navidad es trabajar por la victoria de la paz.
            Es también escuchar la Palabra. Fue la actitud primera de María, escucha, acogida y compenetración con la Palabra. Pero ¿cómo escuchar la Palabra si la Palabra estaba junto a Dios?
            La palabra, efectivamente, estaba junto a Dios. Y la Palabra era Dios, era Luz, era vida, era Fuerza creadora, era amor. Estaba junto a Dios, y era su encanto cotidiano. Pero el gran misterio que celebramos es éste, que la Palabra se acercó a nosotros. Dios quiso acercarse al hombre pequeño y pobre, ciego y despojado, para darle la riqueza y la medicina de su Palabra. “Envió su Palabra para curarlo” (Sal 106,20). “El envía su palabra a la tierra, su palabra corre a toda prisa”. Corre a toda prisa porque es mucha la tarea que tiene que hacer, curando, iluminando, fortaleciendo.

            A un mundo sufriente Dios envía lo mejor que tiene, su Palabra y su Espíritu. Son las mejores medicinas para sus dolores. Es como el buen samaritano, que se acerca al hombre herido con vendas, con vino y aceite, con el calor de su misericordia.
            Jesús es la Palabra encarnada. Aunque no hable, todo en él es palabra. Nos habla con su presencia, con su mirada, con sus gestos, con sus estilos, con su vida entera. Mucho nos habló también con sus silencios. Y su palabra fue “poderosa”, capaz de curarnos y liberarnos. Su palabra fue el evangelio, la buena noticia de que Dios es Padre.
            La Palabra se sigue encarnando en los hombres, la tienda de Dios puede ser nuestra propia carne. Fíjate cómo tenemos que respetarla y valorarla. La carne ha emparentado con Dios. “Toda carne verá la salvación de Dios”. Toda carne puede ser oráculo de Dios.
            Así puedes escuchar a Dios en la carne dolorida del enfermo, en la carne arruinada del hambriento, en la carne agotada del anciano, en la carne palpitante del niño, en la carne cálida de la madre, en la carne cercana del amigo, en la carne apasionada de la amada o del amado. Dios no es pura idea, es realidad entrañable, dramáticamente entrañable.
ENTRA EN TU INTERIOR
            La gran paradoja y el gran drama, es que el hombre puede no escuchar la Palabra, que la carne puede rechazar a su Dios. “Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”.
            En la vida de Jesús constatamos este rechazo desde el principio. Fue rechazado en Belén, fue rechazado en Nazaret, fue rechazado en Jerusalén. Los de su casa le cerraron las puertas. Jesús se queja de esta negatividad. No sabéis, les decía, no veis, no me conocéis, no escucháis mi palabra, en el fondo no me amáis. “Si alguno me ama, guardará mi palabra… El que no me ama no guarda mis palabras” (Jn 14,23-24). “Si Dios fuera vuestro Padre, me amarías” (Jn 8,42). En el fondo no eran hijos de Dios.
            Ahora tendríamos que revisar nuestros propios ojos y nuestro corazón. Jesús sigue viniendo a los suyos, la Palabra se sigue encarnando. ¿La escuchamos? ¿Le reconocemos? ¿Le recibimos?
            ¡Cuántas veces pasará Jesús a nuestro lado sin que nos demos cuenta? ¿Cuántas veces llamará a nuestra puerta y sin que le abramos? ¿Cuántas veces veremos a Jesús en el camino y daremos un rodeo?
            Porque Jesús se sigue presentando de manera insospechada y de manera distinta a como creemos. Nos puede hablar con palabras o silencios desconocidos. Hay que limpiar bien los ojos y el corazón, no nos vaya a pasar como a los paisanos de Jesús, como al sacerdote y levita de la parábola.
ORA EN TU INTERIOR
            Nos quedamos saboreando este mensaje en el silencio. Aquellos que escuchan la palabra y la guardan, aquellos que descubren a Jesús y lo reciben tendrán la dignidad de ser hijos de Dios. Incluso más, los que escuchan la palabra y la guardan pueden llegar a ser madres de Dios.
            Hijos y madres de Dios, abrid bien el oído y el corazón. Escuchad atentamente la Palabra. Compenetraos con ella hasta que os hagáis palabra. Será una palabra viva y salvadora. El mundo necesita de vuestra palabra.
ORACIÓN
            Señor, que nos predestinaste a ser hijos adoptivos por Jesucristo, te rogamos que nos des el espíritu de la sabiduría, para conocerte íntimamente y para comprender cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados.
























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