“-Os
aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que
nadie…”
8
DE NOVIEMBRE
DOMINGO
XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
1ª
Lectura: Libro de los Reyes 17,10-16
La
viuda hizo un panecillo y lo llevó a Elías.
Salmo
145: Alaba, alma mía, al Señor.
2ª
Lectura: Hebreos 9,24-28
Cristo
se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos.
PALABRA
DEL DÍA
Marcos
12,38-44
“En
aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: -¡Cuidado con los
escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencia en
la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos
en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos
rezos. Estos recibirán una sentencia más rigurosa. Estando Jesús sentado
enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero:
muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus discípulos, les dijo: -Os aseguro que esa pobre viuda ha echado
en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que
les sobraba, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para
vivir”.
Versión
para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Y él les enseñaba:
"Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas
vestiduras, ser saludados en las plazas y
ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y
fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad". Jesús se sentó frente a la sala del
tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos
daban en abundancia.
Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".
Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".
REFLEXIÓN
Un maestro de la Ley, era alguien que buscaba, pero como sabemos también muy bien
nosotros, no siempre lo que se busca es la búsqueda de la verdad, sino que -a
veces- se puede caer en la búsqueda cerrada de uno mismo, o del beneficio
propio, o del aplauso de los demás. Y Jesús aún es más duro y dice que incluso
se corre el peligro de abusar de los demás. Con personas de esta especie, dice,
hay que ser muy exigente y muy riguroso en el juicio.
Todos estos, que tan bien retrata
Jesús, son los que hacen exteriormente muy buenas acciones, pero esconden muy
mala intención en su interior. Porque si, por un lado, aparentan una cosa,
también es cierto que, por otro lado, en el fondo, buscan otra muy diferente.
Aunque, aparentemente, ellos se presentan –dignamente- como representantes de
Dios, de hecho, se consideran más importantes que el Dios al que representan, y
sus propios criterios son antepuestos a Dios.
La ostentación de los maestros de la
Ley, a la que se refiere Jesús, contrasta mucho hoy con la austeridad y la
generosidad de la viuda que, ciertamente, en una sociedad en la que las mujeres
eran valoradas en función de la categoría de sus maridos, como viuda era, por
lo tanto, absolutamente pobre. Jesús nos hace notar hoy, con toda claridad, que
lo más importante no es el valor cuantitativo de su ofrenda o de nuestros
esfuerzos y trabajos, sino que el gran valor es su intención, y, por tanto,
nuestros propósitos. De hecho, la viuda, que, aparentemente da tan poca cosa,
pone a Dios antes que sus propias necesidades más básicas y que su comida,
necesarias para vivir.
Son las intenciones que hacen
diferentes a los maestros de la Ley y a la viuda. Y también son las intenciones
las que pueden convertir nuestras acciones en las cosas más banales o en las
más determinantes y fundamentales. Nuestras acciones, externamente, son muy
difíciles de ser valoradas o juzgadas, pero internamente sí que son importantes
para dejar claro si las hacemos como una cosa por Dios o en beneficio propio.
ENTRA
EN TU INTERIOR
NEUROSIS
DE POSESIÓN
Una
de las aportaciones más valiosas de la fe cristiana al hombre contemporáneo es,
quizás, la de ayudarle a vivir con un sentido más humano en medio de una sociedad
enferma de “neurosis de posesión”.
El
modelo de sociedad y de convivencia que configura nuestro vivir diario está
basado no en lo que cada hombre es, sino en lo que cada hombre tiene. Lo
importante es «tener» dinero, prestigio, poder, autoridad... El que posee esto,
sale adelante y triunfa en la vida. El que no logra algo de esto, queda
descalificado.
Desde
los primeros años, al niño se le «educa» más para tener que para ser. Lo que
interesa es que se capacite para que el día de mañana «tenga» una posición,
unos ingresos, un nombre, una seguridad.
Así,
casi inconscientemente, preparamos a las nuevas generaciones para la
competencia y la rivalidad.
Vivimos en un modelo de sociedad que fácilmente empobrece a las personas. La
demanda de afecto, ternura y amistad que late en todo hombre es atendida con
objetos. La comunicación humana queda sustituida por la posesión de cosas.
Los
hombres se acostumbran a valorarse a sí mismos por lo que poseen o lo que son
capaces de llegar a poseer. Y, de esta manera, corren el riesgo de irse
incapacitando para el amor, la ternura, el servicio generoso, la ayuda
amistosa, el sentido gratuito de la vida. Esta sociedad no ayuda a crecer en
amistad, solidaridad y preocupación por los derechos del otro.
Por
eso, cobra especial relieve en nuestros días la invitación del evangelio a
valorar al hombre desde su capacidad de servicio y solidaridad.
La
grandeza de una vida se mide en último término no por los conocimientos que uno
posee, ni por los bienes que ha conseguido acumular, ni por el éxito social que
ha podido alcanzar, sino por la capacidad de servir y ayudar a los otros a ser
más humanos.
El
hombre más poderoso, más sabio y más rico, queda descalificado como hombre si
no es capaz de hacer algo gratis por los demás.
Cuántas
gentes humildes, como la viuda del evangelio, aportan más a la humanización de
nuestra sociedad con su vida sencilla de solidaridad y ayuda generosa a los
necesitados, que tantos protagonistas de nuestra vida social, económica y política,
hábiles defensores de sus intereses, su protagonismo y su posición.
José
Antonio Pagola
ORA
EN TU INTERIOR
Si seguimos la lección de Jesús en el
evangelio de hoy, tendríamos que procurar que el hecho de dar, como hizo la
viuda del templo, se nos convierta ya en un gesto tan necesario para poder
vivir, como lo es también el alimento que tomamos cada día. En nuestra vida no
se trata de que vayamos dando pequeñas limosnas de vez en cuando, o que nos
desprendamos dignamente de aquello que nos sobre, sino que, sin reservas, Jesús
nos invita a dar todo lo que tenemos. Es dar la vida y es darse uno mismo.
La pregunta interior, que muy a menudo
nos hacemos, es: Pero si yo lo doy todo, ¿qué me quedará? Está claro, es aquí
donde se juega nuestra confianza en Dios. De hecho, nosotros podríamos dar todo
lo que ganamos, podríamos dar todo el pan que ganamos con nuestro propio
esfuerzo, si creemos, como después diremos en el Padrenuestro, que Dios, como
contrapartida a nuestra confianza, nos dará el pan de cada día.
Como esta viuda del evangelio, Señor, nosotros
estamos llamados a dar testimonio discretamente de nuestra fe más profunda. Que
tengamos que hacerlo no quiere decir que tenga que ser de un modo ostentoso,
como los maestros de la Ley. Como tampoco, el hecho de que lo tengamos que
hacer discretamente, quiere decir que no lo tengamos que hacer. La eucaristía
que celebramos simplemente nos recuerda que nuestra fe se juega en nuestro
interior.
ORACIÓN
Señor, sé que hay cosas pequeñas,
pero tan grandes como los dos reales, que la pobre viuda del Evangelio, echó en el cepillo del templo: Ofrecer una
sonrisa, acompañar a un enfermo o a un anciano solo, jugar con un niño, dar una
palmada en el hombro y ofrecer una palabra de consuelo, escuchar, escuchar
mucho.
Sé
que a veces no valoro, lo suficiente, estos pequeños gestos, pero hoy me
enseñas que son los importantes.
Hazme
sencillo, con la sencillez de la viuda, humilde como ella, dándolo todo, como
ella, no de lo que me sobra, sino aún de lo que me hace falta. Sólo así, tendré
una medida, generosa, remecida, rebosante.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Fano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario