lunes, 4 de mayo de 2015

10 DE MAYO: SEXTO DOMINGO DE PASCUA



 
“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor…”
10 DE MAYO
SEXTO DOMINGO DE PASCUA
1ª Lectura: Hechos 10,25-26.34-35.44-48
El don del Espíritu Santo se ha derramado también sobre los gentiles.
Salmo 97
El Señor revela a las naciones su salvación.
2ª Lectura: 1 Juan 4,7-10
Dios es amor.
EVANGELIO DEL DÍA
Juan 15,9-17
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os, lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quinen os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.”
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.
Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»
Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.
No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.
Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.
Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»”
REFLEXIÓN
            Dios es amor. Misterio insondable. No es que tenga amor, sino que es amor, que se define como amor, que vive de amor, que no puede sino amar y no puede hacer nada que vaya contra el amor, porque se destruiría a sí mismo. No puede haber mejor noticia, saber que el principio, el centro y el fin de todo es la poderosa energía del Amor. Y saber que Dios te ama, pase lo que pase. Y saber que, si estamos hechos a su imagen y semejanza, el dinamismo constitutivo del hombre no puede ser otro que el amor.
            Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Jesús nos ha explicado cómo es el amor del Padre, amándonos. Toda la vida de Jesús, sus palabras, sus signos, sus gestos, su pasión y pascua son pruebas definitivas de ese amor divino. Ningún hombre podía amar tanto. El superó y trascendió los límites y Las capacidades humanas, de manera que el hombre, desde Cristo, ya es más que hombre.
            Si Dios es amor, el hombre, hecho a su imagen y semejanza, tendrá que definirse también por su capacidad de amar. A más amor será más hombre y más parecido a Dios, más humano y más divino. El hombre mejor será el que ame más.
           Por eso el Señor nos manda: que os améis unos a otros como yo él os ha amado. Nos lo manda para que nos realicemos y seamos felices, el que ama vive; a más amor, más vida; si nos amamos pasamos de la muerte a la vida, pero si no nos amamos, estamos muertos, “quién no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14). Si nos amamos es que Cristo resucitó y nos hace resucitar. Si amamos como Cristo, seremos divinos: “Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros”. (1 Jn 4,17).
            Como Jesús nos ha amado, así nos tenemos que amar. ¿Cómo responder a este misterio?.
          Primero, agradecer y adorar.
          Segundo, dejarse amar; abrirse sin miedo a tanto amor.
          Tercero, vivir en y desde este amor.
Vivir en el amor hasta que “seamos amor”. Que vaya muriendo nuestro yo, que vaya tomando posesión de nuestros pensamientos y sentimientos la fuerza del amor; que miremos al otro como algo propio; que seamos capaces de comprender, de compartir, de perdonar y de comulgar con el otro, que no dudemos en servir, en dar la mano, en gastarse por los demás; y que todo esto lo hagamos desde el amor de Cristo, desde el Espíritu de Cristo, y amando en todos y en todo al mismo Cristo, a Dios, fuente y meta de todo amor.
ENTRA EN TU INTERIOR
NO DESVIARNOS DEL AMOR
El evangelista Juan pone en boca de Jesús un largo discurso de despedida en el que se recogen con una intensidad especial algunos rasgos fundamentales que han de recordar sus discípulos a lo largo de los tiempos, para ser fieles a su persona y a su proyecto. También en nuestros días.
«Permaneced en mi amor». Es lo primero. No se trata sólo de vivir en una religión, sino de vivir en el amor con que nos ama Jesús, el amor que recibe del Padre. Ser cristiano no es en primer lugar un asunto doctrinal, sino una cuestión de amor. A lo largo de los siglos, los discípulos conocerán incertidumbres, conflictos y dificultades de todo orden. Lo importante será siempre no desviarse del amor.
Permanecer en el amor de Jesús no es algo teórico ni vacío de contenido. Consiste en «guardar sus mandamientos», que él mismo resume enseguida en el mandato del amor fraterno: «Éste es mi mandamiento; que os améis unos a otros como yo os he amado». El cristiano encuentra en su religión muchos mandamientos. Su origen, su naturaleza y su importancia son diversos y desiguales. Con el paso del tiempo, las normas se multiplican. Sólo del mandato del amor dice Jesús: «Este mandato es el mío». En cualquier época y situación, lo decisivo para el cristianismo es no salirse del amor fraterno.
Jesús no presenta este mandato del amor como una ley que ha de regir nuestra vida haciéndola más dura y pesada, sino como una fuente de alegría: «Os hablo de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». Cuando entre nosotros falta verdadero amor, se crea un vacío que nada ni nadie puede llenar de alegría.
Sin amor no es posible dar pasos hacia un cristianismo más abierto, cordial, alegre, sencillo y amable donde podamos vivir como «amigos» de Jesús, según la expresión evangélica. No sabremos cómo generar alegría. Aún sin quererlo, seguiremos cultivando un cristianismo triste, lleno de quejas, resentimientos, lamentos y desazón.
A nuestro cristianismo le falta, con frecuencia, la alegría de lo que se hace y se vive con amor. A nuestro seguimiento a Jesucristo le falta el entusiasmo de la innovación, y le sobra la tristeza de lo que se repite sin la convicción de estar reproduciendo lo que Jesús quería de nosotros.
                                      José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            El hombre religioso siempre ha tenido hambre y sed de Dios. Y siempre se ha cuestionado sobre su existencia y sobre su esencia. ¿Quién eres Tú, Dios mío? ¿Por qué no te manifiestas con más claridad?
            Nuestra pequeñez puede alcanzar alguna noticia de Dios. Si miramos sus obras, deducimos su poder y grandeza, su sabiduría y generosidad. Algo más podemos saber si nos miramos a nosotros mismos, porque estamos hechos a su imagen y semejanza. Pero tendremos que pensar en lo mejor de nosotros mismos, para no manchar a Dios. Y lo mejor que hay en nosotros, lo que más nos identifica, es, sin duda, la capacidad de relación y apertura, el abrirnos misericordiosamente a los demás, el querer hacer el bien.
            Por este camino nos encontramos con el Dios que se revela, sobre todo, en Jesucristo. Nosotros creemos en el Dios de Jesucristo. ¿Cómo es el Dios de Jesucristo?
            Jesús nos hablaba de Dios. Y la palabra clave, que le salía del alma, era Abba. Se dirige a Dios como Abba, con todos los matices de ternura y confianza que queramos. Habla constantemente a su Abba, Dios habla de su Abba, nos enseña a rezar al Padre, Abba.
            Cuando Jesús pronuncia esta palabra todo se estremece y todo en él se estremece. Dice Abba, “papa”, y desborda de alegría. Dice Abba y se esponja en confianza y ternura.
            Lo mismo podía decir Misericordia. Lo mismo podía decir Amor. No que tenga misericordia o amor, sino que es Misericordia y Amor.
ORACIÓN FINAL
            Señor, si tú eres amor, nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, tendríamos que definirnos también por nuestra capacidad de amar. Amar a todos sin distinción, como tú. Así lo dijo claramente Pedro en casa de Cornelio: “Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”.
            Que mi amor, Señor, sea como el tuyo, un amor oblativo, un amor que se dé sin esperar nada a cambio. Un amor que sienta como suyos los sufrimientos, los dolores, los problemas, las alegrías y las esperanzas de los hombres y mujeres de nuestro mundo. Porque solo así, Señor, te conoceré:”Amémonos unos a otros, ya que el amor  es de Dios, y todo el que ama ha salido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. Amén.
Expliquemos el Evangelio a los niños
Imagen de Fano

 

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Imagen proporcionada por Catholic.net

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