QUINTA Y
SEXTA SEMANA DE PASCUA
Para que los hombres entren en comunión con él, Dios quiere darse a
conocer o, según la palabra bíblica, revelarse, desvelarse. Para lograrlo, y
siguiendo el instinto de todo amor, Dios busca los medios de vivir con el ser amado.
Se hace hombre: sale de sí mismo y se despoja, de alguna manera, de su
trascendencia. Ese es el misterio. Su extravagancia racional provoca
precisamente en nosotros lo que llamamos la fe. La fe no es consentimiento
teórico a una verdad abstracta, sino participación del ser Dios, dado en
comunión.
Sobre este trasfondo hay que captar el misterio de la
Iglesia. A través de los tiempos, la Iglesia es la historia de la palabra única
entregada por Dios en Jesucristo. “¡El reino ha llegado a vosotros!. La Palabra
de Dios no tiene más palabras para hacerse oír que palabras de hombres que
balbucean el misterio revelado; pero en estas palabras que dudan se pueden ya
oír la voz eterna. El amor no tiene otro lugar donde realizarse que los gestos
de los hombres y mujeres que intentan amar; pero en estas vidas aún confusas se
efectúa ya el gran gesto de Dios.
El tiempo de la Iglesia se confunde con el de espera y la
esperanza. La referencia de la Iglesia a lo Por-venir, al Reino, es tan
decisiva como la referencia al hecho pasado de Jesús. Sin duda, la Iglesia
recuerda, y su fe es memoria, herencia; pero, al mismo tiempo, está orientada a
la futura consumación. Y aunque viva ya la visión del cara a cara. Dios se ha
revelado de una vez por todas y, sin embargo, a la Iglesia no le bastará todo
el tiempo de la Iglesia es el de la humilde invocación: “¡Venga tu Reino!”. Con
la seguridad que le da Cristo, ella ofrece ya al Reino la posibilidad de llegar
a los hombres, pero sin jamás poder agotarlo.
Sois el Cuerpo de Cristo, ¡y no hay que profanar el amor!
Sois la Viña plantada por Dios, ¡y no debéis nutriros de
fuentes estériles!
Sois el pueblo consagrado, ¡y no podéis coquetear con el
mundo caduco! ¡Señor, ten piedad de nosotros!
“Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.”
3 DE MAYO
QUINTO
DOMINGO DE PASCUA
1ª Lectura:
Hechos 9,26-32
Les contó
cómo había visto al Señor en el camino.
Salmo 21
El Señor es
mi alabanza en la gran asamblea.
2ª Lectura: 1
Juan 3,18-24
Este es su
mandamiento: que creamos y que amemos.
EVANGELIO DEL
DÍA
Juan 15,1-8
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “yo soy la
verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto
lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros
ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en
vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la
vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin
mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el
sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis,
y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante;
así seréis discípulos míos”.
Versión para
América Latina, extraída dela Biblia del Pueblo de Dios
“Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.
El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da
fruto, lo poda para que dé más todavía.
Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el
sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no
permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en
mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se
tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en
ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto
abundante, y así sean mis discípulos.»”
REFLEXION
El discípulo de Jesús no sigue de lejos a su maestro, no
se limita a escucharle y aprender sus lecciones, ha de vivir unidos a él por la
fe y por el amor. Tan unido como el sarmiento está unido a la cepa. No son
cosas distintas, forman una unidad, la vid. El cristiano es algo más que
creyente o practicante, es parte de Cristo.
Para que el sarmiento tenga vida, ha de estar unido a la
Vid. A mayor unión, más vida, más savia recibirá. Y la savia es la palabra, la
savia es el amor, la savia es el Espíritu santo.
Savia-palabra: “Mis palabras permanecen en vosotros” (Jn
19,7). “Quien guarda su palabra ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a
su plenitud” (1 Jn 2,5).
Savia-amor: “El amor que Tú me has dado esté en ellos”
(Jn 17,26). “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque
amamos a los hermanos. Quien tiene al Hijo tiene la vida”. (1 Jn 3,14; 5,12).
Savia-Espíritu: “Recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros”
(Jn 16,14). “En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el santo. La Unción que
de él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie os
enseñe” (1 Jn 2,20-27). “Amor de Dios derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo” (Rom 5,5).
La unión entre los sarmientos y la vid ha de ser íntima,
permanente, creciente, fecunda.
Intima. No es un colaborar, un darse la mano, un
compartir. Es un comulgar. Unión de trasvase vital, común unión de pensamiento
y sentimiento, un solo corazón y una sola alma. La vid y los sarmientos se
alimentan de la savia, el que comulga se alimenta de Cristo. La savia de Cristo
pasa a la nuestra, una transfusión de sangre y Espíritu.
Permanente. No bastan encuentros esporádicos. El sarmiento no se puede separar
de la vid. Nuestro motor tiene que estar siempre enchufado a la central
espiritual del corazón de Cristo. Sin su corriente nos apagamos. Hay momentos
para cargar nuestras baterías, pero esa energía acumulada nos vitaliza. Cristo,
energía divina, siempre en tu mente y en tu corazón.
Creciente. Se da todo un proceso de vaciamiento propio y de posesión de
Cristo, de purificación y espiritualización, de comunicación y empatía, hasta
llegar a la unidad consumada que Jesús pedía al Padre.
Los frutos que el Padre espera de nosotros son los del Espíritu, frutos
de amor, de paz, de justicia, de solidaridad, de servicio. Cada día has de
ofrecer algún fruto al Señor. Cada día una oración continuada y un amor
entregado. La vida no está para guardarla, sino para darla.
Estar unido a Cristo es vivir en comunión con él; que su Espíritu nos
aliente y vivifique.
Se reitera la necesidad de permanencia. No bastan encuentros esporádicos,
ratos de oración, por largos que sean. Se necesita una vivencia cristiana
continuada, cuando se reza y cuando se trabaja, cuando se ríe y cuando se
llora, cuando se sirve o cuando se es servido, cuando hay luz o cuando hay
tinieblas, cuando se agradece o cuando se espera. No puede haber dicotomía en
la vida espiritual.
Mira, para dejar que toda la savia del Espíritu penetre
en ti, necesitas vaciarte del todo. Esto no es posible sin poda, sin despojo y
sin muerte.
El trabajo de poda es
ingrato y doloroso, pero necesario. Tendemos a la dispersión, a las
desviaciones, a la exuberancia vanidosa, a la pasividad y el conformismo. Por
ahí se nos va la vida o se estanca el dinamismo vital de la savia. Hay que
cortar o estimular, quitando apegos, quemando ataduras, ahuyentando miedos y
temores, alentando pasividades. Así la savia, bien concentrada y orientada
estallará en frutos gozosos.
ENTRA EN TU
INTERIOR
NO DESVIARNOS
DE JESÚS
La imagen es sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es la «vid
verdadera», llena de vida; los discípulos son «sarmientos» que viven de la
savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador» que cuida personalmente
la viña para que dé fruto abundante. Lo único importante es que se vaya
haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano y feliz para todos.
La imagen pone de relieve dónde está el problema. Hay sarmientos secos
por los que no circula la savia de Jesús. Discípulos que no dan frutos porque
no corre por sus venas el Espíritu del Resucitado. Comunidades cristianas que
languidecen desconectadas de su persona.
Por eso se hace una afirmación cargada de intensidad: «el sarmiento no
puede dar fruto si no permanece en la vid»: la vida de los discípulos es
estéril «si no permanecen» en Jesús. Sus palabras son categóricas: «Sin mí no
podéis hacer nada». ¿No se nos está desvelando aquí la verdadera raíz de la
crisis de nuestro cristianismo, el factor interno que resquebraja sus cimientos
como ningún otro?
La forma en que viven su religión muchos cristianos, sin una unión vital
con Jesucristo, no subsistirá por mucho tiempo: quedará reducida a «folklore»
anacrónico que no aportará a nadie la Buena Noticia del Evangelio. La Iglesia
no podrá llevar a cabo su misión en el mundo contemporáneo, si los que nos
decimos «cristianos» no nos convertimos en discípulos de Jesús, animados por su
espíritu y su pasión por un mundo más humano.
Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo, un
conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto, que no se
requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Si no
aprendemos a vivir de un contacto más inmediato y apasionado con Jesús, la
decadencia de nuestro cristianismo se puede convertir en una enfermedad mortal.
Los cristianos vivimos hoy preocupados y distraídos por muchas
cuestiones. No puede ser de otra manera. Pero no hemos de olvidar lo esencial.
Todos somos «sarmientos». Sólo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en
estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención al
Evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades y parroquias el
contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
El mandamiento de Dios, y Juan nos lo repite, es que creamos en Jesús y
que nos amemos unos a otros.
Creer en Jesús de manera que tengamos plena confianza en
Dios. El que cree no tiene miedo. Se sabe pequeño e inútil, pero confía; no en
sus capacidades, sino en la fuerza del Espíritu.
El que cree confía incluso a pesar de su pecado, porque
conoce la misericordia de Dios, sabe que su Corazón es más grande que nuestra
conciencia. El pecado no es un obstáculo para la unión con Cristo si confías y
si te dejas podar, si te dejas quemar.
Creer también es amar. La fe y la caridad son hermanas
que van siempre unidas y mutuamente se ayudan y enriquecen. San Juan lo expresa
de muchas maneras, pero la razón última es que Dios es amor, quien cree en el
amor no puede por menos que abrirse al amor. Y quien vive en el amor se llena
de conocimiento y de luz, le resulta muy fácil creer.
ORACIÓN
Señor, tú me dices: “Mi mandamiento es que os améis”. Para que tu Iglesia
no tenga más preocupación que la de amar cada vez con más pasión: ¡Señor, dame tu Espíritu!
“Os doy un mandamiento nuevo”, nos dijiste: para que todo
rastro de envejecimiento dé paso al amor que no tiene fin. ¡Señor, dame tu
Espíritu!
“Amaos como yo os he amado”: para que la audacia de un amor sin reservas
sea la señal de que tú estás conmigo. ¡Señor, dame tu Espíritu!
Expliquemos
el Evangelio a los niños
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