lunes, 27 de abril de 2015

3 DE MAYO: QUINTO DOMINGO DE PASCUA.




QUINTA Y SEXTA SEMANA DE PASCUA
Para que los hombres entren en comunión con él, Dios quiere darse a conocer o, según la palabra bíblica, revelarse, desvelarse. Para lograrlo, y siguiendo el instinto de todo amor, Dios busca los medios de vivir con el ser amado. Se hace hombre: sale de sí mismo y se despoja, de alguna manera, de su trascendencia. Ese es el misterio. Su extravagancia racional provoca precisamente en nosotros lo que llamamos la fe. La fe no es consentimiento teórico a una verdad abstracta, sino participación del ser Dios, dado en comunión.
            Sobre este trasfondo hay que captar el misterio de la Iglesia. A través de los tiempos, la Iglesia es la historia de la palabra única entregada por Dios en Jesucristo. “¡El reino ha llegado a vosotros!. La Palabra de Dios no tiene más palabras para hacerse oír que palabras de hombres que balbucean el misterio revelado; pero en estas palabras que dudan se pueden ya oír la voz eterna. El amor no tiene otro lugar donde realizarse que los gestos de los hombres y mujeres que intentan amar; pero en estas vidas aún confusas se efectúa ya el gran gesto de Dios.
            El tiempo de la Iglesia se confunde con el de espera y la esperanza. La referencia de la Iglesia a lo Por-venir, al Reino, es tan decisiva como la referencia al hecho pasado de Jesús. Sin duda, la Iglesia recuerda, y su fe es memoria, herencia; pero, al mismo tiempo, está orientada a la futura consumación. Y aunque viva ya la visión del cara a cara. Dios se ha revelado de una vez por todas y, sin embargo, a la Iglesia no le bastará todo el tiempo de la Iglesia es el de la humilde invocación: “¡Venga tu Reino!”. Con la seguridad que le da Cristo, ella ofrece ya al Reino la posibilidad de llegar a los hombres, pero sin jamás poder agotarlo.
            Sois el Cuerpo de Cristo, ¡y no hay que profanar el amor!
            Sois la Viña plantada por Dios, ¡y no debéis nutriros de fuentes estériles!
            Sois el pueblo consagrado, ¡y no podéis coquetear con el mundo caduco! ¡Señor, ten piedad de nosotros!
 
“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.”
3 DE MAYO
QUINTO DOMINGO DE PASCUA
1ª Lectura: Hechos 9,26-32
Les contó cómo había visto al Señor en el camino.
Salmo 21
El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.
2ª Lectura: 1 Juan 3,18-24
Este es su mandamiento: que creamos y que amemos.
EVANGELIO DEL DÍA
Juan 15,1-8
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos”.
Versión para América Latina, extraída dela Biblia del Pueblo de Dios
“Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.
El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía.
Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»”
REFLEXION
            El discípulo de Jesús no sigue de lejos a su maestro, no se limita a escucharle y aprender sus lecciones, ha de vivir unidos a él por la fe y por el amor. Tan unido como el sarmiento está unido a la cepa. No son cosas distintas, forman una unidad, la vid. El cristiano es algo más que creyente o practicante, es parte de Cristo.
            Para que el sarmiento tenga vida, ha de estar unido a la Vid. A mayor unión, más vida, más savia recibirá. Y la savia es la palabra, la savia es el amor, la savia es el Espíritu santo.
            Savia-palabra: “Mis palabras permanecen en vosotros” (Jn 19,7). “Quien guarda su palabra ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud” (1 Jn 2,5).
            Savia-amor: “El amor que Tú me has dado esté en ellos” (Jn 17,26). “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quien tiene al Hijo tiene la vida”. (1 Jn 3,14; 5,12).
            Savia-Espíritu: “Recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros” (Jn 16,14). “En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el santo. La Unción que de él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe” (1 Jn 2,20-27). “Amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rom 5,5).
          La unión entre los sarmientos y la vid ha de ser íntima, permanente, creciente, fecunda.
            Intima. No es un colaborar, un darse la mano, un compartir. Es un comulgar. Unión de trasvase vital, común unión de pensamiento y sentimiento, un solo corazón y una sola alma. La vid y los sarmientos se alimentan de la savia, el que comulga se alimenta de Cristo. La savia de Cristo pasa a la nuestra, una transfusión de sangre y Espíritu.
Permanente. No bastan encuentros esporádicos. El sarmiento no se puede separar de la vid. Nuestro motor tiene que estar siempre enchufado a la central espiritual del corazón de Cristo. Sin su corriente nos apagamos. Hay momentos para cargar nuestras baterías, pero esa energía acumulada nos vitaliza. Cristo, energía divina, siempre en tu mente y en tu corazón.
Creciente. Se da todo un proceso de vaciamiento propio y de posesión de Cristo, de purificación y espiritualización, de comunicación y empatía, hasta llegar a la unidad consumada que Jesús pedía al Padre.
Los frutos que el Padre espera de nosotros son los del Espíritu, frutos de amor, de paz, de justicia, de solidaridad, de servicio. Cada día has de ofrecer algún fruto al Señor. Cada día una oración continuada y un amor entregado. La vida no está para guardarla, sino para darla.
Estar unido a Cristo es vivir en comunión con él; que su Espíritu nos aliente y vivifique.
Se reitera la necesidad de permanencia. No bastan encuentros esporádicos, ratos de oración, por largos que sean. Se necesita una vivencia cristiana continuada, cuando se reza y cuando se trabaja, cuando se ríe y cuando se llora, cuando se sirve o cuando se es servido, cuando hay luz o cuando hay tinieblas, cuando se agradece o cuando se espera. No puede haber dicotomía en la vida espiritual.
            Mira, para dejar que toda la savia del Espíritu penetre en ti, necesitas vaciarte del todo. Esto no es posible sin poda, sin despojo y sin muerte.
            El trabajo de poda es ingrato y doloroso, pero necesario. Tendemos a la dispersión, a las desviaciones, a la exuberancia vanidosa, a la pasividad y el conformismo. Por ahí se nos va la vida o se estanca el dinamismo vital de la savia. Hay que cortar o estimular, quitando apegos, quemando ataduras, ahuyentando miedos y temores, alentando pasividades. Así la savia, bien concentrada y orientada estallará en frutos gozosos.
ENTRA EN TU INTERIOR
NO DESVIARNOS DE JESÚS
La imagen es sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es la «vid verdadera», llena de vida; los discípulos son «sarmientos» que viven de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador» que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante. Lo único importante es que se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano y feliz para todos.
La imagen pone de relieve dónde está el problema. Hay sarmientos secos por los que no circula la savia de Jesús. Discípulos que no dan frutos porque no corre por sus venas el Espíritu del Resucitado. Comunidades cristianas que languidecen desconectadas de su persona.
Por eso se hace una afirmación cargada de intensidad: «el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid»: la vida de los discípulos es estéril «si no permanecen» en Jesús. Sus palabras son categóricas: «Sin mí no podéis hacer nada». ¿No se nos está desvelando aquí la verdadera raíz de la crisis de nuestro cristianismo, el factor interno que resquebraja sus cimientos como ningún otro?
La forma en que viven su religión muchos cristianos, sin una unión vital con Jesucristo, no subsistirá por mucho tiempo: quedará reducida a «folklore» anacrónico que no aportará a nadie la Buena Noticia del Evangelio. La Iglesia no podrá llevar a cabo su misión en el mundo contemporáneo, si los que nos decimos «cristianos» no nos convertimos en discípulos de Jesús, animados por su espíritu y su pasión por un mundo más humano.
Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto, que no se requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Si no aprendemos a vivir de un contacto más inmediato y apasionado con Jesús, la decadencia de nuestro cristianismo se puede convertir en una enfermedad mortal.
Los cristianos vivimos hoy preocupados y distraídos por muchas cuestiones. No puede ser de otra manera. Pero no hemos de olvidar lo esencial. Todos somos «sarmientos». Sólo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades y parroquias el contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR

El mandamiento de Dios, y Juan nos lo repite, es que creamos en Jesús y que nos amemos unos a otros.
            Creer en Jesús de manera que tengamos plena confianza en Dios. El que cree no tiene miedo. Se sabe pequeño e inútil, pero confía; no en sus capacidades, sino en la fuerza del Espíritu.
            El que cree confía incluso a pesar de su pecado, porque conoce la misericordia de Dios, sabe que su Corazón es más grande que nuestra conciencia. El pecado no es un obstáculo para la unión con Cristo si confías y si te dejas podar, si te dejas quemar.
            Creer también es amar. La fe y la caridad son hermanas que van siempre unidas y mutuamente se ayudan y enriquecen. San Juan lo expresa de muchas maneras, pero la razón última es que Dios es amor, quien cree en el amor no puede por menos que abrirse al amor. Y quien vive en el amor se llena de conocimiento y de luz, le resulta muy fácil creer.
ORACIÓN
Señor, tú me dices: “Mi mandamiento es que os améis”. Para que tu Iglesia no tenga más preocupación que la de amar cada vez con más pasión:  ¡Señor, dame tu Espíritu!
            “Os doy un mandamiento nuevo”, nos dijiste: para que todo rastro de envejecimiento dé paso al amor que no tiene fin. ¡Señor, dame tu Espíritu!
“Amaos como yo os he amado”: para que la audacia de un amor sin reservas sea la señal de que tú estás conmigo. ¡Señor, dame tu Espíritu!
Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes de Fano


 
Imagen proporcionada por Catholic.net

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