“Dios ni es Dios de
muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos”
10 NOVIEMBRE
XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©
1ª Lectura: 2º Libro de los Macabeos
7,1-2.9-14
El rey del universo nos resucitará
para una vida eterna.
Salmo 16
Al despertar me saciaré de tu
semblante, Señor.
2ª Lectura: 2 Tesalonicenses
2,16-3,5
El Señor os dé fuerza para toda
clase de palabras y de obras buenas.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 20,27-38
“En aquel
tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le
preguntaron: -Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su
hermano, dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a
su hermano.” Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin
hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron
sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de
cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó: -En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean
juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no
se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles: son hijos de Dios,
porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo
Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de
Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob.” No es Dios de muertos sino de vivos:
porque para él todos están vivos.”
Versión para Latinoamérica extraída
de la Biblia del Pueblo de Dios
Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la
resurrección,
y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si
alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle
descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y
murió sin tener hijos.
El segundo
se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así
murieron los siete sin dejar descendencia.
Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya
que los siete la tuvieron por mujer?".
Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y
las mujeres se casan,
pero los que sean juzgados dignos de participar del
mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles
y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a
entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes;
todos, en efecto, viven para él".
REFLEXIÓN
Desde
antiguo nos hemos preguntado sobre el sentido de la vida. ¿Cuál y cómo es el
destino final del hombre? ¿Hacia dónde se encamina la existencia humana? A esta
inquietante cuestión trata de responder hoy la liturgia. Jesús, por un lado,
nos enseña que el destino es la vida eterna, pero que esta vida en el más allá
no es igual a la vida terrena, sino que es una continuidad de la persona. Por
otro lado, el martirio de la madre de los siete hijos en tiempos de la guerra
macabea da ocasión para proclamar con coraje y valentía la fe en la
resurrección para la vida. Mientras san Pablo pide oraciones a los cristianos
de Tesalónica para que “la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó
entre vosotros”, una palabra que incluye la suerte final de los hombres ante el
juez supremo, que es Dios.
El
evangelio nos muestra cómo saduceos, que eran provenientes de las familias de
la nobleza sacerdotal, rechazaban toda evolución del judaísmo, oponiéndose a la
fe en la resurrección. Y entonces, para ridiculizar la resurrección, ponen el
caso de unos hermanos que van casándose con la viuda de uno de ellos. Esta ley
del levirato tenía por objeto perpetuar la descendencia y mantener a la viuda
en el seno de la familia del difunto. Realmente con este ejemplo querían probar
la imposibilidad de la resurrección desde un punto de vista terrenal. Los
saduceos pensaban en la resurrección como en una mera continuación de la vida
terrenal, con matrimonios y con todo lo que acontece en este mundo. Y Jesús
habla de la resurrección como de un cambio radical. Jesús contrapone este mundo
con el mundo futuro; en el que la gente no muere.
Pero
además, como los saduceos aceptaban sólo los primeros libros de la biblia, les
da una segunda oportunidad citando un texto de las Sagradas Escrituras,
concretamente el libro del Éxodo, en el que Dios se revela a Moisés como Dios
de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Si Abrahán, Isaac y Jacob estuviesen
muertos definitivamente esta fórmula sería irrisoria. Jesús dice que Dios no es
un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos tienen vida en él. Nuestros
difuntos viven para Dios.
Por
tanto, el mensaje que la Palabra hoy nos anuncia es una llamada a la esperanza. Para el creyente, el tesoro más
precioso no es la vida que ya tiene y que ya goza, sino laque le espera en
Dios.
Pero
la esperanza cristiana no nos debe hacer vivir alejados de la realidad del
mundo ni de la historia, sino entregados enteramente a hacer historia: historia
de la salvación. Construir la historia no es tarea sólo de los no cristianos.
Es, aún con más razón, misión de los que creen en el Señor de la historia y en
la marcha de toda la historia humana hacia su decisión final en Dios.
Sí, como cristianos tenemos que esperar en Dios.
Tenemos que esperar con fe que él abrirá las puertas de la eternidad a nuestra
mente, a nuestros corazones, a nuestros cuerpos, a nuestra vida. No sabemos
cómo será, pero nos toca confiar, fiarnos de Dios. Porque la esperanza
cristiana en la resurrección es un mensaje de vida en plenitud, de presencia
viva ante el mismo Dios vivo. Es vivir sin reloj ni cronología. Es permanecer
siempre en el Señor, como estando sumergidos en el mar, en el océano mismo de
la Vida. El mensaje cristiano es un mensaje de esperanza porque anuncia el
triunfo de la vida sobre el tiempo y sobre el mal. Anuncia el triunfo de Dios
sobre sus enemigos, el único de los cuales es la misma muerte. Vale la pena ser
testimonios ante nuestro mundo de este mensaje de esperanza con palabras y
obras.
Jesús
nos viene a abrir el camino de la fe en la resurrección con su testimonio. El
reino de Dios es el reino de la vida en el cual la persona perdura en la gloria
por siempre. Ésta es nuestra fe, y por esto tendríamos que vivir de tal manera
que la esperanza en la eternidad brillase en nuestros rostros y en la forma de
vivir cada minute de nuestra existencia. Nosotros tenemos esta fe. Dios ha
querido que existamos y nos ha dado la vida. Es dios quién ha inventado la
maravilla de la vida, quien llama a la vida a todos los seres que él quiere.
Nosotros creemos en esta vida en plenitud que Dios nos prometió, en la
resurrección, aunque somos incapaces de imaginarla. Esta nueva vida superará
cualquier cosa que nos lleguemos a imaginar. Jesús mismo nos dice que no
podemos llegar ni a imaginar lo que el Padre tiene preparado para todos
aquellos que lo aman. Y es que cada uno de nosotros está llamado a vivir para
siempre.
“Nosotros
creemos en tu Palabra, Señor. Creemos que la muerte no es el final, sino un
paso a la eternidad,. Y te pedimos que nos acompañes en este camino de fe,
porque siempre necesitamos reforzar estas convicciones para permanecer a tu
lado”.
ENTRA EN TU INTERIOR
A DIOS NO SE LE MUEREN SUS HIJOS
Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida
nueva después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócratas
saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús
reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones
básicas.
Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los
saduceos que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida
que ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a
partir de nuestras experiencias actuales.
Hay una diferencia radical entre nuestra vida
terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después
de la muerte. Esa Vida es absolutamente "nueva". Por eso, la podemos
esperar pero nunca describir o explicar.
Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa
actitud humilde y honesta ante el misterio de la "vida eterna". Pablo
les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que "el ojo nunca
vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a
los que lo aman".
Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de
orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una "novedad" que está
más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida
"preparada" por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones
más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad,
sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.
Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con
toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la
tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos
patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La
muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.
Jesús saca su propia conclusión haciendo una
afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de
vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de
vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando
nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los
contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.
Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede
ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción
biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: "Dios mío,
en Ti confío. No quede yo defraudado" (salmo 25,1-2).
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
El evangelio de hoy terminaba diciendo: "...porque para Él, todos están
vivos". ¿No podría ser esa la verdadera plenitud humana? ¿No podríamos
encontrar ahí el auténtico futuro del ser humano? ¿Por qué tenemos que
empeñarnos en permanecer vivos para nosotros, es decir, que nos garanticen una
permanencia en el ser individual para toda la eternidad? ¿No sería muchísimo
más sublime permanecer vivos sólo para Él?
¿No podría ser, que el consumirnos
en favor de los demás, fuese la auténtica
consumación del ser humano? Eso es lo que recordamos en cada eucaristía
como praxis de Jesús. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda
infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.
ORACIÓN
Para Dios todo está siempre en un eterno presente.
Esa existencia eterna en Dios, se manifiesta en el tiempo,
y da origen a todas las criaturas que forman el universo.
Como ser humano puedo vivir mi relación con el Absoluto.
La experiencia de lo Absoluto, es mi
verdadera Vida.
No confundir con mi vida biológica
que sólo es un accidente.
Cuando tomo lo accidental por
substancial,
estoy equivocándome de cabo a rabo.
Si descubro el engaño, procuraré
vivir a tope,
es decir, al límite de mis
posibilidades más humanas.
Mi presente se funde con mi pasado y
mi futuro.
Desde mi contingencia, puedo
experimentar un ahora eterno.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
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