“Señor, acuérdate de mí
cuando llegues a tu reino”
24 DE NOVIEMBRE
XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©
SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL
UNIVERSO
1ª Lectura: 2 Samuel 5,1-3
Ungieron a David como rey de Israel.
Salmo 121
Vamos alegres a la casa del Señor
2ª Lectura: Colosenses 1,12-20
Nos ha trasladado al reino del Hijo
de su Amor.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 23,35-43
“En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían
muecas a Jesús, diciendo: -A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él
es el Mesías de Dios, el elegido. Se burlaban de él también los soldados,
ofreciéndole vinagre y diciendo: -Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti
mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es
el Rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba
diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro
lo increpaba: -¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo
nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste
no ha faltado en nada. Y decía: -Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino. Jesús le respondió: -Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.”
Versión para América Latina,
extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes,
burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es
el Mesías de Dios, el Elegido!".
También los soldados se burlaban de él y, acercándose
para ofrecerle vinagre,
le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate
a ti mismo!".
Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el
rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba,
diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes
temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?
Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos
nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".
Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a
establecer tu Reino".
Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el Paraíso".“
REFLEXIÓN
Este
último domingo del tiempo ordinario, en el que contemplamos a Jesucristo como
Rey del Universo, hemos escuchado cómo sufre el escarnio y la burla en el
momento de dar la vida en la cruz. Es toda una paradoja ver a todo un Dios
muriendo en la cruz. Pero no sólo eso, sino también sentir las burlas e
insultos que le dirigen las autoridades judías y los soldados romanos. Además,
habían puesto un rótulo para ridiculizarlo: “Jesús Nazareno, Rey de los
judíos”. Hubiesen querido despreciarlo más poniendo “este ha dicho que era Rey
de los judíos”. Un espectáculo espantoso.
Paradójicamente,
como decía, él era Rey, pero su reino no era de este mundo. ¿Qué querían decir
cuando le pidieron por tres veces que se salvara él mismo? ¿Quizá que hiciese
un milagro y bajase de la cruz? ¿Tal vez que demostrara su poder? Lo que más
hizo sufrir a Jesús fue el abandono de los suyos. Más que la prueba que le
pedían los demás para mostrar con prodigios que él era el Mesías.
¿Cómo
podemos responder a esta prueba de amor que nos da Jesús? Más aún, ¿cómo
deberíamos responder los cristianos cuando nos sentimos incomprendidos y quizá
acusados? Con el mismo9 ejemplo y las mismas formas que Jesús: el amor y el
perdón. Él simplemente dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Sin
embargo, fue un malhechor quien descubrió el reinado y el mesianismo de Jesús,
y fue en la cruz. Muchos no lo reconocieron cuando pasaba curando enfermos y
haciendo milagros. Y él lo reconoce y confiesa cuando está crucificado a su
lado. Como dice san Agustín, “en su corazón creyó, y con la lengua hizo la
profesión de fe”. Y dice: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Quizá
esperaba la salvación para el futuro, pero el gran día no se haría esperar.
Jesús, exaltado en la cruz, le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo
en el paraíso”. Ojalá que, el día en que vuelva lleno de gloria, nos pudiese
decir a cada uno de nosotros estas mismas palabras.
Jesús
reina, como se nos muestra hoy, sirviendo y salvando a la humanidad. Su trono
es la cruz, su cetro una caña, su manto real es una pequeña túnica púrpura, su
corona es de espinas. En su reino los últimos son los primeros y los primeros,
últimos. Ahora podemos llegar a comprender por qué el reino de Dios no viene
espectacularmente, sino que viene en cada corazón que lo confiesa y que hace un
lugar a su majestad.
Cada
uno de nosotros puede ser constructor de su reino si trabajamos por la paz y la
justicia, si somos capaces de servir como hizo el mismo Jesús, de perdonar como
él, de luchar por la vida y la fraternidad. Cristo es la cabeza del cuerpo que
es la Iglesia. Nosotros somos sus miembros. Todos los creyentes. En definitiva,
todos los cristianos formamos parte de su cuerpo, del cual es él la Cabeza. En
este “Cristo total” todos los bautizados asumimos la misión y el destino de
Cristo: hacer posible ya aquí, en medio de nuestro mundo, la realidad del
reino, y esperar con confianza que un día resucitaremos como él.
Hoy
contemplamos cómo le corresponde a Jesucristo, por derecho, el título de Rey.
Él es el Señor absoluto de todo y de todos. Por él todo fue creado. Dios Padre
puso en sus manos las realidades visibles e invisibles. Nada escapa a su mano
providente y todo está bajo su dominio. En él se encuentra la plenitud de la
verdad y la vida. Pero, a pesar de todo esto, su reino no es como los de
este mundo. Su reino no se impone, se
propone. ¡Cuántas veces en nuestro mundo se imponen los poderes políticos y
económicos! Pero el reino de Dios es un reino de servicio, de entrega amorosa.
Dios reina entregando su vida por nosotros desde la cruz. Sin su sacrificio en la
cruz no se puede comprender su reino.
¡Qué
diferente son los que reinan según los criterios de este mundo: por la belleza
física, por los títulos, por el dinero, por el cargo, por la palabra, por
influencias, por orgullo! Y el reino de Dios es un reino de Justicia, de amor y
de paz. Esta fiesta de hoy nos recuerda que Jesús es el único soberano ante una
sociedad que parece querer dar la espalda a Dios. Un reinado que Cristo vino a
establecer con la bondad y la mansedumbre de un pastor.
No nos
avergoncemos de un Cristo perseguido y muerto por ser testigo de la verdad. “el
que es de la verdad, escucha mi voz”: el que con sinceridad de corazón mira al
rey divino y acepta su camino de humildad y renuncia, ése es su súbdito fiel.
ENTRA EN TU INTERIOR
¿BURLARSE O INVOCAR?
Lucas describe con
acentos trágicos la agonía de Jesús en medio de las burlas y bromas de quienes
lo rodean. Nadie parece valorar su gesto. Nadie ha captado su amor a los
últimos. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios al ser humano.
Desde una cierta
distancia, las «autoridades» religiosas y el «pueblo» se burlan de Jesús
haciendo «muecas»: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo si es el
Mesías». Los soldados de Pilato, al verlo sediento, le ofrecen un vino
avinagrado muy popular entre ellos, mientras se ríen de él: «Si tú eres rey de
los judíos, sálvate a ti mismo». Lo mismo le dice uno de los delincuentes,
crucificado junto a él: « ¿No eres el Mesías? Pues sálvate a ti mismo».
Hasta tres veces repite
Lucas la burla: «Sálvate a ti mismo». ¿Qué «Mesías» puede ser éste si no tiene
poder para salvarse a sí mismo? ¿Qué clase de «Rey» puede ser? ¿Cómo va a
salvar a su pueblo de la opresión de Roma si no puede escapar de los cuatro
soldados que vigilan su agonía? ¿Cómo va a estar Dios de su parte si no
interviene para liberarlo?
De pronto, en medio de
tanta burla, una invocación: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino». Es el otro delincuente que reconoce la inocencia de Jesús, confiesa su
culpa y lleno de confianza en el perdón de Dios, sólo pide a Jesús que se
acuerde él. Jesús le responde de inmediato: «Hoy estarás conmigo en el
paraíso». Ahora están los dos agonizando, unidos en el desamparo y la
impotencia. Pero hoy mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del Padre.
¿Qué sería de nosotros
si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo
une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer
en un Dios que nos dejara hundidos en nuestro pecado y nuestra impotencia ante
la muerte?
Hay quienes también hoy
se burlan de Jesús Crucificado. No saben lo que hacen. No lo harían con Che
Guevara ni con Martin Luther King. Se están burlando del hombre más humano que
ha dado la historia. ¿Cuál es la postura más digna ante ese Jesús Crucificado,
revelación suprema de la cercanía de Dios al sufrimiento del mundo, burlarse de
él o invocarlo?
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Rey, apenas hay
otra palabra menos apropiada para Jesús.
Un rey que toca leprosos, que prefiere la
gente normal a los poderosos del pueblo.
Un rey que lava los pies de los suyos, un rey
que no tiene dinero y que no puede defenderse.
Jesús crucificado es un extraño rey:
su trono es la cruz, su corona es de espinas. No tiene manto, está desnudo. No
tiene ejército. Hasta los suyos le han abandonado. ¡Menudo rey!
Reino. Y ya que hablamos
del rey, tenemos que hablar del reino. Jesús habló del reino de Dios, del
reinado de Dios.
Un reinado en que los últimos del
mundo son los primeros.
Un reinado que prefiere a los publicanos y a
las prostitutas, antes que a los doctos letrados y los puros fariseos.
Un reinado sin tronos, sin palacio, sin
ejército, sin poder.
Un reinado de viudas pobres, que echan dos
céntimos de limosna.
Un reinado de samaritanos, que cuidan a un
herido.
Un reinado en que son preferidos los sencillos
como niños.
Un reinado de gente pobre, que sabe sufrir, de
corazón limpio, comprometida con la justicia. ¡Menudo reino!
Dios se siembra desde
dentro y hace vivir. Reina desde el amor.
“Reinar”. En nuestro mundo reina el terror, reina la
miseria, reina la explotación, reina la
venganza, reina el negocio sucio, reina la violencia.
Cuando en nuestro mundo reine la confianza
mutua, cuando todos vivan decentemente, cuando no haya analfabetos, cuando los
negocios sean honrados, cuando nos contentemos con menos… entonces podremos
empezar a hablar de que Dios reina. Desde dentro, desde la humanización de los
corazones.
¿Reinará Dios alguna
vez? Tenemos la tentación de pensar que
no. La violencia y la rapacidad y el consumo desenfrenado parecen más fuertes
que la bondad, la generosidad y la austeridad. Eso es una tentación.
Pero Jesús creía en la fuerza de la semilla,
en el poder de la levadura, en la fuerza imparable del Espíritu, del Viento de
Dios.
Y entretanto, tú y yo nos enfrentamos a una
invitación urgente: ¿quieres comprometerte con Jesús a construir el reino?
ORACIÓN
A Jesucristo, el Testigo
fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la
tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre,
nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a él, la
gloria y el poder por los siglos de los siglos.
Expliquemos el Evangelio a los
niños.
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