domingo, 17 de noviembre de 2013

24 DE NOVIEMBRE: XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C). SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO



“Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”

24 DE NOVIEMBRE

XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

1ª Lectura: 2 Samuel 5,1-3

Ungieron a David como rey de Israel.

Salmo 121

Vamos alegres a la casa del Señor

2ª Lectura: Colosenses 1,12-20

Nos ha trasladado al reino del Hijo de su Amor.

PALABRA DEL DÍA

Lucas 23,35-43

“En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: -A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: -Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el Rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro lo increpaba: -¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: -Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: -Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!".

También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,

le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".

Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos".

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".

Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?

Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".

Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".

Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".“

REFLEXIÓN

            Este último domingo del tiempo ordinario, en el que contemplamos a Jesucristo como Rey del Universo, hemos escuchado cómo sufre el escarnio y la burla en el momento de dar la vida en la cruz. Es toda una paradoja ver a todo un Dios muriendo en la cruz. Pero no sólo eso, sino también sentir las burlas e insultos que le dirigen las autoridades judías y los soldados romanos. Además, habían puesto un rótulo para ridiculizarlo: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Hubiesen querido despreciarlo más poniendo “este ha dicho que era Rey de los judíos”. Un espectáculo espantoso.

            Paradójicamente, como decía, él era Rey, pero su reino no era de este mundo. ¿Qué querían decir cuando le pidieron por tres veces que se salvara él mismo? ¿Quizá que hiciese un milagro y bajase de la cruz? ¿Tal vez que demostrara su poder? Lo que más hizo sufrir a Jesús fue el abandono de los suyos. Más que la prueba que le pedían los demás para mostrar con prodigios que él era el Mesías.

            ¿Cómo podemos responder a esta prueba de amor que nos da Jesús? Más aún, ¿cómo deberíamos responder los cristianos cuando nos sentimos incomprendidos y quizá acusados? Con el mismo9 ejemplo y las mismas formas que Jesús: el amor y el perdón. Él simplemente dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

            Sin embargo, fue un malhechor quien descubrió el reinado y el mesianismo de Jesús, y fue en la cruz. Muchos no lo reconocieron cuando pasaba curando enfermos y haciendo milagros. Y él lo reconoce y confiesa cuando está crucificado a su lado. Como dice san Agustín, “en su corazón creyó, y con la lengua hizo la profesión de fe”. Y dice: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Quizá esperaba la salvación para el futuro, pero el gran día no se haría esperar. Jesús, exaltado en la cruz, le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ojalá que, el día en que vuelva lleno de gloria, nos pudiese decir a cada uno de nosotros estas mismas palabras.

            Jesús reina, como se nos muestra hoy, sirviendo y salvando a la humanidad. Su trono es la cruz, su cetro una caña, su manto real es una pequeña túnica púrpura, su corona es de espinas. En su reino los últimos son los primeros y los primeros, últimos. Ahora podemos llegar a comprender por qué el reino de Dios no viene espectacularmente, sino que viene en cada corazón que lo confiesa y que hace un lugar a su majestad.

            Cada uno de nosotros puede ser constructor de su reino si trabajamos por la paz y la justicia, si somos capaces de servir como hizo el mismo Jesús, de perdonar como él, de luchar por la vida y la fraternidad. Cristo es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Nosotros somos sus miembros. Todos los creyentes. En definitiva, todos los cristianos formamos parte de su cuerpo, del cual es él la Cabeza. En este “Cristo total” todos los bautizados asumimos la misión y el destino de Cristo: hacer posible ya aquí, en medio de nuestro mundo, la realidad del reino, y esperar con confianza que un día resucitaremos como él.

            Hoy contemplamos cómo le corresponde a Jesucristo, por derecho, el título de Rey. Él es el Señor absoluto de todo y de todos. Por él todo fue creado. Dios Padre puso en sus manos las realidades visibles e invisibles. Nada escapa a su mano providente y todo está bajo su dominio. En él se encuentra la plenitud de la verdad y la vida. Pero, a pesar de todo esto, su reino no es como los de este  mundo. Su reino no se impone, se propone. ¡Cuántas veces en nuestro mundo se imponen los poderes políticos y económicos! Pero el reino de Dios es un reino de servicio, de entrega amorosa. Dios reina entregando su vida por nosotros desde la cruz. Sin su sacrificio en la cruz no se puede comprender su reino.
 

            ¡Qué diferente son los que reinan según los criterios de este mundo: por la belleza física, por los títulos, por el dinero, por el cargo, por la palabra, por influencias, por orgullo! Y el reino de Dios es un reino de Justicia, de amor y de paz. Esta fiesta de hoy nos recuerda que Jesús es el único soberano ante una sociedad que parece querer dar la espalda a Dios. Un reinado que Cristo vino a establecer con la bondad y la mansedumbre de un pastor.

            No nos avergoncemos de un Cristo perseguido y muerto por ser testigo de la verdad. “el que es de la verdad, escucha mi voz”: el que con sinceridad de corazón mira al rey divino y acepta su camino de humildad y renuncia, ése es su súbdito fiel.

ENTRA EN TU INTERIOR

¿BURLARSE O INVOCAR?

Lucas describe con acentos trágicos la agonía de Jesús en medio de las burlas y bromas de quienes lo rodean. Nadie parece valorar su gesto. Nadie ha captado su amor a los últimos. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios al ser humano.

Desde una cierta distancia, las «autoridades» religiosas y el «pueblo» se burlan de Jesús haciendo «muecas»: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo si es el Mesías». Los soldados de Pilato, al verlo sediento, le ofrecen un vino avinagrado muy popular entre ellos, mientras se ríen de él: «Si tú eres rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Lo mismo le dice uno de los delincuentes, crucificado junto a él: « ¿No eres el Mesías? Pues sálvate a ti mismo».
 

Hasta tres veces repite Lucas la burla: «Sálvate a ti mismo». ¿Qué «Mesías» puede ser éste si no tiene poder para salvarse a sí mismo? ¿Qué clase de «Rey» puede ser? ¿Cómo va a salvar a su pueblo de la opresión de Roma si no puede escapar de los cuatro soldados que vigilan su agonía? ¿Cómo va a estar Dios de su parte si no interviene para liberarlo?

De pronto, en medio de tanta burla, una invocación: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Es el otro delincuente que reconoce la inocencia de Jesús, confiesa su culpa y lleno de confianza en el perdón de Dios, sólo pide a Jesús que se acuerde él. Jesús le responde de inmediato: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Ahora están los dos agonizando, unidos en el desamparo y la impotencia. Pero hoy mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del Padre.

¿Qué sería de nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos dejara hundidos en nuestro pecado y nuestra impotencia ante la muerte?

Hay quienes también hoy se burlan de Jesús Crucificado. No saben lo que hacen. No lo harían con Che Guevara ni con Martin Luther King. Se están burlando del hombre más humano que ha dado la historia. ¿Cuál es la postura más digna ante ese Jesús Crucificado, revelación suprema de la cercanía de Dios al sufrimiento del mundo, burlarse de él o invocarlo?

 José Antonio Pagola
 

ORA EN TU INTERIOR

Rey,  apenas hay otra palabra menos apropiada para Jesús.

 Un rey que toca leprosos, que prefiere la gente normal a los poderosos del pueblo.

 Un rey que lava los pies de los suyos, un rey que no tiene dinero y que no puede defenderse.

            Jesús crucificado es un extraño rey: su trono es la cruz, su corona es de espinas. No tiene manto, está desnudo. No tiene ejército. Hasta los suyos le han abandonado. ¡Menudo rey!

Reino. Y ya que hablamos del rey, tenemos que hablar del reino. Jesús habló del reino de Dios, del reinado de Dios.

            Un reinado en que los últimos del mundo son los primeros.

 Un reinado que prefiere a los publicanos y a las prostitutas, antes que a los doctos letrados y los puros fariseos.

 Un reinado sin tronos, sin palacio, sin ejército, sin poder.

 Un reinado de viudas pobres, que echan dos céntimos de limosna.

 Un reinado de samaritanos, que cuidan a un herido.

 Un reinado en que son preferidos los sencillos como niños.

 Un reinado de gente pobre, que sabe sufrir, de corazón limpio, comprometida con la justicia. ¡Menudo reino!

Dios se siembra desde dentro y hace vivir. Reina desde el amor.

“Reinar”.  En nuestro mundo reina el terror, reina la miseria,  reina la explotación, reina la venganza, reina el negocio sucio, reina la violencia.

 Cuando en nuestro mundo reine la confianza mutua, cuando todos vivan decentemente, cuando no haya analfabetos, cuando los negocios sean honrados, cuando nos contentemos con menos… entonces podremos empezar a hablar de que Dios reina. Desde dentro, desde la humanización de los corazones.

¿Reinará Dios alguna vez?  Tenemos la tentación de pensar que no. La violencia y la rapacidad y el consumo desenfrenado parecen más fuertes que la bondad, la generosidad y la austeridad. Eso es una tentación.

 Pero Jesús creía en la fuerza de la semilla, en el poder de la levadura, en la fuerza imparable del Espíritu, del Viento de Dios.

 Y entretanto, tú y yo nos enfrentamos a una invitación urgente: ¿quieres comprometerte con Jesús a construir el reino?

ORACIÓN

A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes proporcionadas por Catholic.net

 
 
 

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