Cuando llegue el Hijo
del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
20 DE OCTUBRE
Primera Lectura: Éxodo 17,8-13
“Mientras Moisés tenía en alto la
mano, vencía Israel”
Salmo: 120
“El auxilio me viene del Señor, que hizo
el cielo y la tierra”
2ª Lectura: 2 Timoteo 3,14-4,2
“El hombre de Dios estará
perfectamente preparado para toda obra buena”
PALABRA DEL DÍA
Lucas 18,1-8
“En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos
cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: -Había
un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la
misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a
mi adversario”; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: “Aunque ni temo
a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré
justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.” Y el Señor respondió: -Fijaos
en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que
le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin
tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la
tierra?”.
Versión para América Latina,
extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Después Jesús les enseñó con una parábola que era
necesario orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios
ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él,
diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después
dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para
que no venga continuamente a fastidiarme'".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez
injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a
él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará
justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la
tierra?".
REFLEXIÓN
Como cada
domingo, los cristianos estamos llamados a dar gracias al Señor, recordando el
don de su Vida, la salvación que nos ha traído. Y hoy la Iglesia nos invita,
con estas lecturas bíblicas, a levantar la mirada del suelo para dirigirla al
cielo.
La escucha de la Palabra de Dios nos invita a dirigirnos
con confianza hacia el auxilio del Señor. Y más, viendo la realidad de nuestro
entorno: injusticias, hambre, enfermedades, violencia, terrorismo, paro, falta
de vivienda, pensiones mínimas, pobreza... Los cristianos tenemos que pedir el
auxilio de Dios para ser instrumentos de su amor en medio del mundo.
La oración tiene que dar sentido a nuestras obras, y las
obras tienen que mostrar lo que creemos. En resumen, hoy se nos invita a rezar
con insistencia.
La Palabra nos ilumina en la asamblea eucarística
fortaleciendo nuestra fe y nuestra esperanza, pero sobre todo haciendo más
ardiente nuestro amor a Dios y a los hermanos. Porque la Palabra no la
escuchamos solo individualmente, sino como pueblo de Dios, como asamblea, como
comunidad, como Iglesia.
Cada domingo somos confirmados en la misión de ser
testigos de la fe en medio de un mundo que parece no necesitar a Dios.
En el pasaje del libro del Éxodo que hemos escuchado en
la primera lectura, nos invita a ver que el esfuerzo de cada día por superar
las dificultades ordinarias y extraordinarias es válido y necesario. Nuestro
trabajo personal cuenta mucho y es querido y valorado por Dios. Moisés y su
pueblo que apenas está naciendo, deben vencer a quienes se oponen a su
existencia y a su libertad. Hacen la guerra para librarse de sus enemigos, pero
a través de la oración perseverante llegan a la convicción de que sólo por Dios
es como logran imponerse a ellos. Dios está de su lado porque así lo ha
prometido, porque así lo quiere.
Al escuchar el evangelio de hoy, existe el peligro de
entenderlo mal si no nos fijamos bien en el propósito de Jesús, que es, según
lo señala san Lucas, el de invitarnos a la perseverancia en la oración. Insiste
en la necesidad de orar y de perseverar en una actitud confiada y activa.
La oración no consiste en un cruzarse de brazos para
esperar que Dios haga lo que nosotros debemos hacer. El mismo texto de hoy
alude indirectamente a la fuerza y persistencia de aquella mujer que no teme
enfrentarse con un juez injusto con tal de conseguir lo que le corresponde.
La oración cristiana es siempre una expresión de fe, de
esa fe difícil que se empeña seriamente en servir al Reino de Dios en la lucha
activa por la liberación total de los hombres de todas las esclavitudes. Por
eso la oración cristiana –lo veremos mejor el próximo domingo-, no es fruto de
la autosuficiencia ni del triunfalismo sino de una postura humilde de espera,
de trabajo, de lucha, y, ¿por qué no?, de caídas y riesgos.
El evangelio de hoy nos invita a confiar en un Dios fiel,
a confiar en la fuerza del Evangelio, a confiar en Jesucristo, a confiar en la
sabiduría de la Palabra de Dios cuya vivencia se va consiguiendo poco a poco.
Decíamos que la actitud cristiana no puede consistir en
una oración con los brazos cruzados. El texto de la carta de Pablo a Timoteo lo
dice mucho más positivamente: “Permanece en lo que has aprendido y se te ha
confiado... La Sagrada Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en
Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es
también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la
virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra
buena”.
Y el apóstol
concluye con esta vibrante exhortación: “Ante Dios y ante Cristo Jesús, que
ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama
la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprocha, exhorta con toda comprensión
y pedagogía”.
Según san
Pablo, dos serían las tareas importantes del cristiano en estos tiempos
difíciles, sin excluir por supuesto la oración, siempre recomendada por el
apóstol, y tan relacionada con la vivencia de la Palabra, y sobre todo, la
oración que es diálogo y encuentro con el Dios de la misericordia.
En primer lugar: Hacer de la Palabra de Dios –tal
como la tenemos en la Biblia- un criterio rector de vida, un modo sabio de
afrontar nuestra existencia, una permanente fuente de inspiración para el trato
con nuestros hermanos. En la Palabra de Dios hemos de encontrar los cristianos
nuestra regla, nuestro sistema de valores, nuestro modo de afrontar la vida.
Pablo insiste en que toda Escritura es apta para ello,
pues es evidente que a menudo nos gusta apoyarnos en ciertos textos preferidos
o más acordes con nuestro modo de ser, para dejar a un lado los textos molestos
o más exigentes.
En segundo lugar: La oración del cristiano, bien
resumida en aquellas expresiones tan típicas: “Ven, Señor Jesús”, “Que venga
tu Reino”, debe traducirse necesariamente en la evangelización, ya que todo
tiempo es apto para anunciar la Palabra de Dios, para denunciar las injusticias
y para exhortar a un estilo de vida distinto y nuevo.
Y no con un afán proselitista o coercitivamente. Por eso
dice san Pablo: Evangeliza todo lo que quieras, pero con comprensión y
pedagogía, algo que nosotros hemos olvidado en más de una oportunidad.
La evangelización no es una cruzada o una conquista, sino
una llamada a la conciencia de los hombres, sin herir susceptibilidades, sin
despreciar o desvalorar elementos culturales distintos a los nuestros sin
condenar al que no nos escucha.
La Palabra de Dios de este domingo, hermanas y hermanos,
nos prepara ya, estamos a cuatro semanas, para el tiempo santo del Adviento; no
sólo para el tiempo litúrgico, sino para que asumamos esta vida, este momento
histórico como un tiempo de exigencia, de lucha y de esperanza.
La historia avanza, los sucesos transcurren en forma
vertiginosa e inesperada, la cultura cambia, los sistemas políticos se alternan
y evolucionan y todos tenemos conciencia de que se está gestando una nueva
humanidad... Pero ¿pervivirá la fe en la tierra?.
He aquí una pregunta que nos compromete a todos:
¿Sabremos encontrar un estilo de fe cristiana que sepa conjugarse con estos
tiempos nuevos? ¿Seremos capaces de anunciar el Evangelio de forma tal que
represente algo positivo para los hombres de hoy? ¿Somos capaces de sentirnos
cristianos, participando al mismo tiempo en la construcción de este mundo nuevo
tan distinto al de nuestros padres y antecesores?.
Estas preguntas, conscientemente respondidas, pueden
transformarse en nuestra mejor oración.
ENTRA EN TU INTERIOR
EL CLAMOR DE LOS QUE SUFREN
La parábola de la viuda y el juez sin
escrúpulos es, como tantos otros, un relato abierto que puede suscitar en los
oyentes diferentes resonancias. Según Lucas, es una llamada a orar sin
desanimarse, pero es también una invitación a confiar que Dios hará justicia a
quienes le gritan día y noche. ¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este
relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a
su suerte?
En la tradición bíblica la viuda es símbolo
por excelencia de la persona que vive sola y desamparada. Esta mujer no tiene
marido ni hijos que la defiendan. No cuenta con apoyos ni recomendaciones. Sólo
tiene adversarios que abusan de ella, y un juez sin religión ni conciencia al
que no le importa el sufrimiento de nadie.
Lo que pide la mujer no es un capricho. Sólo
reclama justicia. Ésta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme
justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que
está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: "Buscad el reino de
Dios y su justicia".
Es cierto que Dios tiene la última palabra y
hará justicia a quienes le gritan día y noche. Ésta es la esperanza que ha
encendido en nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero,
mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie
escuche su grito, no cesa.
Para una gran mayoría de la humanidad la vida
es una interminable noche de espera. Las religiones predican salvación. El
cristianismo proclama la victoria del Amor de Dios encarnado en Jesús
crucificado. Mientras tanto, millones de seres humanos sólo experimentan la
dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos
creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo
religioso.
¿Por qué nuestra comunicación con Dios no nos
hace escuchar por fin el clamor de los que sufren injustamente y nos gritan de
mil formas: "Hacednos justicia"? Si, al orar, nos encontramos de
verdad con Dios, ¿cómo no somos capaces de escuchar con más fuerza las
exigencias de justicia que llegan hasta su corazón de Padre?
La parábola nos interpela a todos los
creyentes. ¿Seguiremos alimentando nuestras devociones privadas olvidando a
quienes viven sufriendo? ¿Continuaremos orando a Dios para ponerlo al servicio
de nuestros intereses, sin que nos importen mucho las injusticias que hay en el
mundo? ¿Y si orar fuese precisamente olvidarnos de nosotros y buscar con Dios
un mundo más justo para todos?
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
La parábola del evangelio de hoy se centra en la fe, la
confianza y la tenacidad de aquella viuda que espera firmemente que alcanzará
la justicia a la que tenía derecho. Y este debería ser el sentido de nuestra
oración. No tenemos que recordarle a Dios lo que ya sabe que tiene que hacer,
sino confirmar nuestra fe y nuestra esperanza de que su proyecto (su justicia)
se realizará. Por eso rezamos. Rezamos no para que Dios se acuerde de nosotros,
sino para que nosotros no olvidemos lo que él quiere hacer con nosotros. Por
tanto, no podemos practicar un reduccionismo de la oración, diciendo que rezar
es tan sólo pedir. Rezar es recordar. Y por eso lo hacemos “siempre” y “sin
desanimarse” En este fragmento del evangelio de hoy, como nunca, Jesús une
totalmente la oración y la fe, las unifica, y por eso termina preguntándose, no
si habrá gente que rece en el futuro, cuando vuelva, sino si “encontrará fe en
la tierra”.
Pero atención. Hoy, como siempre en el evangelio, Jesús
no presenta a Dios como un juez sin piedad, sino como un Padre. Dios es lo
contrario del juez que retrasa las resoluciones por desidia. Más bien Dios está
impaciente por hacer justicia a sus escogidos. Dios no es un juez que termina
actuando, no porque crea en la causa justa, sino para vivir tranquilo. La
justicia de Dios no es la justicia limitada de los hombres sino el amor. Resumiendo.
Jesús quiere que nos movemos por amor, más que movernos por justicia.
El consejo de Jesús, hoy, en el evangelio, no lo olvidemos,
es que tenemos que “orar siempre, sin desanimarse”.
ORACIÓN FINAL
Señor, enséñame a que mi oración sea tenaz y
perseverante, confiada siempre en tu misericordia y no en mis fuerzas, que son
bastante pocas y a veces me engañan con espejismos e ilusiones.
Enséñame a que mi oración nazca de mi fe, porque si no
siempre será una oración vacía, sin contenido, oración de petición y no de
alabanza y acción de gracias por lo que continuamente obras en mi vida.
Como la viuda perseverante del evangelio, sé, que solo tú
puedes velar por los pobres, pos los abandonados, por los que nadie vela por
ellos. Tú estás al lado de los huérfanos y de las viudas, de los pobres y de
los enfermos, de los que padecen cualquier esclavitud, aún la del pecado.
Haz, Señor, que ore “siempre” y sin “desanimarme”. Amén.
Expliquemos el
Evangelio a los niños
Imágenes
proporcionadas por Catholic.net
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