¿No ha habido quien
volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?
13 DDE OCTUBRE
XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
©
1ª Lectura: 2 Reyes 5,14-17
“Regresó Naamán al
profeta y alabó al Señor”
Salmo 97
“El Señor revela a las
naciones su salvación”
2ª Lectura: 2 Timoteo 2,8-13
“Si perseveramos,
reinaremos con Cristo”
PALABRA DEL DÍA
Lucas 17,11-19
“Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría
y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez
leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: -Jesús, maestro, ten
compasión de nosotros. Al verlos, les dijo: -Id a presentaros a los sacerdotes.
Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba
curado, se volvió alabando a Dios a
grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este
era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: -¿No han quedado limpios los
diez?; los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para
dar gloria a Dios? Y le dijo: -Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”
Versión para América Latina,
extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través
de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez
leprosos, que se detuvieron a distancia
y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten
compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a
los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió
atrás alabando a Dios en voz alta
y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en
tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron
purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este
extranjero?".
Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha
salvado".
REFLEXIÓN
Demos gracias a Dios, el
Padre de nuestro Señor Jesucristo, y Padre nuestro, pues por pura gracia de su
benevolencia nos ha salvado por la sangre de su Hijo y en él nos ha llamado a
ser herederos de la gloria que nos ha prometido.
El
tema de este domingo, hermanas y hermanos, no es de manera alguna ajeno al de
domingo anterior, ya que se nos hablaba de la gratuidad de la salvación, pues
Dios nos ama tanto que antes de nuestro interés por salvarnos, Él ya ha hecho
todo para hacernos entrar en su proyecto de vida eterna a su lado, por los
méritos de su hijo. Más, aún, es por la acción de su Espíritu que deseamos la
salvación que no es definitivamente otra cosa que la intimidad con Él en el
amor.
Si el
domingo pasado hablábamos de la fe fácil y de la fe difícil, hoy nos muestra un
acontecimiento concreto que ejemplifica nuestra reflexión.
El propósito
que tiene el autor del libro de los reyes en este pasaje que acabamos de
proclamar en la primera lectura, es mostrar al Dios de Israel como el Dios de
todos los hombres, incluso de sus enemigos entre los cuales se encuentran los
sirios a cuyo rey sirve Naamán como general de su ejército. Éste hombre es un
símbolo de todos los hombres que se abren al favor del único Dios verdadero y
lo descubren para luego creer solo en Él y rendirle culto; especialmente un
culto de adoración agradecida.
Podríamos
decir que Naamán es el tipo de los alejados de la fe y que, una vez que ven lo
que el Dios misericordioso hace con ellos, responden al llamado de la fe con
ánimo agradecido. Al volver a su tierra, el sirio pide permiso a Eliseo para
llevarse un poco de la tierra en donde se adora al verdadero Dios. Es como el
reconocimiento de que Dios ha elegido al pueblo de Israel como el lugar donde
quiere mostrar su misericordia con todos los pueblos de la tierra. Aunque
vuelva a su tierra, donde se adoran a otros dioses, Naamán, según lo promete,
descubrió al verdadero Dios en el favor recibido y en adelante sólo a él quiere
servir fielmente.
Naamán,
hermanas y hermanos, descubrió a un Dios que le salió al paso en el camino de
su vida. En el evangelio vemos a un hombre agradecido que sanó y descubrió en
Cristo al Dios verdadero, presente entre nosotros. Ambos hombres sanaron
físicamente y por su fe encontraron la salvación. En realidad, la salud tan
apreciada por todos, y por Dios mismo, es poca cosa cuando se alcanza la salud
eterna por la fe. Es lo que sucede, al leproso agradecido.
La
lepra, en tiempos de Jesús se tenía como un castigo de Dios, pues ya, el que la
padecía, ni siquiera era digno de asistir al templo para alabar y agradecer a
Dios por sus beneficios. Quedaba marginado de la sociedad y debía permanecer
fuera de la ciudad para no contagiar a los demás.
Era
considerado como un ser impuro y, si llegaba a sanar, como lo indica el libro
del Levítico, debía presentarse a los sacerdotes que eran los únicos que podían
dar fe de su curación. Podía integrarse a la sociedad después de cumplir con
los ritos de purificación previstos por la ley de Moisés. Es por eso que Jesús
los manda a presentarse ante los sacerdotes. Cuando se alejan de Jesús, los
diez leprosos no han sido sanados, es en el camino donde sanan.
Es uno
solo de los diez el que, al verse favorecido por Jesús vuelve para agradecerle.
Esto le pareció más importante que presentarse a los sacerdotes. Parece, pues,
que para este leproso era más importante mostrar su gratitud y reconocimiento a
Jesús, que llegar pronto a cumplir con lo prescrito por la ley para volver a la
vida normal, como lo hacen los otros nueve.
Pero
la gratitud a Jesús, a quien el leproso reconoce como Dios, por el gesto de
postrarse a sus pies, es lo que completa en él la obra que Dios tenía prevista:
su salvación. Los nueve restantes sólo se reintegraron a la sociedad, el
solitario se reintegró a la amistad con Dios por su reconocimiento.
“Levántate,
vete; tu fe te ha salvado”. Le dice Jesús, para asegurarle el efecto de su
actitud agradecida; un resultado insospechado por aquel hombre sencillo y de
sentimientos nobles.
Hermanas
y hermanos, se dice que la gratitud muestra lo más noble que hay en todos y en
cada uno de nosotros. Y así es. La gratitud es reflejo de una paz interior
libre de soberbia y de una serie de sentimientos y actitudes por demás opuestas
a la fe y al amor.
La
gratitud sólo nace del interior humilde que sabe que nada merece, como lo
veíamos el domingo pasado, que reconoce, más bien, que todo es gracia. Que Dios
no nos debe nada y que, al contrario, como criaturas le debemos todo. La
gratitud nos lleva a la fe que nos hace reconocer, alabar y anunciar la gran
misericordia de Dios con toda la humildad y al mismo tiempo con todos y cada
uno de nosotros.
Uno de
los regalos más importantes que Dios nos da es la fe. Una fe que nos hace
justos y nos salva. Una fe que pide permanecer obedientes al Maestro,
disponiendo nuestro corazón en la escucha de su Palabra. Y si de verdad creemos
que la fe es un don gratuito de Dios, ¿por qué no damos gracias por este
regalo?.
Ciertamente
el agradecimiento es un indicador de nuestro nivel espiritual personal. Una
persona agradecida muestra atención por los demás, una capacidad de amar y de
comprender, que es lo que se encuentra a faltar en los nueve leprosos. ¿Soy
agradecido? ¿Sabemos ser agradecidos con los que nos rodean, amigos,
familiares, compañeros?.
El
individualismo, tan acentuado hoy día, es un camino ancho que, junto a la crítica
fácil, conduce al disentimiento social, familiar y eclesial.
La
fiesta más bella de la gratuidad a Dios es la Eucaristía, pues eso es lo que
significa, acción de gracias. Y en ella aprendemos a reconocer que todo lo
recibimos de Dios a través de los que formamos la gran comunidad humana,
especialmente la comunidad eclesial.
En la
Eucaristía nos vemos identificados con el Dios del amor que lo único que quiere
es nuestro bien, el máximo bien: nuestra salvación. Porque Dios, el Padre de la
misericordia, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento
de la verdad.
Ahora
en el Pan que ofrecemos, el Verbo se hará presente. Y todos recibiremos el
mismo Pan de Vida, un solo Pan a repartir para todos. Que este gesto que
vivimos en la Eucaristía se haga presente en nuestra vida como cristianos.
ENTRA EN TU INTERIOR
CURACIÓN
El episodio es conocido.
Jesús cura a diez leprosos enviándolos a los sacerdotes para que les autoricen
a volver sanos a sus familias. El relato podía haber terminado aquí. Al
evangelista, sin embargo, le interesa destacar la reacción de uno de ellos.
Una vez curados, los
leprosos desaparecen de escena. Nada sabemos de ellos. Parece como si nada se
hubiera producido en sus vidas. Sin embargo, uno de ellos «ve que está
curado» y comprende que algo grande se le ha regalado: Dios está en el
origen de aquella curación. Entusiasmado, vuelve «alabando a Dios a grandes
gritos» y «dando gracias a Jesús».
Por lo general, los
comentaristas interpretan su reacción en clave de agradecimiento: los nueve son
unos desagradecidos; sólo el que ha vuelto sabe agradecer. Ciertamente es lo
que parece sugerir el relato. Sin embargo, Jesús no habla de agradecimiento. Dice
que el samaritano ha vuelto «para dar gloria a Dios». Y dar gloria a
Dios es mucho más que decir gracias.
Dentro de la pequeña
historia de cada persona, probada por enfermedades, dolencias y aflicciones, la
curación es una experiencia privilegiada para dar gloria a Dios como Salvador
de nuestro ser. Así dice una célebre fórmula de san Ireneo de Lion: "Lo
que a Dios le da gloria es un hombre lleno de vida". Ese cuerpo curado del
leproso es un cuerpo que canta la gloria de Dios.
Creemos saberlo todo sobre
el funcionamiento de nuestro organismo, pero la curación de una grave
enfermedad no deja de sorprendernos. Siempre es un "misterio"
experimentar en nosotros cómo se recupera la vida, cómo se reafirman nuestras
fuerzas y cómo crece nuestra confianza y nuestra libertad.
Pocas experiencias
podremos vivir tan radicales y básicas como la sanación, para experimentar la
victoria frente al mal y el triunfo de la vida sobre la amenaza de la muerte.
Por eso, al curarnos, se nos ofrece la posibilidad de acoger de forma renovada
a Dios que viene a nosotros como fundamento de nuestro ser y fuente de vida
nueva.
La medicina moderna
permite hoy a muchas personas vivir el proceso de curación con más frecuencia
que en tiempos pasados. Hemos de agradecer a quienes nos curan, pero la
sanación puede ser, además, ocasión y estímulo para iniciar una nueva relación
con Dios. Podemos pasar de la indiferencia a la fe, del rechazo a la acogida,
de la duda a la confianza, del temor al amor.
Esta acogida sana de Dios
nos puede curar de miedos, vacíos y heridas que nos hacen daño. Nos puede
enraizar en la vida de manera más saludable y liberada. Nos puede sanar
integralmente.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
El Samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó,
porque, libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia
profunda. Este encuentra la presencia de Dios en Jesús. Jesús ratifica su
actitud y está de acuerdo en que es más importante responder vitalmente al don
de Dios, que el cumplimiento de unos ritos externos.
Para él, su verdadera salvación llega en el reconocimiento y agradecimiento
del don. Los otros nueve fueros curados, pero no encontraron la verdadera
salvación; porque tenían suficiente con la liberación de la lepra y la
recuperación del entramado religioso.
El seguimiento de Jesús es una forma de vida. La vida escapa a toda posible
programación que le llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica
interna, es decir la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el
constreñimiento que le puede venir de fuera.
Al celebrar la misa, no sé si somos conscientes de que “eucaristía”
significa acción de gracias. Además, en ella repetimos más de quince veces
“Señor ten piedad”, como los diez leprosos. El gloria es reconocer y agradecer
a Dios lo que Él es. El evangelio de hoy tenía que ser un acicate para celebrar
conscientemente esta eucaristía. Que de verdad sea una manifestación
comunitaria de agradecimiento y alabanza.
Hace unos días celebrábamos las
Témporas de acción de gracias y petición, la celebración de las Témporas en los primeros
días de Octubre. Eran son días de acción de gracias que tenían y siguen
teniendo mucho sentido para la gente sencilla. Al finalizar la recolección de
los frutos, se le daba gracias a Dios por todos sus dones.
Pablo dice una frase que a mí me
encanta: “La palabra de Dios no está encadenada”. Por más que muchos intenten
domesticarla. La Palabra sigue haciendo de las suyas y llevando a mucha gente a
la verdadera liberación. Ni Dios ni la verdad necesitan gendarmes. Los que
dicen defenderlos, se están protegiendo a sí mismos. Lo más contrario a la
palabra es emplearla para someter y oprimir a las personas en nombre de Dios.
ORACIÓN FINAL
“Tú fe te ha salvado”... Sólo cuando esa frase puede aplicarse a nuestra
vida, cuando sentimos que ya no somos los mismos de antes, cuando la fe
cristiana produce un verdadero cambio en la persona y en la sociedad, sólo
entonces podemos comenzar a sentirnos cristianos de verdad.
Entre tanto, retornemos a
Cristo, al Cristo de la fe difícil y comprometida, no sea que en su nombre nos
estemos alejando cada día más.
Como aquel leproso, volvamos
alabando a dios a grandes gritos y echémonos a los pies de Jesús, dándole gracias
porque hoy su palabra nos ha abierto los ojos.
Demos gracias a Dios
porque si morimos con Cristo, viviremos con él; su perseveramos, reinaremos con
él; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo. Demos
gracias porque nos ha llamado para ser su comunidad y su pueblo.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes proporcionadas por Catholic.net
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