“Mirad: guardaos de toda clase de
codicia. Pues aunque
uno ande sobrado, su vida no depende
de sus bienes”
4
DE AGOSTO
XVIII
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©
1ª Lectura: Eclesiastés
1,2; 2,21-23
Salmo 89: Señor, tú has
sido nuestro refugio de generación en generación.
2ª Lectura: Colosenses
3,1-5.9-11
PALABRA
DEL DÍA
Lucas
12,13-21
“En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: -Maestro,
dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia, El le contestó: -Hombre,
¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: -Mirad:
guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no
depende de sus bienes. Y les propuso una parábola: -Un hombre rico tuvo una
gran cosecha. Y empezó a echar cálculos. ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la
cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré
otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y
entonces me diré a mí mismo: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos
años: túmbate, come, bebe, y date buena vida:” Pero Dios le dijo: “Necio, esta
noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?” Así será
el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”
Versión
para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Uno
de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo
la herencia".
Jesús
le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre
ustedes?".
Después
les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la
abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
Les
dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían
producido mucho,
y
se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi
cosecha'.
Después
pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y
amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,
y
diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa,
come, bebe y date buena vida'.
Pero
Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo
que has amontonado?'.
Esto
es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de
Dios".
REFLEXIÓN
El
evangelio nos trae un caso real y una parábola que generaliza el caso.
Ante el requerimiento de alguien que le pedía a Jesús que
lo ayudara con su prestigio para la solución del litigio que mantenía con su
hermano por la herencia, Jesús se negó rotundamente, ya que –según explicó- no
había sido enviado para ser árbitro o juez de conflictos económicos, jurídicos
o sociales.
Sin forzar el significado de este hecho, resulta
evidente, a la luz de cuanto ya hemos reflexionado sobre la misión de Jesús y
de sus discípulos, que es solamente el interés del Reino de Dios lo que mueve a
Jesús y lo que debe mover a la Iglesia, que debe dejar a la propia gente
interesada la solución concreta de sus problemas y conflictos. Jesús renuncia a
cualquier forma de paternalismo y demagogia.
Esta negativa de Jesús no debe entenderse en el sentido
de que estas cuestiones no tengan ninguna relación con el Reino de Dios, dicho
de otra manera: la predicación de Jesús constituye un fundamento para la ética
social, pero no es un código para resolver cualquier problema particular.
La parábola de Jesús que explica por qué hay que cuidarse
de la codicia, nos da el criterio del reino de Dios frente a la posible adquisición
de bienes, vengan éstos por herencia o
por trabajo personal.
Jesús desarrolla y perfecciona el criterio del Eclesiastés
–libro escrito unos doscientos años antes de Jesús- con su característico
pesimismo sobre la vida. Hoy no podemos pensar sin más que el trabajo no tiene
sentido, ni siquiera que la adquisición de bienes o dinero no lo tenga. La
reflexión sobre los valores humanos, sobre el cuerpo y sobre las realidades
físicas relacionadas con el hombre, ha avanzado lo suficiente como para que,
por no caer en un crudo materialismo, no nos vayamos al extremo opuesto de un
angelical misticismo.
Por eso Jesús contrapone dos tipos de riqueza: La riqueza
que se transforma en objetivo final del hombre, alienándolo y embruteciéndolo,
y la riqueza del hombre en sí mismo que emplea todo cuanto tiene y es al
servicio de la riqueza del espíritu. Por este motivo se habla de la “codicia”
que es la alienación total de la actividad humana.
Los cristianos afirmamos
genéricamente que Jesucristo da sentido a nuestra vida, o, como decía Pablo:
“Para mí, la vida es Cristo, Sin embargo, no basta esta genérica expresión para
que las cosas cambien mucho. Se necesita la reflexión de cada uno para
preguntarse si se refiere al Cristo del Evangelio, por un lado, y para ver qué
implica vivir hoy y aquí conforme a Cristo, imagen del Padre y prototipo del
hombre nuevo, por otro. Siguiendo con el caso de hoy, podríamos preguntarnos
qué debiera hacerse para que tanto los bienes materiales, como los culturales,
artísticos, científicos, etc., constituyan un bien de cada hombre, como una
forma práctica y concreta de vivir aquello de “amar al prójimo como a uno
mismo”.
En fin, que si sacáramos todas las
consecuencias de estas breves reflexiones evangélicas, tendríamos motivo
suficiente para afirmar nuestra confianza en la proyección humana del evangelio
y para iniciar ese cambio que nuestra sociedad tanto requiere.
ENTRA EN TU INTERIOR
Contra la insensatez
Cada
vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la
Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades
crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los
campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y
graneros cada vez más grandes.
En
un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella
situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano
para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que
cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven
instalados.
Un
rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo
gestionar tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica
insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar,
excluyendo de su horizonte a los necesitados.
El
rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos
graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede
acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para
disfrutar:”túmbate, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios
interrumpe sus proyectos: “Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida.
Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.
Este
hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el
centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los
jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que
luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida
solo es necedad e insensatez.
En
estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera
alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: ”los ricos,
sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres,
sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).
Este
hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la
insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la
cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la
Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en
manos de los más poderosos del Planeta.
Desde
la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor
de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que
guía hoy la historia humana.
José
Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Hermanos:
“Despojados de la vieja condición humana, con sus obras, y revestidos de la
nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a
conocerlo.”
El apóstol Pablo nos invita hoy a centrarnos en la
consideración de lo que es esencial en nuestra vida, para que todo lo que
hagamos esté regido por el testimonio y las palabras de Jesucristo que “es la
síntesis de todo y está en todos.”
Sólo así podremos vigilar el don maravilloso de la nueva
vida a la que hemos sido iniciados por la fe.
ORACIÓN FINAL
Señor, que nos has resucitado con Cristo, haz que,
buscando los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a tu derecha,
aspiremos a los bienes que nos enriquecen interiormente y que crean en el mundo
un orden de paz y de justicia.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
proporcionadas por Catholic.net