Te lo
aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero
cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no
quieras.
14 de Abril
III DOMINGO DE PASCUA
1ª
Lectura: Hechos 5,27-32.40-41
Salmo
29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
2ª
Lectura: Apocalipsis 5,11-14
PALABRA DEL DÍA
Jn 21,1-19
“En aquel tiempo, Jesús se apareció
otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta
manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de
Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les
dice: -Me voy a pescar. Ellos contestan: -Vamos también nosotros contigo.
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo,
cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era
Jesús. Jesús les dice: -Muchachos, ¿tenéis pecado? Ellos contestaron: -No. Él
les dice: -Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y
no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que
Jesús tanto quería le dice a Pedro: -Es el Señor. Al oír que era el Señor,
Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás
discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos
cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas
brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: - Traed de los peces
que acabáis de coger. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla
la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran
tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: -Vamos, almorzad. Ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el
Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue
la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de
entre los muertos. Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: -Simón, hijo de
Juan ¿me amas más que estos? El le contestó: -Sí, Señor, tú sabes que te
quiero. Jesús le dice: -Apacienta mis corderos. Por segunda vez le pregunta:
-Simón, hijo de Juan, ¿me amas? El le dice: -Pastorea mis ovejas. Por tercera
vez le pregunta: -Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que
le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: -Señor, tú conoces
todo, tú sabes que te quiero. Jesús le
dice: -apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te
ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos,
otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto dijo aludiendo a la muerte
con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: -Sígueme”.
Versión para américa Latina, extraída de la biblia del Pueblo de Dios
“Después
de esto, nuevamente se manifestó Jesús a sus discípulos en la orilla del lago
de Tiberíades. Y se manifestó como sigue:
Estaban
reunidos Simón Pedro, Tomás el Mellizo, Natanael, de Caná de Galilea, los hijos
del Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón
Pedro les dijo: «Voy a pescar.» Contestaron: «Vamos también nosotros contigo.» Salieron, pues, y subieron
a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
Al
amanecer, Jesús estaba pa rado en la orilla, pero los discípulos no sabían que
era él.
Jesús
les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo que comer?» Le contestaron: «Nada.»
Entonces
Jesús les dijo: «Echen la red a la derecha y encontrarán pes ca.» Echaron la
red, y no tenían fuer zas para recogerla por la gran cantidad de peces.
El
discípulo al que Jesús amaba dijo a Simón Pedro: «Es el Señor.»
Apenas
Pedro oyó decir que era el Señor, se puso la ropa, pues estaba sin nada, y se
echó al agua. Los otros discípulos llegaron con la barca —de hecho, no estaban
lejos, a unos cien metros de la orilla; arrastraban la red llena de peces.
Al
bajar a tierra encontraron fuego encendido, pescado sobre las brasas y pan.
Jesús
les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar.»
Simón
Pedro subió a la barca y sacó la red llena con ciento cincuenta y tres pescados
grandes. Y a pesar de que hubiera tantos, no se rompió la red.
Entonces
Jesús les dijo: «Vengan a desayunar». Ninguno de los discípulos se atrevió a
preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor.
Jesús
se acercó, tomó el pan y se lo repartió. Lo mismo hizo con los pescados.
Esta
fue la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitar
de entre los muertos.
Cuando
terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas
más que éstos?» Contestó: «Sí, Señor, tú sa bes que te quiero.» Jesús le dijo:
«Apacienta mis corderos.»
Le
preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Pedro volvió a
contestar: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Cuida de mis
ovejas.»
Insistió
Jesús por tercera vez: «Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se puso
triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería y le
contestó: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.» Entonces Jesús le
dijo: «Apacienta mis ovejas.
En
verdad, cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas a donde
querías. Pero cuando llegues a viejo, abrirás los brazos y otro te amarrará la
cintura y te llevará a donde no quieras.»
Jesús
lo dijo para que Pedro comprendiera en qué forma iba a morir y dar gloria a
Dios. Y añadió: «Sígueme>>
REFLEXIÓN
Tercer domingo de Pascua, “tercera
aparición de Jesús”. Esta vez en circunstancias distintas, en plena naturaleza,
junto al lago, y en medio de un trabajo fatigoso y descorazonador. Pero había
amistad, había añoranzas de otro amigo, había una espera indefinida.
Ellos, los siete discípulos, tenían
confianza de volver a ver al maestro, porque él había hablado de volver a
Galilea. Pero Jesús es imprevisible. Lo mismo puede aparecer en Judea que en
Galilea, en Damasco que en roma, en el norte que en el sur. Y lo mismo puede
aparecer en la noche que en el día, cuando amanece o cuando atardece; sea
cuando sea, él es el Día. Y lo mismo puede aparecer cuando se reza o cuando se
come, cuando se descansa, cuando se sufre o cuando se goza, en el curso o en la
vocación, él es la Fiesta y el Descanso.
Pero sus apariciones, que no tienen
esquema ni programa, sí suelen tener un proceso similar. Podríamos concretarlo
en un vacío o sufrimiento, una búsqueda perseverante y una respuesta al Señor.
Al decir vacío, hablamos de experiencias
de pobreza interior y sufrimiento. Conocemos la angustia de Magdalena, el
desencanto de los caminantes de Emaús, el miedo de los discípulos, las dudas de
Tomás, la frustración de los pescadores, las lágrimas de Pedro, la rabia de
Saulo. Pueden ser tantas cosas: una crisis interior, etapas de incomprensión o
de rechazo, abandono interior, fracasos, desengaños, enfermedades, sufrimientos
de cualquier tipo. Ejemplos actualizados son innumerables. Siempre desde la
insatisfacción.
La insatisfacción y esterilidad de
nuestras acciones y proyectos, puede ser signo ciertamente de un camino hoy
misterioso para nosotros, por el que el Señor nos hace pasar para que
participemos en su muerte. Pero eso no nos exime de preguntarnos si la
esterilidad pudiera ser debida a que no haya en nosotros la vida del
resucitado, a que no hayamos resucitado como Iglesia con el Señor. En efecto,
nada se puede esperar de una “Iglesia moribunda”, pues de la muerte sólo puede
salir muerte.
La Iglesia del éxito, aquí en el mundo, es
la Iglesia, que más allá del número, vive intensamente el júbilo de la
resurrección. Todos sabemos por experiencia que reunir multitudes, es relativamente fácil… el mejor signo de
fecundidad de la Iglesia es su capacidad de alabanza y de agradecimiento.
Alabar y agradecer son los gestos más característicos del amor perfecto. Nacen
de la alegría profunda de haber sido salvados.
En el anuncio del Kerigma, en
agradecimiento my alabanza, es lo que Dios quiere de los apóstoles y de sus
sucesores, como asimismo de toda la comunidad cristiana: que se extienda por el mundo la acción del
evangelio, considerado como buena noticia de la salvación de toda la humanidad.
ENTRA EN TU INTERIOR
El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos
junto al lago de galilea está descrito con clara intención catequética. En el
relato subyace el simbolismo central de la pesca en medio del mar. Su mensaje
no puede ser más actual para los cristianos: sólo la presencia de Jesús
resucitado puede dar eficacia al trabajo evangelizador de sus discípulos.
El relato nos describe, en primer
lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la oscuridad de la noche.
Todo comienza con una decisión de simón Pedro: “Me voy a pescar”. Los demás
discípulos se adhieren a él: “También nosotros nos vamos contigo”. Están de
nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan escuchando
su llamada, sino siguiendo la iniciativa de simón Pedro.
El narrador deja claro que este trabajo se realiza de
noche y resulta infructuoso: “aquella noche no cogieron nada”. La “moche”
significa en el lenguaje del evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz.
Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora,
no hay evangelización fecunda.
Con la llegada del amanecer, se hace presente Jesús.
Desde la orilla, se comunica con los suyos por medio de su Palabra. Los
discípulos no saben que es Jesús. Sólo lo reconocen cuando, siguiendo
dócilmente sus indicaciones, logren una captura sorprendente. Aquello sólo se puede
deber a Jesús, el Profeta que un día los llamó a ser “pescadores de hombres”.
La situación de no pocas parroquias y comunidades
cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen. Los cristianos más comprometidos
se multiplican para abarcar toda clase de tareas: siempre los mismos y los
mismos para todo. ¿Hemos de seguir intensificando nuestros esfuerzos y buscando
el rendimiento a cualquier precio, o hemos de detenernos a cuidar mejor la
presencia viva del Resucitado en nuestro trabajo?
Para difundir la Buena Noticia de Jesús y colaborar
eficazmente en su proyecto, lo más importante no es ”hacer muchas cosas”, sino
cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no
es el activismo sino el testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos.
No podemos quedarnos en la “epidermis de la fe”. Son
momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Llenamos nuestras comunidades
de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo es que, entre nosotros, se
escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la más importante es la que nos congrega
cada domingo para celebrar la cena del Señor. Sólo en él se alimenta nuestra
fuerza evangelizadora.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Señor, que así sea
siempre la Iglesia:
·
Hombres nuevos. Han renacido en la experiencia pascual.
Comienza en el bautismo. Se realiza por el Espíritu. La santificación
creciente, una vida como la de Cristo.
·
Comunidad nueva. Hay comunión profunda de vida, que
incluye el amor, la ayuda mutua, el compartir los bienes. La comunión.
·
Cristo en el centro. Es el núcleo de la comunidad, que
vive de él y para él, de su palabra y de su cuerpo, que se hace vida en cada
uno. Es la fe.
·
El testimonio. Su trabajo es predicar a Jesucristo, con
la palabra y la vida, evangelizar a los pobres, servir a todos. Es diaconía y
“martirio”.
·
La autoridad. Es responsabilidad y servicio. A Pedro se
le encomienda el cuidado principal por su primera fe y por su amor grande. No
ha de ser un jefe “a nadie llaméis jefes, porque uno solo es vuestro jefe.
Cristo” (Mt 23,10)-, sino un pastor, dedicado por tanto a defender a las
ovejas, a cuidarlas, a guiarlas: es decir, que sea capaz de darlo todo y darse
todo por sus ovejas.
“Yo soy el pan de vida… Quien come mi
carne y bebe mi sangre…” El
discurso de Jesús que sigue al relato de la multiplicación de los panes, en
Juan 6, remite inevitablemente a la última cena y a la eucaristía, aun cuando
la exégesis señale diferentes momentos más o menos marcados por esta
referencia. Este tema del pan de vida, nos llevará desde el viernes de la
segunda semana al sábado de la tercera semana de Pascua, por lo que nos
conviene comprenderlo bien.
“Les dio un pan del cielo” este
versículo del salmo 89 está en el centro mismo del discurso. Nos hallamos en el
desierto, y la reflexión se remite espontáneamente al maná y al Éxodo. Jesús ha
multiplicado el pan para la muchedumbre, y algunos se equivocan en torno al sentido
de este signo: hay que elevar el tono del debate. Jesús no es un hacedor de
milagros; no da el pan a los hombres sin
que éstos tengan que “colaborar en las obras de Dios” La fe es el lugar
del encuentro. Pero ¿quién es exactamente este Jesús? ¿El profeta? ¿El Rey?
Toda interpretación excesivamente fácil es peligrosa; es preciso superar
laboriosamente las etapas de la fe, Jesús, que se revela en la noche contra
viento y marera, llama al hombre a comprometerse en su seguimiento. Por otra
parte, el acontecimiento se sitúa poco antes de la Pascua, con lo cual se nos
remite a la gran Pascua, donde la realeza del Hijo del Hombre será revelada a
través del don que hará de sí mismo hasta la muerte.
¡La muerte y la vida! “Vuestros
padres comieron del maná en el desierto y murieron”. ¿De qué serviría
multiplicar el pan si no fuera pan de vida eterna? ¿Cómo vamos a tener siempre
al alcance de la mano a un hombre que nos dé el alimento de la inmortalidad?
¡Pues lo tenemos! Pero el encontrarnos con él supone la fe y el sacramento.
Primero la fe. Jesús es el pan de
vida.”Quien permanece en mí, permanece en Dios”. Se trata de permanecer en él,
no de frecuentarlo cuando la necesidad se hace sentir.
El alimento de vida eterna supone,
pues, la fe. Pero la fe se expresa en el sacramento. ¡Hay que “comer” –en el
sentido más radical- “la carne del Hijo del Hombre” y beber su sangre! “El, pan
que yo daré, dice Jesús, es mi carne para la vida del mundo”; las palabras de
la última cena resuenan aquí como un eco. Pero ¿en qué consiste ese sacramento
inaugurado en la última comida de Cristo?
¡Qué lejos estamos de la
distribución gratuita de un alimento de inmortalidad! ¡No basta,
verdaderamente, comulgar para ser
salvado! Jesús ha entregado su carne y su sangre, se ha entregado todo él…
Comerlo, como lo hace la fe, es seguirle Hasta ahí: hacerse uno con su carne
entregada y su sangre derramada. Acceder a la resurrección es aceptar el mismo
camino que el de la Pascua. Si a los judíos les costó tanto creer que hay que
“comer la carne de ese hombre”, no es porque les repugnase un acto tan extraño.
Sino más bien, porque percibían implícitamente que esta invitación pone a
Cristo en el centro de todo: ¿con qué derecho pretende él ser el Camino y la
Vida, siendo así que al poco tiempo va a ser crucificado? Por lo demás, algunos
discípulos van a comenzar a murmurar contra él por el mismo motivo: “¡Duras
palabras son ésas! ¿Quién puede hacerle caso?”. Sí, la palabra sacramental es
dura, ¡tan dura como el camino de la cruz! Pero no hay otra que pueda salvar al
hombre y “resucitarlo”… ¿A quién iremos, Señor?.
Es la tradición evangélica, el
relato de la multiplicación de los panes se inserta en un conjunto que culmina
en el reconocimiento de Cristo por Pedro y por la Iglesia. También aquí va el
apóstol a proclamar su fe: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de
Dios”. Pero la fe nunca será reposo absoluto. ¡Tampoco lo es en el sacramento!
No se puede comer la carne del Hijo del Hombre sin sentarse con él a la mesa de
la Cena y de la Pasión. De lo contrario, la vida no podrá surgir de la muerte,
como tampoco fue posible la resurrección más que a través de la prueba del
Calvario. Por eso la misa es un “sacrificio”. El pan partido para un mundo
nuevo supera absolutamente todos los esfuerzos humanos por compartir mejor el
pan: es el sacramento de la muerte necesaria para que florezca la vida. Y, en
el Evangelio, el relato de la multiplicación de los panes es algo completamente
distinto de una llamada a la generosidad, que siempre resulta decepcionante si
no se inserta en la fe en Jesús. Pan de vida para quienes le siguen hasta el
final.
LUNES
DE LA 3ª SEMANA DE PASCUA
15
DE ABRIL
·
Hechos
6,8-15
La
Iglesia crece; comienza a abrirse a los paganos. El Espíritu no tardará en
suscitar a Pablo, pero el apóstol de los gentiles tiene un precursor en la
persona de Esteban, hombre lleno de fervor y de entusiasmo. El primero, sin
duda, en romper con su pasado judío.
Esteban
predica con preferencia en las sinagogas reservadas a los judíos de cultura griega.
Sus palabras son claras, y se detecta en ellas los acentos del Maestro. Tanto
para el discípulo como para Jesús, el Templo y la Ley están caducos. Esteban
rechaza la devoción cuasi-supersticiosa al templo material. Del mismo modo,
proclama que la ley está al servicio del hombre, y no a la inversa, aquello
conmociona a los judíos, y el predicador es detenido. Y, al igual que en el
caso de Jesús, se encuentran falsos testigos.
·
Salmo
118: “Dichoso el que camina en la voluntad del Señor”.
El
Salmo 118 es un himno en honor de la Palabra divina. La estrofa aquí empleada
exalta la constancia del justo, incluso cuando “los nobles deliberan contras
él”.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
6,22-29
“Después
que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando
sobre el lago. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del
lago notó que allí no había habido más que una lancha y que Jesús no había
embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas lanchas de tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían
comido el pan sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la
gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a
Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le
preguntaron: “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”. Jesús les contestó: “Os lo
aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan
hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento
que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este
lo ha sellado el Padre, Dios”. Ellos le preguntaron: “Y, ¿Qué obras tenemos que
hacer para trabajar en lo que Dios quiere?”. Respondió Jesús: “La obra que Dios
quiere es esta: que creáis en el que él ha enviado”.
REFLEXIÓN
El
evangelio de hoy, junto con el de mañana, constituye la introducción al discurso
del pan de vida que, según Juan, pronunció Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm y
que leeremos íntegro en esta semana. Concluida la multiplicación de los panes,
Jesús despidió a la gente, que trataba de proclamarlo rey, y se retiró al monte
a orar. Luego, durante la noche y
caminando sobre el agua, se reunió con sus discípulos que se dirigían en
barca hacia Cafarnaúm.
La
muchedumbre se pone a buscar a Jesús, pero ¿qué busca en realidad? ¡El
escarnio! Todas esas gentes buscan al hombre que les ha dado de comer. Búsqueda
de un beneficio inmediato, superstición; pero también miedo al mañana. La
muchedumbre está inquieta y no sabe lo que quiere. La historia de la samaritana
se repite: hay todo un mundo entre las expectativas de los judíos y la manera
en que Jesús concibe su misión. El país quiere un rey, y Jesús se presenta como
el enviado de Dios.
Pero
sólo la fe permite reconocer la dignidad mesiánica de Jesús. A la muchedumbre
que pregunta qué hay que hacer para trabajar en lo que Dios quiere, se le da
una única respuesta: “la obra de Dios es que creáis en el que Él ha enviado”.
Ahora es el momento de la confianza, pero también el del rechazo.
MARTES
DE LA 3ª SEMANA DE PASCUA
16
DE ABRIL
·
Hechos
7,51-8,1
El
discurso de Esteban es el más largo del libro de los Hechos, pero la liturgia
sólo ha tomado el final del mismo, muy significativo por cierto. Esteban
denuncia la hipocresía de sus acusadores, que, al igual que sus antepasados, no
han observado la ley recibida en el Sinaí. Israel tiene una historia, y esa historia
es santa, en efecto, desde la vocación de Abrahán hasta la erección del templo.
Dios se encarnó en la vida de su pueblo, desgraciadamente, Israel quiso
encerrar a Yahvé en los límites de sus leyes y ritos y, de este modo, no
reconoció la nueva alianza fundada en la sangre de Jesús.
De
la misma manera que se quitaron de encima a Jesús, los judíos se deshacen de
Esteban. El motivo de la acusación no ha cambiado, y las últimas palabras del
condenado recuerdan las del Maestro. Verdaderamente, Esteban se ha comportado
como un auténtico discípulo; ha seguido a Jesús hasta la muerte. Pero también
hoy se sigue matando a Jesús, y Simón de Cirene sigue llevando hoy la cruz.
·
Salmo
30: “A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”.
El
salmo 30 es una larga queja individual, donde se mezclan las llamadas de
socorro con las expresiones de confianza. Proclama la serenidad del mártir que
ha puesto su causa en las manos de Dios
PALABRA
DEL DÍA
Juan 6,30-35
“Dijo la gente a Jesús: “¿Y qué signos vemos que haces
tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná
en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo”. Jesús les
replicó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es
mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el
que baja del cielo y da vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos
siempre de este pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida. El que
viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”.
REFLEXIÓN
El
evangelio tiene dos partes: 1ª Referencia al maná. 2ª Revelación de Jesús como
el pan de vida. El texto comienza empalmando con la consigna que Jesús acaba de
urgir a sus oyentes. El trabajo y la obra que Dios quiere de vosotros es que
creáis en su enviado, es decir, en Cristo mismo. De ahí la pregunta de la gente
al maestro: ¿Y qué signo vemos que haces tú para que creamos en ti? La masa
parece haber olvidado el gran “signo” de los panes.
Es
ahora cuando el redactor del texto introduce un tema básico de la tradición
judía: el maná, que apunta a una persona clave: Moisés, y se había convertido
en el alimento espiritual, símbolo de la Ley o de la Sabiduría, capaz de dar
vida. Pero, para Jesús, el maná, no es el verdadero pan de vida. En efecto, por
una parte, los que comieron murieron; por otra, es el Padre, y no Moisés, quién
da el verdadero pan. El propio Jesús es la nueva norma de vida, es la Sabiduría
de Dios. Los que escuchan su enseñanza se nutren, pues, del verdadero pan de
vida: estos vivirán para siempre.
MIÉRCOLES
DE LA 3ª SEMANA DE
17
DE ABRIL
·
Hechos
8,1-8
Después
de Esteban, es la Iglesia de Jerusalén la que es objeto de persecución,
participando así en el misterio de la muerte y resurrección de su Señor. Pero
el grano de trigo enterrado da su fruto. Obligada a abandonar la capital judía,
la Palabra de Dios resuena bajo otros cielos. Felipe, otro helenista, va a Samaría;
Pedro se dirige hacia Cesarea y Antioquía. Durante este tiempo, Saulo de Tarso
recoge las vestimentas de Esteban y se apresura a llevar a cabo las órdenes del
templo contra los cristianos de Damasco.
Con
Felipe, los samaritanos recuperan la alegría de aquella compatriota suya a la
que Jesús había anunciado el culto en espíritu y en verdad (Jn 4). También para
ellos han llegado los tiempos mesiánicos. Creen en la buena Noticia que Felipe les
anuncia y reciben el bautismo. El espíritu confirma la obra divina con grandes
signos y milagros. Unos cuantos días más, y los apóstoles vendrán a
autentificar la primera fundación de la Iglesia de Jerusalén.
·
Salmo
65: “Al que venga a mí, no lo echaré fuera”.
Los
vv. 1-12 del salmo 65 constituyen un himno cuya última estrofa hace alusión al
paso del mar de las Cañas, cuando Yahvé intervino para salvar a su pueblo. El himno
quizá fuese empleado en el culto para cantar la victoria conseguida sobre el
enemigo.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
6,35-40
“Dijo
Jesús a la gente: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará
hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho, me habéis
visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí
no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad,
sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha
enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último
día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él
tenga vida eterna, y yo lo r4esucitaré en el último día”.
REFLEXIÓN
“Al
que venga a mí, no lo echaré fuera”. Es clara la alusión a los primeros
capítulos de la historia de los hombres. Expulsado del paraíso después de su
falta. Adán ya no podía acceder al árbol de la vida; estaba, pues, abocado a la
muerte. Sin embargo, parece que la Sinagoga no ha considerado nunca la
situación del hombre como irremediable, opinión fundamentada, además, en el
mismo relato del Génesis. Se puede leer en ciertos textos del tárgum que la Ley es “árbol de
vida para todo hombre que la estudia”., mientras que la literatura sapiencial,
evidentemente, sustituía la Ley por la sabiduría.
El discurso sobre el pan de vida
recuerda insistentemente la voluntad salvífica del Padre, al mismo tiempo que
presenta a Jesús como la auténtica sabiduría. Gracias a él, “la maldición que pesaba
sobre la humanidad, después del pecado original, es perdonada”. Todos cuantos
se alimenten de su enseñanza no serán arrojados fuera: “¡al que venga a mí, no
lo echaré fuera!”. Al escuchar la palabra de Jesús encontramos la tierra de
nuestros orígenes. Jesús llama para recibir la gracia y el perdón, y nosotros
somos reintroducidos en el jardín para gustar el fruto del árbol. Él lo atrae
todo así: plantada en el corazón del mundo, su cruz es el nuevo árbol de la
vida en el que todo hombre puede encontrar su nacimiento. “Esta es la voluntad
del que me ha enviado que no pierda nada de lo que me dio”.
JUEVES
DE LA 3ª SEMANA DE PASCUA
18
DE ABRIL
·
Hechos
8,26-40
Dos
caminos parten de Jerusalén: uno conduce a Emaús; el otro se dirige hacia Gaza.
Por el primero caminan, cabizbajos y con el corazón encogido, dos peregrinos de
la Pascua, profundamente decepcionados por la detención y muerte de Jesús; por
el segundo viaja en su carro un eunuco “temeroso de Dios”, pero excluido de la asamblea
cultual judía tanto por ser extranjero como por ser eunuco. Hay muchas
semejanzas entre el relato de Emaús (Lc 24,13-35) y el del encuentro entre Felipe
y el etíope. En efecto, del mismo modo que Jesús había explicado todo lo que le
concernía referente a las Escrituras, Felipe se encargará de explicar al eunuco
el pasaje del siervo sufriente, con lo que se convertirá para este extranjero
en el testigo de la buena Noticia de Jesús, y será para él otro Cristo
resucitado, igual que Esteban había muerto como verdadero discípulo.
Jesús había compartido la eucaristía
con los dos discípulos iluminados; Felipe administrará el bautismo al eunuco, y
luego proseguirá su camino meditando las palabras del salmo: “Acudan los
magnates desde Egipto, tienda hacia Dios sus manos Etiopía”
·
Seguimos
con el salmo 65, esta vez con los versos 13-20.
Si
los versículos 1-12 del salmo 65 forman un himno, los versículos 13-20 son de
acción de gracias. Aquí están perfectamente indicados, después de la conversión
de Esteban, que marca el cumplimiento de los oráculos proféticos sobre la
universalidad de la salvación.
PALABRA
DEL DÍA
JUAN
6,44-51
“Dijo
Jesús a la gente: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha
enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán
todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende
viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de
Dios: ese ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo
soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y
murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no
muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan
vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
REFLEXIÓN
La lectura litúrgica del evangelio
de hoy, no recoge el pasaje del capítulo 6 de Juan que refiere las
murmuraciones de los judíos. Lo cual es de lamentar, porque, aparte dee que
constituyen un elemento esencial del discurso, los vv. 41-43 refuerzan el tono
del mismo y expresan la oposición de la sinagoga a las pretensiones mesiánicas
de Jesús. Esto se observa perfectamente cuando, al rechazo de los judíos, opone
Juan la universalidad del proyecto de Jesús: “El pan que yo daré es mi carne,
para la vida del mundo”.
Los vv. 44-51 subrayan la
interacción del Padre y del Hijo en la obra de la redención. Es dios mismo
quien instruye, dando cumplimiento a la palabra de Jeremías, que había anunciado
que al final de los tiempos Yahvé grabaría su ley en el corazón del hombre,
para que cada cual pueda tener un conocimiento personal de él (Jr 31,33). Hay
que notar, además, que, lo mismo que el Padre da el verdadero pan, es él quien
atrae a la humanidad para entregarla a su Hijo. Pero, por otra parte, ¿quién
revela al Padre, sino el Hijo?: “Yo soy el pan… el que coma de este pan vivirá…”
Vivir… La vida lo es todo. ¡Vivir es
lo esencial para todos los hombres!. Vivir… sabemos, mal que bien, lo que es:
vivimos de rebajas, satisfaciéndonos con nuestras pobres aspiraciones,
envaneciéndonos con nuestros logros irrisorios.
“Yo soy el pan vivo”, dice Jesús. La
desbordante vida de dios se hace carne y sangre. “El que coma de este pan
vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
VIERNES
DE LA 3ª SEMANA DE PASCUA
19
DE ABRIL
·
Hechos
9,1-20
Saulo
había aprobado el asesinato de Esteban, pero el primero de los mártires había
orado por sus perseguidores. La Iglesia ha abierto ya sus puertas a los
samaritanos y a los etíopes; ha llegado el momento de que “se responda del
Nombre ante las naciones paganas”, y ésta será la obra de Pablo.
Jesús
se le aparece camino de Damasco, donde Saulo resulta iluminado y logra ver con
claridad. Dios acaba de revelar en él a su Hijo. En un instante, Pablo ha
comprendido las limitaciones de la Ley que tan ferozmente defendía. No es la
circuncisión ni la observancia de los mandamientos lo que puede salvar al
hombre, sino la gracia de Dios. La cruz de Cristo. La Iglesia abre sus brazos
al convertido. Un discípulo de Damasco se presenta en la calle Recta, adonde ha
sido llevado Saulo, e impone a éste las manos. Es como si a Pablo se le cayeran
las escamas de los ojos. El espíritu le quema con un fuego que ya no habrá de apagarse.
·
Salmo
116: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”.
Es
un himno típico que contiene una invitación a la alabanza universal y ofrece el
motivo de la misma.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
6,52-59
“Disputaban
los judíos entre sí: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”. Entonces
Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es
verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que como mi carne y bebe
mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo
por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que
ha bajado del cielo: no como el de
vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para
siempre”. Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaúm”.
REFLEXIÓN
Con
el evangelio de hoy entramos en la segunda parte del discurso de Jesús sobre el
pan de vida, que viene a explicar y desarrollar la afirmación con que acababa
el evangelio de ayer: “El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”.
Hoy pasa a primer plano el tema eucarístico, que continúa y completa el del pan vivo bajado del cielo,
que veíamos ayer: “entonces disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste
darnos a comer su carne?” esta discusión permite a Jesús volver sobre el tema,
pero en su respuesta y aclaración Cristo no explica el cómo ni atenúa su
afirmación, que a los habitantes de Cafarnaúm sonaba fatal.
En
esta segunda parte del discurso, supedita la vida eterna a la comunión de su
cuerpo y de su sangre, que son verdadera comida y verdadera bebida. De hecho,
fe y comunión, fe y sacramento, fe y eucaristía, se necesitan y complementan
mutuamente. El cuerpo y la sangre, es decir, la persona de Cristo, recibidos
con fe son fuente de vida eterna ya desde ahora, para el que comulga
eucarísticamente.
SÁBADO
DE LA 3ª SEMANA DE PASCUA
20
DE ABRIL
·
Hechos
9,31-42
Transición
antes de la entrada de los paganos en la Iglesia, transición durante la cual la
Iglesia no deja de crecer. Pedro, garante de la comunión, se desplaza
continuamente.
¡Levántate!
Así tradujeron los judeo-cristianos su experiencia de la resurrección: “Creemos
que Jesús murió y después fue levantado”. Cristo, de pie, a la puerta del sepulcro,
aurora de la promesa, amanecer de un mundo nuevo. Al hombre tumbado en su
camilla desde hacía ocho años, Pedro le ordena: “Eneas, Jesucristo te da la
salud: levántate y arregla tu lecho”. Y lo mismo a la cristiana de Jafa:
“Tabita, levántate”,
antes de decírselo al pagano Cornelio, que había acudido a pedir el bautismo.
Comienza una nueva era para la Iglesia de Dios.
·
Salmo
115: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.
El
salmo 115 es un salmo de acción de gracias individual. La liturgia toma de él,
sobre todo, el deseo expresado por el fiel de cantar a Dios su agradecimiento.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
6,60-69
“Muchos
discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién
puede hacerle caso?”. Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les
dijo; “¿esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde
estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. La
palabra que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no
creen”, pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a
entregar. Y dijo: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre
no se lo concede”. Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y
no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los doce: “¿También vosotros
queréis marcharos?” Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir?
Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el
Santo consagrado por Dios”.
REFLEXIÓN
“Nadie puede venir a mí si el Padre no se
lo concede…” Es
la hora de la elección, de la que no se libra el grupo de los discípulos. La
carne no sirve de nada, lleva a la muerte. La carne es el templo de Herodes, el
agua de Jacob, el pan de Moisés. Sólo el Espíritu vivifica, y el Espíritu es la
nueva ley, la palabra de Dios transmitida por Cristo.
Con
el texto de hoy termina la lectura continua de Juan 6 que hemos seguido desde
el viernes de la semana segunda. Hoy se deja constancia de las dos reacciones
dispares a todo el discurso de Cristo sobre el pan de vida, que es su propia
carne: reacción negativa una y positiva otra. La insistencia fundamental de
Jesús en este final de discurso es la disyuntiva entre fe o incredulidad. Por
la fe optarán los doce por boca del apóstol Pedro y por la incredulidad la
mayoría del pueblo y de los discípulos. Es la gran crisis con que, según Juan,
termina el ministerio profético de Jesús por tierras de Galilea.
La
reacción positiva, la fe, está expresada en la decisión del grupo de los doce,
en cuyo nombre habla el apóstol Pedro. “Desde ese momento muchos discípulos de
Jesús se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a
los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor,
¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna, nosotros creemos y
sabemos que tú eres el santo, consagrado por Dios”. Profesión de fe que
recuerda la de Pedro en Cesarea de Filipo: Tú eres el mesías, el Hijo de Dios
vivo.
“¿Queréis
marcharos?” Hermanos, ¿os habéis preguntado ya si vais a quedaros o a
marcharos? Y no penséis dar una respuesta de una vez por todas. No habremos aún
gustado la fe, el indescriptible encuentro, si en alguna parte de nuestro
corazón no hemos sentido la temible duda: “¿A quién podríamos acudir?”
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