miércoles, 27 de febrero de 2013

TERCER DOMINGO DE CUARESMA


“Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.

3 de Marzo
Domingo 3º de Cuaresma
(Puede elegirse las lecturas del Ciclo A, sobre todo
si hay catecúmenos que van a recibir
 el Bautismo)
1ª Lectura: Éxodo 3,1-8.11-15
Salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
2ª Lectura: 1 Corintios 10,1-6.10-12
PALABRA DEL DÍA
Lc 13,1-9
“Se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no, y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Pues os  digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Y les dijo esta parábola: ·Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar futo en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.
Versión para América Latina extraída del la Biblia del Pueblo de Dios

“En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.
El les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.
¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera".
Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.
Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'.
Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.
Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'".
 
REFLEXIÓN
Si no os convertís, todos pereceréis.
No basta criticar. No basta indignarse y deplorar los males, atribuyendo siempre y exclusivamente a otros su responsabilidad.
Nadie puede situarse en una «zona neutral» de inocencia. De muchas maneras, todos somos culpables. Y es necesario que todos sepamos reconocer nuestra propia responsabilidad en los conflictos y la injusticia que afecta a nuestra sociedad.
Sin duda, la crítica es necesaria si queremos construir una convivencia más humana. Pero la crítica se convierte en verdadero engaño cuando termina siendo un tranquilizante cómodo que nos impide descubrir nuestra propia implicación en las injusticias y nuestra despreocupación por los problemas de los demás.
Jesús nos invita a no pasarnos la vida denunciando culpabilidades ajenas. Una actitud de conversión exige además la valentía de reconocer con sinceridad el propio pecado y comprometerse en la renovación de la propia vida.
Hemos de convencernos de que necesitamos reconstruir entre todos una civilización que se asiente en cimientos nuevos. Se hace urgente un cambio de dirección.
Hay que abandonar presupuestos que hemos estado considerando válidos e intangibles y dar a nuestra convivencia una nueva orientación.
Tenemos que aprender a vivir una vida diferente, no de acuerdo a las reglas de juego que hemos impuesto en nuestra sociedad egoísta, sino de acuerdo a valores nuevos y escuchando las aspiraciones más profundas del ser humano.
Desde el «impasse» a que ha llegado nuestra sociedad del bienestar, hemos de escuchar el grito de alerta de Jesús: «Si no os convertís, todos pereceréis».
Nos salvaremos, si llegamos a ser no más poderosos sino más solidarios. Creceremos, no siendo cada vez más grandes sino estando cada vez más cerca de los pequeños. Seremos felices, no teniendo cada vez más, sino compartiendo cada vez mejor.
No nos salvaremos si continuamos gritando cada uno nuestras propias reivindicaciones y olvidando las necesidades de los demás. No seremos más cuerdos si no aprendemos a vivir más en desacuerdo con el sistema de vida utilitarista, hedonista e insolidario que nos hemos organizado.
Nos salvaremos si desoímos más el ruido de los «slogans» y nos atrevemos a escuchar con más fidelidad el susurro del evangelio de Jesús.

José Antonio Pagola

ENTRA EN TU INTERIOR
            Dios es paciente. Moisés, que algo conocía sobre el nombre y la naturaleza de Dios, no se cansa de reconocerlo y de invocarle con este título: “Lento a la cólera y rico en amor y fidelidad”. Dios es paciente y misericordioso. La paciencia es hija del amor misericordioso y de la esperanza.
            ¡Qué paciencia la de Dios con su pueblo! ¡Qué paciencia la de Dios con nosotros! Una paciencia infinita, porque infinita es su misericordia. La paciencia es una de las joyas más brillantes de la corona divina. Por eso perdona una y mil veces. Perdona siempre. Espera un día y otro. Espera siempre.
            Jesús nos enseñó hermosamente este misterio de la paciencia y del perdón de Dios. Nos lo enseñó con parábolas, como la cizaña, el hijo pródigo, y con su ejemplo: con el pueblo, con sus discípulos, con sus enemigos. Es el Siervo de Yahvé que “no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo vacilante”.
            Jesús, ante la creencia de que las desgracias de aquellos galileos que Pilatos había ejecutado o las diecinueve personas que habían fallecido en Jerusalén al derrumbarse la torre de Siloé, eran consecuencia de su propio, pecado, les asegura que no. No eran ni mejores ni peores que los demás. La rectitud de las personas es fundamentalmente un trabajo interior. Es lo que comúnmente llamamos conversión. Se basa en la fe y en la esperanza y se manifiesta, como frutos en sazón, en la oración confiada y amorosa, en la entrega  desinteresada y cordial, en la sobriedad y libertad persona.
            De una manera particular, este tiempo de Cuaresma es el tiempo oportuno para seguir cavando, a nivel personal y comunitario, nuestra propia tierra, abonarla con sentimientos, palabras y obras de misericordia y de paz, y convertirnos así en mensajeros de resurrección a nuestro alrededor.                                  

ORA EN TU INTERIOR
                Señor, tu solicitud por mi salvación, por mi felicidad, no tiene medida. Tampoco la tiene mi despreocupación. Si otros hubieran recibido de ti tantos beneficios, te serían fieles. ¡Conviérteme, Señor, y me convertiré a ti! No quiero parecer y estar lejos de ti, sin vida, sin fe.
Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes proporcionadas por Catholic.Net


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