“REMA MAR ADENTRO…”
7 DE FEBRERO
V DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO (C)
1ª Lectura:
Isaías 6,1-2.3-8
Aquí estoy,
mándame.
Salmo 137:
Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
2ª Lectura: 1
Corintios 15,1-11
Esto es lo
que predicamos; esto es lo que habéis creído.
PALABRA DEL
DÍA
Lc 5,1-11
“La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra
de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que
estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando
las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara
un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó
de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”.
Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado
nada: pero, por tu palabra, echaré las redes”. Y, puestos a la obra, hicieron
una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los
socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron
ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro
se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un
pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con
él, al ver la redada de peces que habían pescado; y lo mismo les pasaba a
Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a
Simón: “No temas: desde ahora, serás pescador de hombres. Ellos sacaron las
barcas a tierra y dejándolo todo, lo siguieron”.
Versión para
América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de
Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago
de Genesaret.
Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los
pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes.
Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió
que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la
multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar
adentro, y echen las redes".
Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche
entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes".
Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las
redes estaban a punto de romperse.
Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca
para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas,
que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le
dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador".
El temor se había apoderado de él y de los que lo
acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido;
y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo,
compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en
adelante serás pescador de hombres".
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo,
lo siguieron”.
REFLEXIÓN
Hoy cada una de las lecturas nos
presenta una escena de vocación. Es lógico. En el comienzo del evangelio que
estamos leyendo está la llamada a los primeros discípulos y la respuesta de
éstos. Esto hace que la primera lectura recoja también una vocación profética.
La segunda lectura nos transmite la llamada que de parte de Dios han recibido
los corintios por boca de san Pablo.
Isaías explica su vocación. Ha sido
una visión majestuosa del Señor en el templo, rodeado por los serafines:
“¡Santo, Santo, Santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su
gloria!”. Isaías ha contemplado a Dios, y, claro está, ha quedado sin palabras.
¿Cómo se puede explicar lo inefable? Ante la santidad de Dios, ha sentido como
nunca su impureza y de ésta sólo Dios puede curarlo. ¡Y lo hace!
Es entonces cuando puede “escuchar
la voz del Señor” de verdad, y no antes. Entonces puede comprender que el Señor
le necesita a él, que ha sido purificado, para recibir la misión de ser
portador de la palabra que ha escuchado: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?.
Sólo entonces puede responder a la llamada (vocación) que Dios le hace: “aquí
estoy, mándame”. Ha nacido un profeta.
También Simón Pedro se ha
encontrado con que la experiencia del inefable se le ha hecho presente en su
vida. “Nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada”, dirá
explicando su vida hasta entonces de manera muy gráfica. Pero está dispuesto a
hacer caso de la palabra que ha escuchado pues Jesús “desde la barca, sentado,
enseñaba a la gente”. Cuando esta palabra se concreta en él, “rema mar adentro,
y echad las redes para pescar”, sencillamente obedece y se encuentra con la
maravilla de la acción de Dios que todo lo transforma.
También Pedro siente su indignidad,
como antes Isaías y todos los profetas, en contrate y en contacto con la
santidad de Dios que se le ha hecho evidente en Jesús. No es extraña su
reacción: “apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Es entonces cuando está
a punto para recibir la misión: “No temas; desde ahora serás pescador de
hombres”. Ha nacido un apóstol, listo para acompañar y seguir a Jesús.
ENTRA EN TU
INTERIOR
¿Seremos capaces de darnos cuenta de la necesidad de conversión?
El relato de “la pesca milagrosa” en el lago de Galilea fue muy popular
entre los primeros cristianos. Varios evangelistas recogen el episodio, pero
sólo Lucas culmina la narración con una escena conmovedora que tiene por protagonista
a Simón Pedro, discípulo creyente y pecador al mismo tiempo.
Pedro es un hombre de fe, seducido por Jesús. Sus palabras tienen para él
más fuerza que su propia experiencia. Pedro sabe que nadie se pone a pescar al
mediodía en el lago, sobre todo si no ha capturado nada por la noche. Pero se
lo ha dicho Jesús y Pedro confía totalmente en él: “Apoyado en tu palabra,
echaré las redes“.
Pedro es, al mismo tiempo, un hombre de corazón sincero. Sorprendido por
la enorme pesca obtenida, “se arroja a los pies de Jesús” y con una
espontaneidad admirable le dice: “Apártate de mí, que soy pecador”. Pedro
reconoce ante todos sus pecados y su absoluta indignidad para convivir de cerca
con Jesús.
Jesús no se asusta de tener junto a sí a un discípulo pecador. Al
contrario, si se siente pecador, Pedro podrá comprender mejor su mensaje de
perdón para todos y su acogida a pecadores e indeseables. “No temas. Desde
ahora, serás pescador de hombres”. Jesús le quita el miedo a ser un discípulo
pecador y lo asocia a su misión de reunir y convocar a hombres y mujeres de
toda condición a entrar en el proyecto salvador de Dios.
¿Por qué la Iglesia se resiste tanto a reconocer sus pecados y confesar
su necesidad de conversión? La Iglesia es de Jesucristo, pero ella no es Jesucristo.
A nadie puede extrañar que en ella haya pecado. La Iglesia es “santa” porque
vive animada por el Espíritu Santo de Jesús, pero es “pecadora” porque no pocas
veces se resiste a ese Espíritu y se aleja del evangelio. El pecado está en los
creyentes y en las instituciones; en la jerarquía y en el pueblo de Dios; en
los pastores y en las comunidades cristianas. Todos necesitamos conversión.
Es muy grave habituarnos a ocultar la verdad pues nos impide
comprometernos en una dinámica de conversión y renovación. Por otra parte, ¿no
es más evangélica una Iglesia frágil y vulnerable que tiene el coraje de
reconocer su pecado, que una institución empeñada inútilmente en ocultar al
mundo sus miserias? ¿ No son más creíbles nuestras comunidades cuando colaboran
con Cristo en la tarea evangelizadora, reconociendo humildemente sus pecados y
comprometiéndose a una vida cada vez más evangélica?¿No tenemos mucho que
aprender también hoy del gran apóstol Pedro reconociendo su pecado a los pies
Jesús?
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Más allá del proceso de su propia
vocación, es ahora Pablo, el apóstol, quien nos hace ver cómo la misión que
Dios le ha confiado consiste en anunciar fielmente la Buena Nueva. Él es el
instrumento de la llamada que Dios hace a todos “y que os está salvando”,
porque todo el mundo puede hacer experiencia de la santidad de Dios, chocar con
la propia debilidad y ser curado, para vivir en la vida nueva a la que Dios nos
llama.
Si ya lo hacemos habitualmente, hoy
las lecturas nos invitan a rezar por las vocaciones. Y esto quiere decir rezar
para que a todo el mundo pueda llegarle nítida la Buena Nueva de la salvación
en su vida y así todo el mundo pueda hacer esta experiencia de la santidad de
Dios que le lleva a sentir la propia debilidad de la que Dios lo puede curar.
Entonces cada uno podrá escuchar y comprender lo que Dios le pide en la vida.
El proceso de esta vocación, como
refleja Pablo, llega por obra de la misión apostólica. Es preciso que roguemos
a Dios para que no falten respuestas a esta llamada específica en el
ministerio.
Cada Eucaristía tiene que poder ser
un nuevo encuentro con la santidad de Dios que habla y actúa en nuestra vida.
ORACIÓN FINAL
Dios, que has querido
hacernos partícipes de un mismo pan y un mismo cáliz, concédenos vivir tan
unidos a Cristo que fructifiquemos con gozo para la salvación del mundo. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Expliquemos
el evangelio a los niños
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Fano
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