miércoles, 3 de febrero de 2016

10 Y 14 DE FEBRERO: MIÉRCOLES DE CENIZA Y PRIMER DOMINGO DE CUARESMA. MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2016.


10 de Febrero
MIÉRCOLES DE CENIZA
1ª Lectura: Joel 2,12-18
Rasgad los corazones y no las vestiduras.
Salmo 50: Misericordia, Señor: hemos pecado.
2ª Lectura: 2 Corintios 5,20-6,2
Reconciliaos con Dios: ahora es tiempo favorable.
PALABRA DEL DÍA
Mt 6,1-6.16-18
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan: Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará”.
Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
Jesús dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha,
para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
REFLEXIÓN
COMENZAMOS LA CUARESMA
            Con el Miércoles de Ceniza empezamos, un año más, la celebración de la Cuaresma. Toda la Iglesia está invitada a ponerse en camino hacia la Pascua con un corazón nuevo, con un corazón renovado. Los textos litúrgicos serán nuestra guía, nuestra compañía, en este tiempo santo. Tenemos que dejarlos hablar, para poder recoger su mensaje salvífico. Tenemos que estar abiertos a este “tiempo favorable”. Si de verdad nos implicamos en esta propuesta de conversión, en esta aventura de gracia, si de verdad nos reconciliamos con Dios, será un camino de liberación y de vida renovada.
LOS GRITOS DE LA CUARESMA
Los textos bíblicos que la liturgia nos ofrece en este primer día de la Cuaresma, nos invitan a la conversión, a centrarnos en lo esencial, a preguntarnos por qué, tan a menudo, cosas sin importancia, pasan a ser importantes en nuestra vida hasta el punto de distraernos de las relaciones con Dios, con los hermanos, y de descentrarnos a nosotros mismos.
El profeta Joel llama al pueblo a la conversión interior y sincera, a huir de la ritualidad puramente externa, con frases como éstas: “Convertíos a mí de todo corazón…”  “Rasgad los corazones, no las vestiduras”.
En el salmo, en sintonía con las lecturas, cantamos: “…por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado…, crea en mí un corazón puro…, renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes lejos de tu rostro…”, “no me quites tu Santo Espíritu”, “devuélveme la alegría de tu salvación…”
Pablo describe la salvación como gracia, como don gratuito que hemos de acoger, y nos invita: “os pedimos que os reconciliéis con Dios”.
TRES PUNTOS IMPORTANTES A TENER EN CUENTA
•          Piedad auténtica: limosna, oración, ayuno. Esto nos remarca el texto evangélico de hoy, en la sección central del Sermón de la Montaña de San Mateo. Aquí Jesús exhorta a una espiritualidad auténtica.
•          Cuaresma, tiempo de gracia y de reconciliación. El protagonismo de este tiempo no lo tienen nuestras obras, por muy buenas que sean, sino la gracia de Dios. En el centro de la reconciliación de Dios con el hombre y del hombre con Dios está la obra de Cristo: “Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios”. Cada uno de nosotros ha de sentirse acogido por Dios, tal como lo expresa Pablo en este texto, cuando cita a Isaías 49,8: “en tiempo favorable te escuché, en día de salvación viene en tu ayuda”. La conclusión que saca el apóstol conviene que tenga eco a lo largo de toda nuestra vida: “Ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación”.
•          Al final, dominando todo el horizonte, la Pascua. En ningún momento de estos cuarenta días, debemos olvidar la meta a la que nos conduce: la Pascua. Las oraciones litúrgicas de estos días, van a incidir en ello: “Que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo…”, “…concédenos, por medio de las prácticas cuaresmales, el perdón de los pecados; así podremos alcanzar, a imagen de tu Hijo resucitado, la vida nueva de tu reino…”.
Esto es lo que hemos dicho a nuestro Padre Dios este Miércoles de Ceniza, ahora es una nueva oportunidad, tal como nos ha recordado Pablo. Cuando se trata de avanzar en la conversión del corazón partimos del protagonismo del Padre que nos ha regalado su gracia. Es la gracia, derramada en nuestro corazones con el Espíritu que se nos ha dado, la que nos capacita para amar tal como Jesús amó, para actuar con misericordia, para dar ternura, para orar con confianza, para ser sencillos, para perdonar a quien nos ha ofendido, para reconocer la propia pequeñez, para ayudar con más desprendimiento, para ser más compasivos con nuestros hermanos más necesitados, los más pobres, los enfermos, los ancianos, los niños… y tantas y tantas maravillas, que la gracia de Dios nos permite realizar.
Por tanto una llamada al arrepentimiento, a convertirnos al Dios del amor y el perdón, que  ha hecho su obra en Jesucristo. Es un tiempo favorable para la reconciliación, como nos ha recordado Pablo en la segunda lectura.
La Iglesia nos propone los tres gestos tradicionales: la oración, el ayuno y la limosna. Son  los signos de la conversión en los tres ámbitos de nuestra vida.
•          LA ORACIÓN: Momento tranquilo de nuestra comunión con Dios, para escuchar su Palabra y para depositar nuestra confianza en Él, en un mundo que ignora la oración y se olvida de Dios.
•          EL AYUNO: Esfuerzo de austeridad personal en la comida, en los gastos, en la ostentación exterior, en un clima social tan inclinado a valorar la riqueza y el poder.
•          LA LIMOSNA: Signo de la generosidad hacia los demás, especialmente a los más necesitados.
Sin olvidar el acento evangélico: lo que importa es el corazón abierto y sincero: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos…”, hemos escuchado en el evangelio.
            Toda la Cuaresma será la contemplación del camino de Jesús y el impulso para todos nosotros por hacerlo con él, como aprendizaje de la vida verdadera.
            La ceniza de este miércoles es ya ceniza de resurrección. Dios es capaz de sacar vida de la muerte y resurrección de las cenizas, como brota la espiga del grano que muere en la tierra.
Este tiempo de Cuaresma es una nueva oportunidad para aprovechar al máximo la gracia de Dios, y trabajar para que por fin, la Pascua de la justicia, del amor y de la paz,   llegue a todos. Para que por fin todas las armas se conviertan en rosas, todas las alambradas de espinas, en setos verdes y floridos, todas las cruces en luces de la aurora, todos los muros que dividen, en arcoíris, que hombres, mujeres y  niños puedan vivir sin sobresaltos.
Comencemos, hermanas y hermanos y vivámosla intensamente, vivámosla como rejuvenecimiento interior, que podamos renacer en espigas de primavera en la mañana santa de la Pascua.
ENTRA EN TU INTERIOR
            La gracia de Dios nos permite enternecer nuestros corazones y escuchar la Palabra de Dios. Precisamos, sin embargo, de una actitud humilde a fin de acoger los dones de Dios, tener aquella confianza en los hijos que esperan las caricias de sus padres. Nosotros también esperamos que nos llegue la ternura de Dios, sus caricias manifestadas en los sacramentos, en su Palabra, en las personas, en los hechos cotidianos, en los que sufren.
            Sé, Señor, que ahora es el momento de colaborar contigo para hacer posible mi cambio. La Cuaresma quiere recordarme que tengo que hacer algo, aunque sea poco.
ORA EN TU INTERIOR
            Dar limosna, o lo que es lo mismo, cambiar mi ideal de tener por el de compartir. Y esto será posible, Señor, si como me dice San Pablo, comienzo a considerar a los demás, sobre todo a los más pobres y necesitados, como superiores a mí.
            Quiero, Señor, poner amor en todas las exigencias cuaresmales, aunque sean difíciles, pero sé que si pongo amor, seguramente se transformarán en momentos de gozo.
ORACIÓN FINAL (Salmo 50)
            Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre. Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con agua: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.

SEMANA DE CENIZA
La cuaresma comienza al son de trompetas. Todo el pueblo es convocado al ayuno en la Iglesia, asamblea santa. Al final de la cincuentena pascual, el profeta Joel anunciará la efusión del Espíritu sobre “toda carne” (Pentecostés). El ayuno de la cuaresma no es una práctica de penitencia individual, sino una larga celebración en la que la Iglesia convoca a los hombres para que dejen que el Espíritu renueve sus corazones. Entonces, del polvo de nuestras cenizas brotarán la vida y la fiesta.
            Hoy debemos partir, recuperar nuestros orígenes nómadas, tomar el camino de la vida. Camino de cruz, hecho de humildad, desprendimiento interior, justicia y amor al hombre. Camino por el que la Iglesia va a la búsqueda del Esposo que le ha sido arrebatado, en el silencio del desierto y la verdad del corazón. Pero la fe sabe que la cruz anuncia la resurrección y que ninguna noche se prolonga sin desembocar en la aurora pascual. Los pecadores ya están invitados a la mesa mesiánica por aquel que ha venido a llamar a los enfermos y no a los sanos.
            ¿No debería ser nuestro ayuno, en el sentido estricto del término, un “ayuno eucarístico”, un despojarse de todo para, al fin, gustar la alegría de la mesa de la reconciliación? Mesa en la que el Esposo nos da ya el nuevo vino de la fiesta. El cristiano, cuando hace penitencia, conoce la paz interior de la vida y del perdón y, si va al desierto, es porque allí puede Dios hablar a su corazón; pero en el silencio, y en esta ausencia, que es la única que puede abandonar nuestro deseo.
            ¡Es hermoso ayunar para ti, Dios, vida nuestra, y dejar que el hambre profundice en nosotros el deseo de un mayor amor!.
            Siguiendo a tu Hijo Jesús, iremos al desierto, y de nuestro despojo de cada día renacerá una humanidad nueva, fruto de la gracia y la pobreza.
            Bendito seas por la mesa del pan partido, donde son reconciliados los que se dan a ti sin  reservas. Y bendito sea el día en que tu Iglesia conozca con qué ternura la amas mientras camina por los duros senderos de la cruz.

PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
Esta primera semana la liturgia nos invita a caminar, a ponernos en camino. ¿Hacia dónde? Hacia un mundo nuevo.
El creyente debe tener alma de nómada. El nómada nunca llega a donde tiene que llegar, porque lo suyo es ser caminante, no tener ningún lugar en propiedad. Todos los lugares son de paso. Ningún lugar es su lugar. Lo esencial está siempre más allá.
Todos los días es tiempo de empezar, de comenzar de nuevo. Cada mañana es tiempo de arrancar de nuevo hacia la meta. El punto donde quedamos al terminar el día no es nunca un punto final. Sólo es punto y seguido. No hemos llegado nunca donde Dios nos espera, aunque estemos siempre con Dios, Dios, como un padre que enseña a andar a su hijo, siempre se pone un poco más allá y nos deja solos para que caminemos hacia él.
Caminar, en clave de fe, significa dejar la tierra donde nos sentimos bien, seguros, esclavos de nuestros antojos y de nuestros planes, sordos para escuchar la voz de Dios.
Caminar tiene sus riesgos: uno se cansa, hay momentos de desierto, se encuentran compañeros de ruta que se hacen insoportables y vienen las peleas y las discusiones… O llega la niebla que no nos deja ver, que te desorienta y te preguntas: ¿Dónde voy? ¿Para qué seguir caminando siempre si no se llega nunca?
Caminar, ¿hacia dónde? Hacia lo esencial: “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo”, y, además, “al final de la vida se os va a medir por lo que hicisteis con los hermanos, no por las fatigas que os tomasteis” En palabras de San Juan de la Cruz: “Al amanecer de la vida, se os juzgará en el amor”.
Esta primera semana nos centra en lo esencial, santidad y la vida como servicio a los hermanos. Sin esto no hay vida cristiana.

14 de Febrero
DOMINGO 1º DE CUARESMA
COLECTA DE LA CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE EN EL MUNDO
MANOS UNIDAS
1ª Lectura: Deuteronomio 26,4-10
Profesión de fe del pueblo escogido
Salmo 90: Estás conmigo, Señor, en la tribulación.
2ª Lectura: Romanos 10,8-13
Profesión de fe del que cree en Jesucristo.
PALABRA DEL DÍA
Lucas: 4,1-13
“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: “Está escrito: No solo de pan vive el hombre”. Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Jesús le contestó: “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrá en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. Jesús le contestó: “Está mandado: No tentarás al Señor tu Dios”. Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión”.
Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,
donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.
El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan".
Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan".
Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra
y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.
Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá".
Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".
Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo,
porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.
Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".
Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno. “

REFLEXIÓN
            El miércoles pasado comenzamos el tiempo de Cuaresma. Tanto a nivel personal como comunitario los cristianos vamos a centrar nuestro esfuerzo, a lo largo de estas semanas, en un trato más frecuente y confiado con Dios, en una atención más afectuosa y amable con nuestros hermanos y en una sensata sobriedad personal ante cualquier apetencia o inclinación. La finalidad es muy clara: afinar paulatinamente  nuestro cuerpo y nuestro espíritu para acoger en fe y en esperanza la resurrección de Jesús el día de Pascua y vivir después, con mayor empuje, la presencia del Resucitado en nuestras vidas. Todos nos hacemos espaldas con nuestra oración, nuestra limosna y nuestro ayuno para ir aumentando esa libertad de hermanos del Resucitado.
            En las lecturas de hoy se nos propone un medio insustituible para avanzar en ese camino de “desposesión” interior. Es la fe, una fe que engloba toda la persona. En la primera lectura, Moisés hace una profesión de fe en Dios que ha acompañado al pueblo desde sus inicios humildes, que ha estado a su lado en los momentos de aparente desastre y que acaba introduciéndolo en la tierra prometida. Una fe que se traduce en agradecimiento humilde y en adoración sincera.
            Nuestro itinerario cuaresmal ha de estar impregnado de una fe incondicional en la presencia cierta de Dios en todas nuestras circunstancias. Nuestra tierra prometida es Cristo resucitado. Cualquier contratiempo o dificultad durante el trayecto no es sino una oportunidad para depurar un poco más nuestra adhesión a Dios. La fe no solamente aligera nuestro espíritu sino que también fortalece nuestro compromiso diario.
            San Pablo abunda en la misma afirmación de una manera original. Nuestros labios pueden pronunciar la mejor oración dirigida a Dios si las palabras son una auténtica confesión de que Jesús es nuestro único Señor. Nada ni nadie debe ocupar nuestra mente ni nuestro corazón por encima de Él. Ningún otro señor de esta tierra puede satisfacer nuestras ansias de plenitud. Más bien, nos deja más sedientos e insatisfechos.
            Pero san Pablo añade que la fe la llevamos en el corazón si creemos que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos. Y esta fe del corazón nos hace justos. Creer que Dios le ha resucitado a él y que también nos resucitará a nosotros significa ya ahora, en nuestro quehacer diario, que Dios desea sacarnos de nuestras angustias, de nuestras tumbas, de nuestras muertes. Así nos hacemos más justos con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
ENTRA EN TU INTERIOR
IDENTIFICAR LAS TENTACIONES
Según los evangelios, las tentaciones experimentadas por Jesús no son propiamente de orden moral. Son planteamientos en los que se le proponen maneras falsas de entender y vivir su misión. Por eso, su reacción nos sirve de modelo para nuestro comportamiento moral, pero, sobre todo, nos alerta para no desviarnos de la misión que Jesús ha confiado a sus seguidores.
Antes que nada, sus tentaciones nos ayudan a identificar con más lucidez y responsabilidad las que puede experimentar hoy su Iglesia y quienes la formamos. ¿Cómo seremos una Iglesia fiel a Jesús si no somos conscientes de las tentaciones más peligrosas que nos pueden desviar hoy de su proyecto y estilo de vida?
En la primera tentación, Jesús renuncia a utilizar a Dios para «convertir» las piedras en panes y saciar así su hambre. No seguirá ese camino. No vivirá buscando su propio interés. No utilizará al Padre de manera egoísta. Se alimentará de la Palabra viva de Dios. Sólo «multiplicará» los panes para alimentar el hambre de la gente.
Ésta es probablemente la tentación más grave de los cristianos de los países ricos: utilizar la religión para completar nuestro bienestar material, tranquilizar nuestras conciencias y vaciar nuestro cristianismo de compasión, viviendo sordos a la voz de Dios que nos sigue gritando ¿dónde están vuestros hermanos?
En la segunda tentación, Jesús renuncia a obtener «poder y gloria» a condición de someterse como todos los poderosos a los abusos, mentiras e injusticias en que se apoya el poder inspirado por el «diablo». El reino de Dios no se impone, se ofrece con amor. Sólo adorará al Dios de los pobres, débiles e indefensos.
En estos tiempos de pérdida de poder social es tentador para la Iglesia tratar de recuperar el «poder y la gloria» de otros tiempos pretendiendo incluso un poder absoluto sobre la sociedad. Estamos perdiendo una oportunidad histórica para entrar por un camino nuevo de servicio humilde y de acompañamiento fraterno al hombre y a la mujer de hoy, tan necesitados de amor y de esperanza.

En la tercera tentación, Jesús renuncia a cumplir su misión recurriendo al éxito fácil y la ostentación. No será un mesías triunfalista. Nunca pondrá a Dios al servicio de su vanagloria. Estará entre los suyos como el que sirve.
Siempre será tentador para algunos utilizar el espacio religioso para buscar reputación, renombre y prestigio. Pocas cosas son más ridículas en el seguimiento a Jesús que la ostentación y la búsqueda de honores. Hacen daño a la Iglesia y la vacían de verdad.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            El mejor ejemplo para vivir de esta manera lo encontramos en Jesús tal como hemos escuchado en el evangelio. El desierto de Jesús es para nosotros, hoy día, el entorno familiar, eclesial y social que nos toca vivir. En lo cotidiano de la vida emerge la tentación de insensibilidad a lo invisible, de apego desorbitado a lo material, de dominio y abuso de los demás. Todos pasamos por estas pruebas que pueden marcar positivamente nuestro crecimiento espiritual si tenemos la misma perspectiva de Jesús para no dejarnos engañar por lo más fácil y cómodo a primera vista.
            Jesús no se deja seducir ni por el pan, ni por la fama, ni por el poder. Su comunión íntima con el Padre le lleva a mantener su propia integridad y libertad. Su fe y su intimidad con el Padre le llevan a mantener su propia integridad y libertad. Su fe y su intimidad con el Padre le hacen descubrir razones poderosas para superar los engaños a que se ve sometido. Ve más allá de lo inmediato, lo trasciende, lo interpreta desde Dios. Ésta es la sabiduría de la fe que penetra más allá de la fragilidad o de la dureza de nuestro entorno inmediato.
            A los seguidores de Jesús nos toca recorrer su mismo camino pero reproduciendo –y esto es lo más importante- sus mismas actitudes en contra de todo aquello que nos aleja de Dios, de los demás y de lo más noble y digno de nosotros mismos.
            Avancemos, pues, en este camino hacia la resurrección, de la mano de una fe cada día más confiada y transparente. Nuestras victorias son ya primicia de resurrección.
            Señor, tu actitud tajante frente al diablo en sus tentaciones es lección para mí, que, como Eva, no lo rechazo tajantemente con la palabra de Dios. Como tú, no quiero buscar milagros ni poder, ni ostentación. Quiero vivir con la grandeza y la sencillez de la fe.
ORACIÓN
            Desde mi debilidad y mis necesidades te pido, Padre:
•          Para que los pueblos y sus responsables superen las tentaciones del poder y de la violencia y trabajen por el verdadero desarrollo.
•          Para que el pueblo de dios escuche mejor la Palabra y sepan transmitirla a los demás.
•          Para que los que se preparan a recibir los sacramentos de la iniciación cristiana maduren en la fe.
•          Para que en este tiempo seamos todos más generosos y solidarios y sepamos acercarnos a los pobres.
•          Para que seamos dóciles al Espíritu Santo y confiemos en su fuerza para vencer la tentación.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano

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 MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2016
“Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13).
Las obras de misericordia en el camino jubilar
1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada
En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios.
María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, María canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.
2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia
El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.
Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.
Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.
3. Las obras de misericordia
La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.
No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).
Vaticano, 4 de octubre de 2015
Fiesta de San Francisco de Assis
FRANCISCUS




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