“Quien quiera ser el primero, que sea el último
de todos y el servidor de todos...”
20 DE SEPTIEMBRE
XXV DOMINGO
DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
1ª Lectura:
Sabiduría 2,12.17-20
Lo
condenaremos a muerte ignominiosa.
Salmo 53: “El
Señor sostiene mi vida”
2ª Lectura:
Santiago 3,16-4,3
Los que
procuran la paz están sembrando paz, y su fruto es la justicia.
PALABRA DEL
DÍA
Marcos
9,30-37
“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la
montaña y atravesaron Galilea; no querían que nadie se enterase, porque iba
instruyendo a sus discípulos. Les decía: -El Hijo del hombre va a ser entregado
en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días
resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a
Cafarnaúm, y, una vez en casa, les preguntó: -¿De qué discutíais por el camino?
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más
importante. Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: -Quien quiera ser el
primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y, acercando a un
niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -El que acoge a un niño
como este en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí,
sino al que me ha enviado”.
Versión para
América Latina, extraída de la biblia del Pueblo de Dios.
“Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que
nadie lo supiera,
porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a
ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su
muerte, resucitará".
Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle
preguntas.
Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa,
les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?".
Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién
era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El
que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de
todos".
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y,
abrazándolo, les dijo:
"El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me
recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me
ha enviado".
REFLEXIÓN
Por segunda vez, Jesús explica a
sus discípulos cómo, de acuerdo con lo anunciado por los profetas, conforme
leemos en la primera lectura del libro de la sabiduría, tiene que ser entregado
en manos de los hombres y morir y resucitar al tercer día. Quiere salir al
paso, de una vez, de las falsas expectativas mesiánicas que se habían ido
creando interesadamente entre el pueblo y entre sus dirigentes, incluso entre
sus discípulos.
Los discípulos no prestan atención,
no escuchan; ellos a lo suyo, a lo que les preocupa más que nada. Desde el
principio han ido forjándose una idea demasiado interesada del futuro de Jesús
y, viendo sus milagros y escuchando sus palabras y disfrutando de la general
buena aceptación del pueblo, ya se veían compartiendo el éxito popular de
Jesús. Lo que les importaba era su papel en el triunfo, sacar el mejor partido
posible, ocupar los primeros puestos. Algunos parecían ya estar adjudicados
como el de Pedro, pero quedaban muchos más. Y de eso discutían, distraídos,
cuando Jesús los vuelve a la realidad con una pregunta: ¿de qué hablabais por
el camino? Y se quedaron callados, avergonzados, sin saber qué decir. Pero
Jesús sí que quiere aclarar las cosas: el que quiere ser el primero de todos,
que sea el último de todos, el servidor de todos.
Lo malo es que, dos mil años
después, los nuevos discípulos de Jesús seguimos como los, primeros: sin
enterarnos, sin tomar en serio el Evangelio, enfrascados en nuestras cosas, en
nuestros intereses, en nuestras pequeñas guerras y diferencias, en un discutible forcejeo por
copar los primeros puestos, títulos, dignidades, prebendas. De nada sirve que
Jesús recomiende acoger a los niños, o sea, los débiles; nosotros nos dedicamos
a acoger y agasajar a los grandes, a los que mandan, a las altas jerarquías
eclesiásticas, civiles, políticas y militares. Ellos representan a Dios. Pero
Jesús ha dicho que Él está en los niños, en los débiles, en los que tienen
hambre, en los pobres, en los enfermos.
ENTRA
EN TU INTERIOR
NO CONFUNDIR
A JESÚS CON NADIE
Según el evangelista, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, los
lleva aparte a una montaña, y allí «se transfigura delante de ellos». Son los
tres discípulos que, al parecer, ofrecen mayor resistencia a Jesús cuando les
habla de su destino doloroso de crucifixión.
Pedro ha intentado incluso quitarle de la cabeza esas ideas absurdas. Los
hermanos Santiago y Juan le andan pidiendo los primeros puestos en el reino del
Mesías. Ante ellos precisamente se transfigurará Jesús. Lo necesitan más que
nadie.
La escena, recreada con diversos recursos simbólicos, es grandiosa. Jesús
se les presenta «revestido» de la gloria del mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías
y Moisés, que según la tradición, han sido arrebatados a la muerte y viven
junto a Dios, aparecen conversando con él. Todo invita a intuir la condición
divina de Jesús, crucificado por sus adversarios, pero resucitado por Dios.
Pedro reacciona con toda espontaneidad: «Señor, ¡qué bien se está aquí!
Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»
No ha entendido nada. Por una parte, pone a Jesús en el mismo plano y al mismo
nivel que a Elías y Moisés: a cada uno su tienda. Por otra parte, se sigue
resistiendo a la dureza del camino de Jesús; lo quiere retener en la gloria del
Tabor, lejos de la pasión y la cruz del Calvario.
Dios mismo le va a corregir de manera solemne: «Éste es mi Hijo amado».
No hay que confundirlo con nadie. «Escuchadle a él», incluso cuando os habla de
un camino de cruz, que termina en resurrección.
Sólo Jesús irradia luz. Todos los demás, profetas y maestros, teólogos y
jerarcas, doctores y predicadores, tenemos el rostro apagado. No hemos de
confundir a nadie con Jesús. Sólo él es el Hijo amado. Su Palabra es la única
que hemos de escuchar. Las demás nos han de llevar a él.
Y hemos de escucharla también hoy, cuando nos habla de «cargar la cruz»
de estos tiempos. El éxito nos hace daño a los cristianos. Nos ha llevado
incluso a pensar que era posible una Iglesia fiel a Jesús y a su proyecto del
reino, sin conflictos, sin rechazo y sin cruz. Hoy se nos ofrecen más
posibilidades de vivir como cristianos «crucificados». Nos hará bien. Nos
ayudará a recuperar nuestra identidad cristiana.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Porque esa es la cuestión. Aceptar
de una vez que mandar, reinar, gobernar, presidir, dirigir, trabajar… todo es
servir. Vivir es servir, o sea, convivir, compartir, comunicar, consensuar,
hacer todo y siempre con todos, entre todos, al servicio de todos, buscando el
bien de todos, sin partidismos, sin nepotismos, sin discriminaciones, sin
chantajes contra nadie, ni ventajas sobre los demás. Todos iguales, todos
hermanos en Cristo que dio su vida para que tengamos vida y la tengamos sobrada
y feliz.
ORACIÓN
A veces, Señor, la pequeñez de mi ser criatura me parece inadecuada e
insuficiente para contener mis grandes deseos. Y hago de todo para acabar con
aquellos a quienes advierto como límites a mi necesidad de expandirme, de
“sentirme grande”: ser más que los otros, recibir más que los otros, contar más
que los otros.
Tú sales al encuentro de esta
prepotente necesidad de sobresalir y me propones ponerla al servicio del amor,
haciéndome el último de todos, el siervo de todos, el más pacífico, el más
dócil, el más misericordioso, acogedor con todos.
Envía de lo alto tu Espíritu de
sabiduría, para que haga de mi vida una obra de paz.
No me cansaré de repetir: “El que
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
proporcionadas por Catholic.Net
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