“…Dejad que los niños se acerquen a mí: no se
lo impidáis;
de los que son como ellos es el reino de Dios…,
el que no acepte
el reino de Dios como un niño, no entrará en
él”.
DOMINGO 4 DE
OCTUBRE
DOMINGO XXVII
DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
1ª Lectura:
Génesis 2,18-24
Y serán los
dos una sola carne.
Salmo 127:
“Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida”.
2ª Lectura:
Hebreos 2,9-11
El
santificador y los santificados proceden todos del mismo.
PALABRA DEL
DÍA
Marcos
10,2-16
“En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron
a Jesús, para ponerlo a prueba: -¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su
mujer? Él les replicó: -¿Qué os ha mandado Moisés? Contestaron: -Moisés
permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio. Jesús les dijo:
-Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la
creación Dios “los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre
y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. De modo que
ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el
hombre. En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les
dijo: -Si uno se divorcia de su mujer, y se casa con otra, comete adulterio
contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro,
comete adulterio. Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos
les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: -Dejad que los niños se
acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de
Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará
en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos”.
Versión para
América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le
plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su
mujer?".
El les respondió: "¿Qué es lo que Moisés les ha
ordenado?".
Ellos dijeron: "Moisés permitió redactar una declaración
de divorcio y separarse de ella".
Entonces Jesús les respondió: "Si Moisés les dio esta
prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes.
Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y
mujer.
Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre,
y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no
son dos, sino una sola carne.
Que el hombre no separe lo que Dios ha unido".
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a
preguntar sobre esto.
El les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se casa
con otra, comete adulterio contra aquella;
y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro,
también comete adulterio".
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero
los discípulos los reprendieron.
Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: "Dejen que los
niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a
los que son como ellos.
Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un
niño, no entrará en él".
Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.”
REFLEXIÓN
Jesús, no vino a juzgar y a condenar, sino a salvar, y criticó duramente
la actitud de aquellos que juzgaban a los otros con ligereza, incapaces de
mirar a su propio interior; a aquellos que siempre veían la mota en el ojo
ajeno y no veían, o no querían ver, la viga en el suyo.
Somos muy dados a juzgar y a
condenar, incapaces de escuchar las tremendas palabras del Maestro: “El que
esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Por eso en este domingo os ofrezco
esta reflexión de Javier García, en la portada de la Hoja Dominical EUCARISTÍA,
correspondiente a este Domingo XXVII.
“Nunca olvidaré el funeral de
Alexandra, a quien no pude conocer personalmente. Había llegado desde Ucrania
huyendo de los malos tratos de su pareja y en busca de una vida un poco más
feliz. Aquí, con el paso del tiempo, conoció a un hombre que también huía y
que, un día sí y otro también, encontraba refugio en el alcohol. Iniciaron una
relación. Él dejó de beber. Quienes le conocían decían que era otra persona;
tal era el cambio que se había producido en él. Dice el dicho que la alegría
dura poco en casa del pobre, y esta vez llevaba razón. Un cáncer se llevó muy
pronto a Alexandra. Nunca olvidaré su funeral. El cura que oficiaba andaba tan
preocupado por la salvación de aquella mujer que una y otra vez repetía “si no
se ha arrepentido de sus pecados en el último momento se habrá condenado”. El
pecado era vivir una situación de pareja irregular. Adúltera.
¿Qué pecado?, me preguntaba
entonces y me pregunto ahora. ¿Huir de una relación que se había vuelto
insostenible?, ¿abandonar un trabajo en su país y lanzarse a una aventura
laboral muy incierta en un país extranjero?, ¿querer a un hombre que no era su
marido y ayudarle a salir del infierno del alcohol? ¿Enfermar y morir
prácticamente sola, sin apenas haber podido disfrutar de la vida? Me repugna la
imagen de un Dios que pudiera condenar a Alexandra. Me entristece un
cristianismo que se atreva a condenar en nombre de Dios. Jesús nunca lo hizo.
La sociedad está cambiando muy
deprisa. Alexandra es un ejemplo de lo que está sucediendo: migraciones,
emancipación de la mujer, pluralidad y mezcla cultural; y…, que no se olvide,
casi siempre el olvido, cuando también la condena, de los pobres. Todo cambio
genera novedad, pero también confusión y crisis. Las respuestas que nos sabíamos
para responder a las preguntas del pasado ya no sirven para los nuevos
interrogantes del presente. El orden establecido es cuestionado por la realidad
cambiante; visiones que parecían explicarnos la realidad quedan superadas;
valores que defendíamos como inamovibles son fuertemente cuestionados. También
la fe, también la idea que nos hemos hecho del cristianismo, también el modo de
ser Iglesia.
Son muchos los cristianos que se
sienten incómodos en la Iglesia. No es una afirmación gratuita. Tristemente es
así. Hoy, Alexandra y el Evangelio me empujan a pensar en todos los divorciados
que se han vuelto a casar, en todas aquellas personas que viven alguna
situación “irregular”. Al mismo tiempo que Europa olvida progresivamente sus
raíces cristianas, muchos cristianos y muchas cristianas se sienten incómodos
en la Iglesia y se preguntan si están dentro, si son cristianos de “segunda” o
si ya están fuera.
¿Qué hemos de hacer? ¿Quedarnos en
la letra de la ley? ¿Responder con respuestas del pasado? Dios sigue vivo en el
corazón de los hombres y mujeres de hoy, aunque ellos no lo sepan. Y nos habla
y nos mira de ellos. Hemos de aprender a leer en sus vidas”.
ENTRA EN TU
INTERIOR
ACOGER A LOS
PEQUEÑOS
El episodio parece insignificante. Sin embargo, encierra un trasfondo de
gran importancia para los seguidores de Jesús. Según el relato de Marcos,
algunos tratan de acercar a Jesús a unos niños y niñas que corretean por allí.
Lo único que buscan es que aquel hombre de Dios los pueda tocar para comunicarles
algo de su fuerza y de su vida. Al parecer,
era una creencia popular.
Los discípulos se molestan y tratan de impedirlo. Pretenden levantar un
cerco en torno a Jesús. Se atribuyen el poder de decidir quiénes pueden llegar
hasta Jesús y quiénes no. Se interponen
entre él y los más pequeños, frágiles y necesitados de aquella sociedad.
En vez de facilitar su acceso a Jesús, lo obstaculizan.
Se han olvidado ya del gesto de Jesús que, unos días antes, ha puesto en
el centro del grupo a un niño para que aprendan bien que son los pequeños los
que han de ser el centro de atención y cuidado de sus discípulos. Se han
olvidado de cómo lo ha abrazado delante de todos, invitándoles a acogerlos en
su nombre y con su mismo cariño.
Jesús se indigna. Aquel comportamiento de sus discípulos es intolerable.
Enfadado, les da dos órdenes: «Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo
impidáis». ¿Quién les ha enseñado a actuar de una manera tan contraria a su
Espíritu? Son, precisamente, los pequeños, débiles e indefensos, los primeros
que han de tener abierto el acceso a Jesús.
La razón es muy profunda pues obedece a los designios del Padre: «De los
que son como ellos es el reino de Dios». En el reino de Dios y en el grupo de
Jesús, los que molestan no son los pequeños, sino los grandes y poderosos, los
que quieren dominar y ser los primeros.
El centro de su comunidad no ha de estar ocupado por personas fuertes y
poderosas que se imponen a los demás desde arriba. En su comunidad se necesitan
hombres y mujeres que buscan el último lugar para acoger, servir, abrazar y
bendecir a los más débiles y necesitados.
El reino de Dios no se difunde desde la imposición de los grandes sino
desde la acogida y defensa a los pequeños. Donde éstos se convierten en el
centro de atención y cuidado, ahí está llegando el reino de Dios, la sociedad
humana que quiere el Padre.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Jesús ha visto la intención de los fariseos de enredarle en la ley y su
casuística. No entra en su juego. Les denuncia. En el caso que le proponen, la
ley ha sido escrita y es utilizada al servicio de los intereses del más fuerte.
“Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto” (Mc 2,5). Jesús les
propone otro escenario, el de la voluntad de Dios: ¿qué es lo que Dios quiere?
¿Qué es lo que Dios quiso desde el principio?
¡Y qué diferencia tan grande entre
la ley y la voluntad de Dios! Jesús nos abre los ojos para descubrir la
voluntad de Dios más allá de la ley. Sale al paso de la parte más débil de la
pareja, la mujer, a la cual no se le permitía el divorcio. Más aún, cualquier
motivo podía ser utilizado por el varón para repudiarla. El Dios que crea al
hombre y a la mujer nada tiene que ver con esta práctica machista (Mc 2,6). “Al
principio de la creación Dios los creó hombre y mujer”. Es decir, iguales, con
la misma dignidad.
ORACIÓN
· Quiero tener presente, Señor, a todas
las parejas de esposos que sufren por falta de entendimiento, por ausencia de
mutua comprensión, por falta de respeto, de delicadeza.
· Quiero tener presente, Señor, a los
matrimonios que se han roto definitivamente y a los hijos que han vivido y
viven el problema de la separación de sus padres.
· Quiero tener presente, Señor, a toda
la Iglesia. Ante sí tiene el reto de una nueva evangelización. Le pido al
Espíritu que nos ayude a descubrir y a vivir con mayor autenticidad el
evangelio y de este modo podamos ser luz y sal en medio de nuestro mundo.
· Quiero tener presente, Señor, a
nuestras comunidades cristianas, que sepamos ayudarnos mutuamente a crecer en
la fe y en el seguimiento de Jesús.
· Por último, Señor, quiero tener
presente a toda la humanidad, a todos los pueblos de la tierra, a los
organismos internacionales que trabajan al servicio de la convivencia mundial,
el diálogo, la justicia y la paz.