“La gente entonces, al ver el signo que había
hecho, decía: -Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.”
26 DE JULIO
DOMINGO XVII
DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ªLectura:
Segundo Libro de los Reyes 4,42-44
Comerán y
sobrará.
Salmo 144: “Abres
tú la mano, Señor, y nos sacias.
2ªLectura:
Efesios 4,1-6
Un solo
cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo.
PALABRA DEL
DÍA
Juan 6,1-15
“En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de
Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los
signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó
allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos, Jesús
entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: -¿Con
qué compraremos panes para que coman estos? Lo decía para tentarlo, pues bien
sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: -Doscientos denarios de pan no
bastan para que a cada uno le toque un pedazo. – Uno de sus discípulos, Andrés,
el hermano de simón Pedro, le dice: -Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes
de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos? Jesús dijo: -Decid
a la gente que se siente en el suelo. Había mucha hierba en aquel sitio. Se
sentaron; solo los hombres eras unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la
acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo
que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: -Recoger
los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie. Los recogieron y llenaron
doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los
que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
-Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo. Jesús entonces,
sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la
montaña él solo”.
Versión para
América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades.
Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía
curando a los enfermos.
Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía
a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?".
El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que
iba a hacer.
Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían
para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan".
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le
dijo:
"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos
pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?".
Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho
pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres.
Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que
estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que
quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus
discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda
nada".
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que
sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía:
"Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo".
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo
rey, se retiró otra vez solo a la montaña.”
REFLEXIÓN
Nuestro mundo está hambriento de muchas cosas. Hay muchas carencias de
todo tipo: materiales, psicológicas, educativas, morales, afectivas… Los que
han tenido en sus manos el bienestar de la mayoría, solo se han preocupado de
ellos mismos, dilapidando inconscientemente, sabiendo que el sistema acudiría
en su ayuda. Es el mundo al revés. Las personas, además, se definen por lo que
les falta o por lo que todavía no son, y así es como proyectan llegar a ser
algo siempre diferente y presumiblemente mejor. Estamos marcados a fuego por la
insatisfacción; ella es la que nos anima a cambiar continuamente, a
transformarnos y querer alcanzar cada vez metas mayores.
Jesús, debido a que conocía a fondo esta condición humana, sabía detectar
las necesidades de los hombres y mujeres de su tiempo. Es el Hijo del Dios que
se preocupa por sus criaturas, que las convierte en hijos por los que
develarse, y hace como todo buen padre: no puede dormir sabiendo que su hijo no
se encuentra bien del todo. Jesús conoce también hoy nuestra hambre que, como
entonces, no busca meramente ser saciada, porque no se trata solo de hambre del
pan de trigo sino del hambre constante de un pan que no se puede comprar en la
panadería.
El pan de nuestra hambre no se compra sino que se comparte; no es el
resultado de un intercambio comercial, sino de una relación de amor y amistad.
Cuando en el relato evangélico Jesús no da de comer sino que anima a dar de
comer, aunque se tenga tan poco como cinco panes de cebada y dos peces para
compartir, enseña que lo importante no es comer sino cómo haber comido. La
mejor forma de hacerlo pasa por valorar lo que cada uno pueda aportar,
reconociendo así el significado de cada persona, descubriendo cómo todos
estamos llamados, tal y como decía san Pablo a los efesios, a estar unidos en
el amor.
ENTRA EN TU
INTERIOR
NUESTRO GRAN
PECADO
El episodio de la multiplicación de los panes gozó de gran popularidad
entre los seguidores de Jesús. Todos los evangelistas lo recuerdan.
Seguramente, les conmovía pensar que aquel hombre de Dios se había preocupado
de alimentar a una muchedumbre que se había quedado sin lo necesario para comer
.
Según la versión de Juan, el primero que piensa en el hambre de aquel
gentío que ha acudido a escucharlo es Jesús. Esta gente necesita comer; hay que
hacer algo por ellos. Así era Jesús. Vivía pensando en las necesidades básicas
del ser humano.
Felipe le hace ver que no tienen dinero. Entre los discípulos, todos son
pobres: no pueden comprar pan para tantos. Jesús lo sabe. Los que tienen dinero
no resolverán nunca el problema del hambre en el mundo. Se necesita algo más
que dinero.
Jesús les va a ayudar a vislumbrar un camino diferente. Antes que nada, es necesario que nadie acapare lo suyo para sí mismo si hay otros que pasan hambre. Sus discípulos tendrán que aprender a poner a disposición de los hambrientos lo que tengan, aunque sólo sean «cinco panes de cebada y un par de peces».
La actitud de Jesús es la más sencilla y humana que podemos imaginar.
Pero, ¿quién nos va enseñar a nosotros a compartir, si solo sabemos comprar?
¿quién nos va a liberar de nuestra indiferencia ante los que mueren de hambre?
¿hay algo que nos pueda hacer más humanos? ¿se producirá algún día ese
"milagro" de la solidaridad real entre todos.
Jesús piensa en Dios. No es posible creer en él como Padre de todos, y
vivir dejando que sus hijos e hijas mueran de hambre. Por eso, toma los
alimentos que han recogido en el grupo, «levanta los ojos al cielo y dice la
acción de gracias». La Tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido de
Dios. Es regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos
privando a otros de lo que necesitan para vivir es que lo hemos olvidado. Es
nuestro gran pecado aunque casi nunca lo confesemos.
Al compartir el pan de la eucaristía, los primeros cristianos se sentían
alimentados por Cristo resucitado, pero, al mismo tiempo, recordaban el gesto
de Jesús y compartían sus bienes con los más necesitados. Se sentían hermanos.
No habían olvidado todavía el Espíritu de Jesús
José Antonio Pagola
ENTRA EN TU INTERIOR
Este pan compartido entre todos y engrandecido por el amor divino deja
realmente satisfechos a los que lo comen. Pero la satisfacción no es porque las
tripas hayan dejado de rugir, sino porque los corazones han quedado
ensanchados. Por eso este pan, que simboliza el amor fraterno, el de los hijos
dignificados de Dios, sobra, sobreabunda y puede dar de comer a muchos más, a
todos, a nosotros también, dos mil años después. Ciertamente no nos hace falta
un Dios panadero que cubra nuestras necesidades como si de una función se
tratara; descubrimos al Padre de Jesucristo que nos da más de lo que
necesitamos, cuyo amor no solo nos llena sino que ante todo nos desborda.
ORACIÓN FINAL
Oh Dios, protector de los que en ti esperan, sin ti nada es fuerte ni
santo; multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia, para que, bajo
tu guía providente, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que
podamos adherirnos a los eternos. Por nuestro señor Jesucristo. Amén.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de fano
Para
colorear.
“En tus
manos, todo se multiplica”
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