COMIENZA EL TIEMPO SANTO DEL
ADVIENTO (CICLO A)
¡NO MATEMOS LA ESPERANZA!
La
esperanza es un milagro. ¿Cómo es posible, Dios mío, que el hombre siga
esperando? ¿Cómo es posible, a pesar de tanta derrota, que el hombre siga
soñando? ¿Cómo es que no se ha vuelto radicalmente escéptico y desconfiado, deprimido
y amargado, triste, inmensamente triste? ¿Cómo es que sigue tentando a la
suerte? ¿Cómo es que sigue celebrando el Adviento?
Las
corrientes modernas no gustan de las grandes utopías –no son racionales-, “la
Razón se ha mostrado incapaz de cumplir sus promesas”. Vivimos bajo el signo de la inseguridad, del
vacío, de la pérdida de horizontes.
Pero
tampoco aceptan las angustias existenciales del pasado. ¿Para qué deprimirse?
Aceptamos nuestra condición limitada y aceptamos las ofertas del mercado. Hoy
se habla del efecto “burbuja”. Si no podemos volver al paraíso ni podemos
alcanzar la sociedad perfecta ni podemos construir la ciudad del amor, vamos a
refugiarnos en la burbuja de salvación que está a nuestro alcance. Dentro de
esa burbuja me siento bien, aunque sea vulnerable y pasajera. Es como la tienda
que quería hacer Pedro en el Tabor. Pues
un tabor con minúscula, o muchos tabores pequeños e inestables, pero en los que
de momento se está bien.
Son
refugios ante el vacío y el desamparo, pero no nos salvan del vacío y el
desamparo. Son nada más que burbujas. Quien únicamente nos salva es nuestro
Señor Jesucristo, que no es una burbuja, es Tienda de Dios para el hombre, es
médico divino, es anticipo del hombre nuevo. Nuestra esperanza de salvación es
Jesucristo, que curó nuestras heridas más profundas, expulsó a nuestros
demonios y venció a nuestras muertes. En él se anticipa nuestro futuro.
Nuestra
esperanza es el Dios de las promesas, el Padre que nos espera con los brazos y
el corazón abierto, “el Hogar primitivo”, del que nacimos y al que tendemos, el
Hontanar de todas las bendiciones y todas las gracias, el Abba que no se cansa
de querernos y de regalarnos.
Nuestra
esperanza se fundamenta en el gran amor de Dios, que no nos abandona, que nos
capacita para conocerle y poseerle, capaces de Dios. Esperamos porque somos
amados. Esperamos porque podemos amar. Esperamos porque caminamos a la casa del
amor. Esperamos porque podemos acercar aquí esa casa o ese reino del amor.
Esperamos porque el reino de Dios ya está aquí, como dinamismo de superación y
progreso. Esperamos porque Dios cuenta con nosotros y nosotros contamos con Dios.
Por
eso, a pesar de las derrotas y fracasos, esperamos. Siempre se pueden hacer las
cosas mejor. Hay por doquier signos de esperanza. Volvemos a empezar. Volvemos
a celebrar el Adviento. Confiamos también en el hombre; hay en él fuerzas
positivas. Pero confiamos, sobre todo, en la fuerza que nos viene de Dios.
“Todo es generosamente dado”.
Pero
la Esperanza es una de las tres grandes virtudes, junto a la Fe y a la Caridad.
La Fe
es una lámpara encendida, es luz en nuestra noche. Nos ayuda a entrar en los
misterios más profundos de las cosas, de la vida, del hombre, de Dios.
La
Caridad, es una hoguera que calienta y transforma. Quita nuestros fríos y da
calor a la vida. Es un fuego que se contagia y que puede convertir el corazón
en una llama.
La Esperanza
es una flor, que embellece e ilusiona. Cuando Dios no tenía más que dar al
hombre, le regaló una flor. No sólo es bonita y adorna, sino que es viva,
delicada, arriesgada. Invita a soñar, a pensar en otro mundo y empuja hacia él.
La Fe
es valiente, ahuyenta todos los miedos, supera todos los obstáculos, aunque
sean como montañas, aplaca las tempestades, hace verdaderos milagros.
La
Caridad es ardiente, es poderosa, es la fuerza “que mueve las estrellas” y los
corazones, es más fuerte que la muerte, puede entregar la vida y puede
recuperarla, no teme morir y es capaz de resucitar.
La
Esperanza es omnipotente, sueña con nuevos mundos y los hace posible, si ve
que, la fe o la caridad flaquean, les tiende su mano fuerte y delicada, y
unidas, vencen en todo.
La Fe
es atrevida y confiada, es como un niño en brazos de su Padre y consigue de él
cuanto quiera, verdaderas locuras.
La
Caridad convincente y seductora, es como una joven enamorada y llega siempre hasta el final; nada se le
resiste.
La
Esperanza es paciente y alegre, aguanta todos los golpes con una sonrisa, responde a las maldiciones con
bienaventuranzas, es como un escalador invencible, como un talismán que
convierte la dificultad en acicate, la derrota en victoria.
La Fe,
la Caridad, y la Esperanza van siempre juntas, son como tres hermanas,
mutuamente se enriquecen y regalan, mutuamente se ayudan y completan, todas tienen un mismo origen y un mismo fin.
“Por
eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene
el Hijo del Hombre”.
1
DE DICIEMBRE
PRIMER
DOMINGO DE ADVIENTO
1ª
Lectura: Isaías 2,1-5
El
Señor reúne a todas las naciones en la paz eterna del reino de Dios
Salmo
121: Vamos alegres a la casa del Señor
2ª
Lectura: Romanos 13,11-14
Nuestra
salvación está cerca
EVANGELIO
DEL DÍA
Mateo
24,37-44
“En aquel tiempo dijo
Jesús a sus discípulos: -Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el
Hijo del Hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaban, hasta
el día en que Noé entró en el arca, y, cuando menos lo esperaban, llegó el
diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del
Hombre.
Dos hombres estarán en
el campo: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; dos mujeres estarán
moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Estad vigilantes, porque
no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de
casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir
un boquete en su casa.
Por eso estad también
vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del
Hombre”.
Versión
para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Cuando venga el Hijo
del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.
En los días que
precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró
en el arca;
y no sospechaban nada,
hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando
venga el Hijo del hombre.
De dos hombres que estén
en el campo, uno será llevado y el otro dejado.
De dos mujeres que estén
moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque
ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el
dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y
no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén
preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.”
REFLEXIÓN
A nadie se le oculta de
que la historia es sabía maestra y que siempre es bueno recordar sus lecciones.
Por eso mismo la conocemos tan poco y tan poco nos interesa. Aprender sus lecciones puede suponer que
tengamos que cambiar muchos de nuestros conceptos y, lo que es más serio aún,
cambiar nuestras actitudes y nuestros hechos concretos.
¿Cómo
y cuándo comenzó esto del Adviento?
Sin
pretender ser exhaustivo, será interesante que nos limitemos a señalar algunos
datos altamente significativos.
Durante
los dos primeros siglos del cristianismo, y a partir de la muerte de Jesús, los
cristianos vivieron convencidos de que efectivamente les correspondía vivir un
tiempo muy corto, pues el Señor Jesús iba a llegar de un momento a otro como
Juez universal, inaugurando una nueva etapa de la historia.
Especialmente el primer
siglo fue vivido todo él como un gran período de adviento, tomando esta palabra
en su sentido más literal: realmente ellos esperaban la venida (adventus) del
Señor, venida imprevista, por sorpresa colmo la de un ladrón. Basta leer
someramente los evangelios y las cartas de Pablo como las llamadas cartas de
Judas y Pedro para convencerse de ello.
El
cristianismo nace pendiente de una inminente intervención divina en la historia
humana. Es más: el mismo Jesús, al igual que todos sus contemporáneos judíos,
parecía estar seguro de que el punto apocalíptico de la historia era algo
inminente, a suceder antes de que concluyera esa generación.
Así,
pues, tanto para Jesús como para los primeros cristianos, el tiempo como
realidad material no tenía mayor importancia; sí la manera de asumir ese
tiempo; sí la actitud interior con la que se vivía ese tiempo. Y tiempo es
historia: actitud con que sabían enfrentar los acontecimientos históricos,
profanos por cierto, que se interpretaban como guiados hacia un acabamiento que
les daría sentido definitivo.
En otras palabras: no
interesaba el tiempo como simple transcurrir de días, sino el sentido de ese
devenir constante; no los hechos materiales, triviales por otra parte, sino el
sentido, la dirección a que apuntaban… Hacia dónde caminaba la historia. He
aquí el gran interrogante, la pregunta clave.
Fácil nos es ahora
comprender el significado del evangelio con que la liturgia abre el adviento,
en este Año A. Cuando se redactó el texto, ya había tenido lugar la persecución
de Nerón y numerosos cristianos, entre ellos Pedro y Pablo, habían caído
víctimas del anticristo; ya Jerusalén había sido destruida con la consiguiente
masacre judía y ulterior deportación… Todos hechos que obligaban a mirar la
historia con mayor preocupación que nunca, tratando de divisar en el horizonte
la alborada que había anunciado Isaías.
El
evangelio de Mateo, cualquiera que haya sido su redactor final, escribe su
texto mirando fijamente los presentes acontecimientos y define una postura, una
actitud de adviento: aún hay que esperar en las promesas; no es tiempo de
desaliento ni flojedad. “estad vigilantes, porque no sabéis qué día vendrá
vuestro señor”.
El
evangelio define este tiempo, la vida del hombre, el tiempo de la historia,
como un tiempo de “vigilancia”, de guardia con los ojos abiertos y las manos
tensas. Es un tiempo breve, único, decisivo, trascendental. Un tiempo que no ha
resuelto aún sus problemas, tiempo no terminado, no definitivo. Tiempo de hacer
como Noé, el hombre previsor de la tormenta y de las lluvias; tiempo de hacer
como el dueño que espera la llegada inoportuna del ladrón.
ENTRA EN TU INTERIOR
SIGNOS DE LOS TIEMPO
Los evangelios han
recogido de diversas formas la llamada insistente de Jesús a vivir despiertos y
vigilantes, muy atentos a los signos de los tiempos.
Al principio, los
primeros cristianos dieron mucha importancia a esta "vigilancia" para
estar preparados ante la venida inminente del Señor. Más tarde, se tomó
conciencia de que vivir con lucidez, atentos a los signos de cada época, es
imprescindible para mantenernos fieles a Jesús a lo largo de la historia.
Así recoge el Vaticano
II esta preocupación: "Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo
los signos de esta época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que,
acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de
la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura...".
Entre los signos de
estos tiempos, el Concilio señala un hecho doloroso: "Crece de día en día
el fenómeno de masas que, prácticamente, se desentienden de la religión".
¿Cómo estamos leyendo este grave signo? ¿Somos conscientes de lo que está
sucediendo? ¿Es suficiente atribuirlo al materialismo, la secularización o el
rechazo social a Dios? ¿No hemos de escuchar en el interior de la Iglesia una
llamada a la conversión?
La mayoría se ha ido
marchando silenciosamente, sin hacer ruido alguno. Siempre han estado mudos en
la Iglesia. Nadie les ha preguntado nada importante. Nunca han pensado que
podían tener algo que decir. Ahora se marchan calladamente. ¿Qué hay en el
fondo de su silencio? ¿Quién los escucha? ¿Se han sentido alguna vez acogidos,
escuchados y acompañados en nuestras comunidades?
Muchos de los que se van
eran cristianos sencillos, acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes
religiosos. La religión que habían recibido se ha desmoronado. No han
encontrado en ella la fuerza que necesitaban para enfrentarse a los nuevos
tiempos. ¿Qué alimento han recibido de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar
el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse con Cristo?
Otros se van
decepcionados. Cansados de escuchar palabras que no tocan su corazón ni
responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el "escándalo
permanente" de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién les
hará creíble la Buena Noticia de Jesús?
Benedicto XVI viene
insistiendo en que el mayor peligro para la Iglesia no viene de fuera, sino que
está dentro de ella misma, en su pecado e infidelidad. Es el momento de
reaccionar. La conversión de la Iglesia es posible, pero empieza por nuestra
conversión, la de cada uno.
José
Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
El
Señor es “el que viene” y ésta es la razón por la que nosotros debemos velar y
vigilar. Debemos esperar su revelación. Él se manifestará. Revelarse es
descubrir algo desconocido, des-esconderse. Manifestarse implica algo de
transfiguración: es epifanía. Podemos comenzar esta meditación considerando el
cap. 60 de Isaías.
Hay
una vigilancia activa. Se nos pide hacer unas cosas y no hacer otras. De esta
vigilancia activa nace la fidelidad. El infiel se adueña de la cosa
encomendada, ya sea para usufructo propio (Mt 21,33-46), ya sea por mala
administración y pereza (Mt 25,14-30). El siervo fiel y el infiel (Mt 24,45).
La
falta de vigilancia y la infidelidad van juntas. Se alimentan mutuamente una a otra. No se acepta la
invitación del señor porque el corazón
está apegado a su propio juicio, a su propio espacio interior, a su
propio negocio. Los invitados a la boda prefieren su propia fiesta. Y también
está el infiel que juega a dos puntas: va a la fiesta pero se reserva el vestido (la posibilidad) de no estar en ella
(Mt 22,1-4).
Pero
hay una vigilancia que es más que la mera atención: la vigilancia expectante.
Hay que recurrir a la Escritura para ver a los varones justos, a las mujeres
piadosas y al pueblo fiel de Dios con esta esperanza expectante. Juan el Bautista
que manda preguntar a Jesús si es él a quien esperaban (Mt 11,3), o José de
Arimatea que aguardaba (Mc 15,43), o Simeón (Lc 2,25) o el pueblo fiel al que
hablaba Ana (Lc 2,38) y que esperaba (Lc 3,15). Cabe la pregunta si nuestra
vigilancia tiene esta dosis de esperanza expectante.
(Jorge
Mario Bergoglio . Papa Francisco.
Mente
abierta, corazón creyente)
ORACIÓN
Dios Todopoderoso, aviva
en mí al comenzar el Adviento, el deseo de salir a tu encuentro, que vaya
acompañado de obras buenas, para que colocado un día a tu derecha, merezca, por
tu gracia, poseer el reino eterno. AMEN.
2
DE DICIEMBRE
LUNES
DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
PALABRA
DEL DÍA
Mateo
8,5-11
“Señor,
no soy digno…”
“Al entrar Jesús en
Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: “Señor, tengo en casa un criado
que está en cama paralítico y sufre mucho”. Jesús le contestó: “Voy yo a
curarlo”. Pero el centurión le replicó: “señor, no soy quién para que entres
bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, mi criado quedará sano. Porque yo
también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno:
“Ve”, y va; al otro: “Haz esto”, y lo hace”. Al oírlo, Jesús quedó admirado y
dijo a los que le seguían: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie
tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con
Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”.
REFLEXIÓN
Las palabras de aquel centurión han quedado
inmortalizadas para siempre. Poco podía él imaginar que iban a ser repetidas
cada día, en cada Celebración de la Eucaristía, como acto de fe antes de
Comulgar. Cuando las pronunció no imaginó el alcance universal; y que las
mismas iban a ser norma de Fe y de humildad para millones de personas cada día.
Para aquel centurión, sus palabras fueron por aquel
criado suyo gravemente enfermo, impedido de parálisis, con grandes
padecimientos. Fiel siervo debía ser, de confianza, insustituible, querido y
respetado como si de un familiar se tratara. Buen amo que consternado por la
grave enfermedad de su siervo, entristecido por los sufrimientos de aquel acude
al Señor, al que conocía de oídas y sabia de sus hechos. No espera a que Jesús
pase cerca, sino que él sale a su encuentro. “¡Señor mi criado yace en cama
paralitico, con terribles sufrimientos”. No pide nada para él, pide por un
siervo suyo. Aquello no era muy usual en la sociedad romana, que aceptaban la
esclavitud. ¡Un amo pidiendo por un siervo!
¿Qué hubieran pensado en Roma si hubieran visto al centurión pidiendo
por un criado de la servidumbre? Los esclavos no tenían valor como personas, no
eran considerados como tales. Por ello adquiere más valor la actitud del
centurión.
“Yo iré a curarle” le responde el Señor. ¡Señor, no
soy digno que entres en mi casa!, le dice el centurión, por considerar por
muchos motivos, que su casa no era lugar apropiado para un Hombre Santo. Pero
el Señor le atiende por su fe y por su humildad, dos premisas que conmueven a
Jesús como se puede ver en los cuatro evangelios. No mira que fuera un soldado
que había invadido su país. El Señor ve las cualidades que posee y lee en su
corazón.
Vemos el efecto contrario, cuando fariseos le piden al
Señor un milagro para creer. La soberbia es rechazada por Jesús. ¿Necesitaban
milagros para creer?.
¿Pero solo por la fe?. Se puede apreciar otra actitud
querida por el Señor, el amor al prójimo. Aquel hombre gravemente enfermo no
era de su familia; era un criado y dado el clasismo de la sociedad romana, era
de admirar que el centurión se preocupara de aquellos que tenía a su servicio.
Al Señor le agrada que nuestra mirada no sea primero para nosotros, sino para
los demás, en el que tenemos al lado, en aquel que sufre, en el desfavorecido,
en el enfermo. El centurión demuestra ser portador de unos valores que no eran
muy usuales en aquella sociedad romana.
¡Señor no soy digno que entres en mi alma, pero una
palabra tuya servirá para sanarla!. Rezamos esa plegaria, mientras nos
acercamos a recibir la comunión sacramental. En actitud de paz, dejando todo
fuera; con el respeto que merece el Señor, al que vamos a abrirle las puertas
de nuestra alma, que se convertirá en sagrario viviente. ¡Qué honor!. La Virgen
fue el primer sagrario viviente y el portal de Belén, el primer templo donde
moró el Señor. Ahora lo somos nosotros, cada vez que comulgamos y también los
sagrarios de los templos, donde nos espera a que lo visitemos. Muchas veces tan
solo, esperando que tú y yo lo visitemos.
Señor, yo no soy digno…repitamos mañana y pasado y al
otro.
ENTRA Y
ORA EN TU INTERIOR
¡Ven, divino Mesías…! El Adviento
que empezamos es un grito, una oración y una espera. Sin embargo, ¡no faltan
los mesías en nuestros días! ¿Hay que esperar a otro que triunfe donde han sido
tantas las esperanzas frustradas? Mesianismos políticos, sociales, económicos,
religiosos: siempre se presentan como otras tantas fuerzas, como poderes
atractivos, como la solución al marasmo de los hombres. Todos esos mesianismos
reclaman para sí una obediencia total, sin condiciones. Y uno tras otro van
derrumbándose, asfixiados por su totalitarismo. Así sucumbió en otro tiempo la
soberbia Jerusalén.
Pero el mesianismo cristiano no se
apoya en una fuerza humana; tiene sus raíces en la palabra de los profetas, que
incansablemente fueron repitiendo: “¡Convertíos, volved a vuestro Dios!” El Mesías que nosotros invocamos es el de
los pobres y el de la paz; Mesías para el hombre que ha experimentado la
vanidad del orgullo y de la suficiencia. Mesías que recorre nuestros caminos y
viene a salvar lo que estaba perdido: “Señor,
no soy digno… pero basta una palabra tuya…”.
Siempre hay en el mesianismo una
parte de utopía. De nosotros depende que esa utopía se haga realidad:
¿tendremos humildad suficiente para considerarnos pobres, sin derecho, sin
poder? De ser así, ese día “¡no alzará la
espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra!”.
ORACIÓN
Sí, te damos gracias, Dios, justicia
nuestra, esperanza del mundo. Tú creaste al hombre para que compartiera con sus
hermanos el amor, la paz y la dicha. Y cuando él se aparta de ti, preso de las
inquietudes de la vida, tú le das a tu Hijo, entregado para remisión de los
cautivos.
Por eso nosotros alzamos nuestras
cabezas cuando ya el alba se anuncia en el horizonte y cantamos con todos los
santos: “’¡Ven Señor Jesús!”, y te aclamamos sin cesar.
3 DE DICIEMBRE
MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
PALABRA DEL DÍA
Lucas 10,21-24
“Lleno
de alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los
entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha
parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el
Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo se lo quiere revelar”. Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
“¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos
profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron; y oír lo que
oís, y no lo oyeron”.
REFLEXIÓN
Una loca esperanza se apodera de
nosotros: “He aquí que vienen días de
justicia y de paz”. Pero esos días ¿dónde están? ¿Qué es lo que va a
cambiar con este Adviento? “¡Dichosos los
ojos que ven lo que vosotros veis!” Pero ¿qué es lo que vemos?
Otro tanto sucede con la esperanza;
si no tuviera algo de locura, ya no sería esperanza… Los prudentes, los sabios,
los jefes de Estado no la necesitan. En cambio, para los pobres, un rayo de
sol, una palabra de consuelo, una mano tendida, valen más que mil tratados de
paz. Saben descifrar lo invisible, porque están habituados a vivir al nivel de
lo imperceptible. Acaso se diga de ellos que son demasiado crédulos, pero con
Jesús ¡están en buena compañía!
¿Habéis visto uno de esos árboles
que, adelantándose excesivamente a la estación, empiezan a echar brotes
demasiado temprano? Si cae una fuerte helada, ese árbol ya no dará fruto… Es
verdad; pero su audacia es señal de una primavera que, no obstante el invierno,
al fin llegará. Necesitamos esperanza, ¡aun cuando sea un poco loca!
“Saldrá
un vástago del tronco de Jesé…, juzgará a los pobres con justicia, con rectitud
a los desamparados”. Vino Jesús, y vino sin armas, servidor sin corona. Hoy
viene al corazón de la gente humilde y sencilla que le aguarda. El lobo
habitará con el cordero; ¿y el hombre con el hombre?
ENTRA EN
TU INTERIOR
¿Y por qué no, hermanas y hermanos?
De ti depende que acojas al Espíritu de Dios. Aún está Jesús levantado en alto
en la cruz, como un estandarte para los pueblos. Dichoso el que camina poniendo
sus pies sobre las pisadas de Jesús para dar consistencia a la esperanza, débil
brote en tronco desnudo, aurora de una primavera en medio de la noche ¡que no
puede durar siempre!
En realidad, los profetas sólo
tuvieron un conocimiento velado de los tiempos mesiánicos; la revelación del
misterio estaba destinada a los herederos del Reino, a “la gente sencilla”,
Jesús puede dar gracias por ser sólo los “pobres de Yahvé” los que leen los signos
y tienen acceso cerca de Dios. Por otra parte, su acción de gracias recuerda la
bendición de Dan 2,20-23: al igual que los magos de caldea, los fariseos y los
escribas, no obstante su ciencia, son incapaces de descifrar los signos de la
venida del Reino.
ORA EN TU
INTERIOR
Bendito seas, Padre, Señor de cielo
y tierra, porque mediante la sabiduría de la fe y del amor revelas a los
sencillos lo que se oculta a los sabios.
La esperanza de tu venida nos va
ganando, Señor, pues tu justicia despunta ya como rosa de invierno, haciendo
posible la utopía mesiánica del profeta.
Señor, nosotros queremos preparar
tus caminos siendo instrumentos de tu paz en nuestros ambientes, para que donde
imperan el egoísmo y el desamor sobreabunde con Cristo paz, justicia, luz, fe,
dignidad, optimismo, fraternidad y gozo en el espíritu.
ORACIÓN
Señor
Jesús, contigo doy gracias al Padre porque ha elegido a la gente sencilla para
revelarle la palabra de vida, que eres tú. ¿Me ves entre los que te escuchan?
Prefiero estar entre los sencillos elegidos que entre los sabios y entendidos.
Sí, quiero ser discípulo tuyo, amigo tuyo, y, con tus apóstoles, ver lo que
ellos vieron y escuchar lo que tú decías. Hoy te pido que alejes de mi corazón
el orgullo y me des la mansedumbre y la humildad del corazón cristiano. AMÉN.
4 DE DICIEMBRE
MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE
ADVIENTO
PALABRA DEL DÍA
Mateo 15,29-37
“Me da lástima de la gente, llevan ya
tres días conmigo y no tienen qué comer…”
“Jesús,
bordeando el lago de galilea, subió al monte y se sentó en él. Acudió a él
mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los
echaban a sus pies, y él los curaba. La gente se admiraba al ver hablar a los
mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y
dieron gloria al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Me
da lástima de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué
comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino”.
Los discípulos le preguntaron: “¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes
suficientes para saciar a tanta gente?”. Jesús les preguntó: “¿cuántos panes tenéis?”.
Ellos contestaron: “siete y unos pocos peces. Él mandó que la gente se sentara
en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los
partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron
todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas”.
REFLEXIÓN
¡Sí, el Reino de Dios está cerca!
Jesús toma a su cargo las enfermedades y las dolencias humanas. Son borrados
los pecados y se pone la mesa para todos los hombres; para ocupar un puesto en
ella se requiere una sola condición: creer en Jesucristo. Así logró de él la
mujer cananea la curación de su hija.
Jesús preside la mesa del Reino.
Como en otro tiempo Yahvé alimentó a su pueblo en el desierto, hoy Jesús da a
comer su “carne”. Toma unos panes, da gracias y los reparte. En este relato
está presente la Pascua entera: Pascua del desierto para las doce tribus y
Pascua de la historia, que reúne a todos los hombres.
“¡Venid, todo está preparado para el
banquete!” Cuando Dios viene, lo hace para colmar de bienes a los hambrientos,
para dar plenitud de vida a los que ardientemente aspiran a ella: ¡cojos,
ciegos, lisiados, pobres! Para ellos toma Jesús los siete panes y unos peces, y
los multiplica hasta el infinito, a la medida del hambre de aquella gente y de
su propia generosidad. Para ellos prepara Dios un banquete digno de las mayores
festividades.
¿Os ocurre con frecuencia que
asociáis la idea de Dios a la de suculentos manjares y vinos generosos? O, lo
que es lo mismo, cuando deseáis vivir a fondo, con todo vuestro ser, ¿pensáis
en Dios? ¡Es que Dios y la Vida son una misma cosa!
Dios viene para los pobres. Lo
decimos muchas veces, pero ¿aceptamos nuestra propia pobreza? No ya la pobreza
de ser pecadores, sino esa otra pobreza
más radical de ser lisiados, de haber sido heridos por una vida que
exigimos con todo nuestro ser y que nunca se nos da más que a medias. Una
pobreza que nos envuelve como un manto de luto. Aceptar esta pobreza es ponerse
a clamar a Dios. Porque Dios viene a transformar nuestro luto en danza, y
nuestro desierto en mesa de privilegio. ¿Cómo vamos a encontrar a Dios si no
clamamos por la vida como el ciego clama por el sol?
ENTRA EN
TU INTERIOR
Desear, esperar, y después exultar,
comulgar. Estas son las palabras de la pobreza. Jesús ha dispuesto la mesa para
los pobres: “¡Si alguno tiene hambre, que venga!” en el camino de nuestros
desiertos, la eucaristía es la mesa de la esperanza y la fiesta de los pobres.
¡Dichosos los invitados a ella! ¡Dichoso el que abre las manos con deseo
ardiente de vivir! ¡Dichosos los que lloran cuando el Señor viene a enjugar las
lágrimas de los rostros! Este es el gesto de la ternura, el gesto de Cristo
cuando toma en sus manos el pan para poner en las nuestras su cuerpo entregado.
“¡Sí, ven, Señor Jesús!”.
ORA EN TU
INTERIOR
Te damos gracias, oh Dios, nuestra
esperanza, por Jesucristo, tu Hijo amado, que vino a reunir a los que iban, sin
rumbo, al desierto del abandono.
Bendito seas tú, oh Dios que colmas
el deseo del hombre, Dios que haces brotar la vida más fuerte que la muerte y
más dulce que las lágrimas.
Ante esta mesa de fiesta, preanuncio
del banquete de tu Reino, te bendecimos, dios y Padre de los pobres, con todos
cuantos ponen en ti su esperanza.
ORACIÓN
Señor Jesús, te doy gracias, porque
no solo te ocupas de anunciar el Reino de Dios, sino que también te preocupas
de saciar el hambre física de hombres, mujeres y niños. También tu Iglesia
-también yo- estoy llamado a dar respuesta a los problemas temporales de mis
hermanos y a ser testigo de tu misericordia ante el mundo. AMEN
5 DE DICIEMBRE
JUEVES DE LA SEMANA PRIMERA DE ADVIENTO
PALABRA DEL DÍA
Mateo 7,21.24-27
“No todo el que me dice “Señor, Señor”
entrará en el Reino de los cielos…”
“Dijo
Jesús a sus discípulos: “No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el
Reino de los cielos, sino el que el que cumple la voluntad de mi Padre que está
en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se
parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia,
se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero
no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras
mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su
casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y
rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”.
REFLEXIÓN
La palabra de Jesús es palabra de
vida, y el hombre debe dejarla fructificar en su vida.
La roca desnuda, la arena y el
torrente de agua que se precipita sobre el reseco lecho son otras tantas
imágenes que le sirven a Jesús para ilustrar un pequeño apílogo en alabanza del
hombre previsor que construye su casa sobre valores seguros. Pero ¿qué valor
más seguro que la persona de Jesús, a quien el salmo 117 llama la piedra
angular?
“¡Tenemos una ciudad fortificada!
¿Quién podrá derribarla?... ¡Somos dueños de la mitad del mundo! ¿Quién podrá
igualarnos?” Extensa letanía del orgullo humano, en la que van desfilando los
títulos de seguridad, seguidos, como un estribillo, por el eco de las guerras,
el clamor de los explotados y la muerte de los oprimidos. Basta que se produzca
una inesperada devaluación del oro, y veréis temblar en sus cimientos a esa
gente que vive en nuestras ciudades cimentadas sobre arena. ¿Acaso no se
escribe la historia sobre la base de las civilizaciones destruidas?
Pero el hombre es incorregible, y
media un abismo entre nuestros relatos de historia y la Historia vista desde el
lado de Dios, en ese reino inaudito en el que la gente pobre goza de
consideración y los humildes rebosan de alegría. No tenemos aquí ciudad
permanente… Nuestra morada está destinada a permanecer eternamente…
¿Construimos para cien años o construimos para siempre? ¿Cuál es nuestra
Jerusalén? ¿La que se jacta de tener muro y antemuro o “la que baja del cielo
engalanada como una novia ataviada para su esposo”? ¿Ciudad protegida contra la
guerra o ciudad inerme abandonada al amor? ¿Ciudad de los hombres o ciudad de
Dios? “Los que confían en el Señor son como el monte Sión”, dice otro salmo.
Pero un día, Sión fue, a su vez, arrasada… ¡El que pone su confianza en el
Señor no morirá jamás!
Hombre, ¿en qué tienes puesta tu
confianza? ¿En el dinero, en el poder, en la seguridad…? Sábete que tu
derrumbamiento será total. Porque sólo hay un valor seguro, y ese valor se
llama “Dios”.
ENTRA EN
TU INTERIOR
Para conocer y cumplir la voluntad
del Padre hemos de meditar y orar la palabra de Cristo hasta hacerla eje y
quicio de nuestra vida cristiana, núcleo central de nuestra estructura
personal, y no un mero añadido de suplemento dominical.
Cristo Jesús es el modelo de esta
escucha y práctica, el gran servidor del Padre y del hombre, el cumplidor fiel
de la voluntad divina. Como él, nosotros sus discípulos hemos de ser personas
de oración, que es más que la súplica vocal, para convertirla en la vida de
comunión con Dios. Ésta se derramará luego sobre nuestra existencia personal,
la familia y el trabajo, la realidad comunitaria y social en que vivimos, sin
crear divorcio entre la fe y la vida.
Amar a Dios y al hermano es el
cuadro completo y el resumen de la voluntad de Dios. Así construimos nuestra
casa sólidamente. Pues Jesús no preconiza un activismo pragmático y eficaz a
cualquier precio; más bien lo condena, puesto que él no reconoce como suyos a
quienes aseguran haber profetizado y echado demonios haciendo milagros en su
nombre, pero sin haber llenado su vida personal y su acción mundana con la
obediencia de la fe a la voluntad de su Padre Dios.
ORA EN TU
INTERIOR
Tú eres, Señor, nuestra roca de
refugio y es mejor confiar en ti que en los poderosos, porque es mayor la
seguridad de tu amor que la de las abultadas cuentas bancarias.
Queremos escuchar tu palabra y
cumplirla, sin contentarnos con decirte: ¡Señor, Señor! Pero líbranos tú de
nuestra inconstancia.
Te pido por los responsables de la
paz entre los pueblos, para que construyan el futuro sobre la roca de la
justicia; por los que poseen los bienes de este mundo, para que abran a todos
las puertas del bienestar; por los cristianos que invocan tu nombre, para que
traduzcan su fe en actos de amor y de solidaridad con los más pobres.
ORACIÓN
Hoy quiero hacer mía la oración de
Carlos de Foucauld: “Padre, me pongo en tus manos; haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy las gracias. Lo acepto todo con tal que tu voluntad se
cumpla en mí y en todas tus criaturas. Necesito darme, ponerme en tus manos con
confianza, porque tú eres mi Padre”.
6 DE DICIEMBRE
VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
PALABRA DEL DÍA
Mateo 9,27-31
“Qué os suceda conforme a vuestra fe…”
“Dos ciegos seguían a Jesús, gritando: “Ten
compasión de nosotros, hijo de David”. Al llegar a la casa se le acercaron los
ciegos, y Jesús les dijo: “¿Creéis que puedo hacerlo?” Contestaron: “Si,
Señor”. Entonces les tocó los ojos, diciendo: “Que es suceda conforme a vuestra
fe”. Y se les abrieron los ojos, Jesús les ordenó severamente: “¡Cuidado con
que lo sepa alguien!” Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la
comarca”.
REFLEXIÓN
La pregunta de Jesús nos explica el
porqué de la curación de los dos ciegos que se le acercaron pidiéndole a gritos
la vista para sus ojos en tinieblas: “¿Creéis
que puedo hacerlo?” Ante su respuesta afirmativa, Jesús concluye: “Que os suceda conforme a vuestra fe”. Y
se les abrieron los ojos. Así se cumplió el oráculo del profeta Isaías que
tenemos en la primera lectura, referido a los tiempos mesiánicos. Pronto, muy
pronto, los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad, y la salvación
de lo alto alegrará a los oprimidos y a los pobres de Dios.
Por tanto, las fuentes de la palabra
nos hablan hoy, elocuentemente, del adviento como tiempo de fe y
transformación, libertad y justicia, esperanza y gozo en el Señor. La clave
secreta de este cuadro maravilloso está en la fe. La necesidad y eficacia de la
misma es una constante en la biblia y en la vida cristiana de cada día.
Como en el caso de los ciegos, la
historia de los milagros realizados por Jesús coincide con el itinerario de la
fe de los pobres de Dios. Era la fe de los enfermos lo que desencadenaba a su
favor la acción del poder divino que residía en Jesús de Nazaret. Una y otra
vez repite él a las personas agraciadas con una intervención milagrosa: tu fe
te ha curado, tu fe te ha salvado; hágase como has creído. El dicho popular “la
fe hace milagros” es de una certera exactitud evangélica. Hasta tal punto era
la fe presupuesto esencial y condición indispensable, que donde Jesús no
encontraba fe no “podía” obrar ningún milagro. Fue el caso de sus paisanos (Mc
6,5).
ENTRA EN TU INTERIOR
Unos
ciegos ven y unos hombres levantan la cabeza. La muerte y las tinieblas, son
vencidas, así como la tiranía que ejercían sobre la humanidad. Cuando unos
hombres y mujeres reconocen en Jesucristo al Hijo de David, una comunidad se
eleva a la vida de la gracia.
¡Qué
fácil es hacer que se condene a los pobres y a los sencillos que ni siquiera
conocen sus derechos! Les arrojas un poco de polvo a los ojos y quedan cegados
y entregados en manos de quienes no buscan más que hacer caer a los inocentes.
Ya se puede recitar ante ellos el libro de la ley: para ellos no pasa de ser
letra muerta. ¿Quién les dará la clave para poder orientarse? Generación tras
generación, así se burlan de Dios y de los hombres los tiranos. Tiranía que
aquí y allí reviste aspectos gigantescos, en los que pueblos enteros son
humillados; pero tiranía asimismo insidiosa que, en pequeña escala, se conforma
con hacer tropezar, uno a uno, a los pequeños. “¡Mentid, mentid…, siempre queda
algo!”.
ORA EN TU
INTERIOR
“Un poco de tiempo todavía, dice el
profeta, y todo eso va a cambiar”. Pero los pobres se preguntan: ¿cuándo va a
ser eso? Y su noche se alarga…, hasta un día en que por el camino pasa alguien
que les dice simplemente: “¿Crees que puedo hacer eso por ti?”. Entonces
Jesucristo abre los ojos a los ciegos. Es el final de los tiranos. ¿Cómo?
Jesucristo explica a cada hombre la dignidad de serlo, y basta con que un
hombre alce la cabeza ante el opresor para que quede derrotada la tiranía, pues
ésta no ha alcanzado su objetivo, que no era otro que degradar al hombre.
Jesucristo explica al mundo el amor de Dios, y bastas un vislumbre de amor para
que el poder y la maldad sean vencidos.
“Un poco de tiempo todavía, muy poco
tiempo, dice el Señor”. Hermano, déjale a Dios abrir tu corazón, y verás cómo
tu pobreza es un manantial de felicidad. Sólo que no vayas a contárselo a todo
el mundo: ¿quién te comprendería? Hace siglos que los tiranos creen que dirigen
el mundo: pobres ciegos… con los ojos abiertos cuanto pueden, no ven más que
tiniebla. Pero para nosotros ha despuntado el día; el día de una luz interior.
ORACIÓN
Te bendecimos, Padre, por el corazón
de Cristo, que supo compadecerse de los dos ciegos del camino, imagen viva de
la humanidad necesitada de tu luz.
Hacemos nuestros sus gritos de fe y
de súplica: Nos invaden, Señor, las tinieblas de la increencia y nos atenaza
nuestra rutina y supuestas seguridades.
Haz, Señor, que tu amor cure nuestra
innata ceguera, despertando nuestra fe dormida, para poder verlo todo con los
ojos nuevos que nos das: los criterios de Jesús.
Cólmanos de alegría y paz en este
tiempo de adviento, que es oportunidad de conversión a ti y a los hermanos.
AMEN.
7 DE DICIEMBRE
SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
PALABRA DEL DÍA
Mateo 9,35-10.1.6-8
“Jesús
recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el
evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al
ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y
abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos:
“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos, rogad, pues, al Señor
de la mies que mande trabajadores a su mies”. Y llamando a sus doce discípulos,
les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y
dolencia. A estos doce los envió con estas instrucciones: “Id a las ovejas
descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca.
Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que
habéis recibido gratis, dadlo gratis”.
REFLEXIÓN
Toda
la fundamentación de la Palabra del día, está aquí: “Al ver a las gentes sintió
lástima de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no
tienen pastor…”
Dos
imágenes preciosas, muy queridas para la Sagrada Escritura, las imágenes de las
ovejas y de la mies nos hablan de una urgencia, una urgencia de ayer y de hoy,
la evangelización, ya lo decía Pablo: “¡Ay
de mí si no anuncio el evangelio!”
El
grupo de discípulos simboliza el nuevo pueblo de Dios, al que Jesús transmite
sus poderes y los envía.
Pero
en el envío es importante el contenido, los signos y sobre todo la gratuidad: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo
gratis”
Lo
que hemos de transmitir y testimoniar con nuestra vida, es la gozosa noticia de
que Dios ama al hombre, lo invita a su mesa, a la fe, a su amistad y a
construir la fraternidad humana mediante el seguimiento de Jesús.
ENTRA EN
TU INTERIOR
Sé,
Señor, que la fe nace del anuncio, y el anuncio es hablar de ti (Rom 10,17).
Quiero hablar de ti, no sólo con mi palabra, sino también con mi vida, se que
la mies es abundante y pocos los trabajadores para segarla, pero quiero ponerme
a ello con la fuerza y la confianza que me da tu Palabra: “Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca.”
Hoy
me interpela tu ternura y tu compasión. Hoy me interpela el darme cuenta que tú
ves mi enfermedad interior y la curas, como hiciste con el samaritano al borde
del camino, con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
ORA EN TU
INTERIOR
¡Ay
de mí si no anuncio el Evangelio! Pero si no entro en ese proceso continuo de
conversión, que la presencia del reino de Dios, ya en el aquí y ahora de las
historias me propone, no me sirve de nada, porque mi anuncio no sería creíble,
lo primero es lo primero: “El reino de
Dios se acerca, convertíos y creed en el Evangelio”.
ORACIÓN
FINAL
Bendito
seas, Señor, que recorriste los polvorientos caminos de Palestina, curando
todas las enfermedades y todas las dolencias. Bendito seas, pastor bueno,
porque nunca abandonas a tus ovejas, sino que las llevas a sestear a verdes
prados. Ensancha mi corazón y concédeme ser fiel a la misión que me confías.
Amén.
“La mies
es abundante, pero los trabajadores son pocos, rogad, pues, al Señor de la mies
que mande trabajadores a su mies”.