lunes, 17 de junio de 2013

23 DE JUNIO: XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)


 
“El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo…”

23 DE JUNIO

XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Zacarías 12,10-11

Salmo 3: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”

2ª Lectura: Gálatas 3,26-29

PALABRA DEL DÍA

Lucas 9,18-24

“Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: -¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Él les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y le dijo: -El Mesías de Dios. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: -El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día. Y, dirigiéndose a todos, dijo: -El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí causa, la salvará”.

Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Un día Jesús se había apartado un poco para orar, pero sus discípulos estaban con él. Entonces les preguntó: «Según el parecer de la gente, ¿quién soy yo?»Ellos contestaron: «Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías, y otros que eres alguno de los profetas antiguos que ha resucitado.»Entonces les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro respondió: «Tú eres el Cristo de Dios.»Jesús les hizo esta advertencia: «No se lo digan a nadie». Y les decía: «El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades judías, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo condenarán a muerte, pero tres días después resucitará.»También Jesús decía a toda la gente: «Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga.  Les digo: el que quiera salvarse a sí mismo, se perderá; y el que pierda su vida por causa mía, se salvará”.        

REFLEXIÓN

            Las reflexiones de los domingos anteriores nos han preparado para acercarnos a la página evangélica de hoy, una de las más importantes de todo el Nuevo Testamento y verdadero eje central de los evangelios sinópticos.

            Jesús se ha ido revelando a través de signos que ponían de manifiesto la presencia del Reino de Dios en el mundo. Hoy el velo revelador se despliega casi totalmente ante la pregunta directa que hace el mismo Jesús: Qué pensáis de mí. Pregunta que lleva como contrapartida la pregunta indirecta: Cómo deben ser mis discípulos…

            Una mejor comprensión del evangelio de hoy nos obliga a tener en cuenta la versión que del mismo hecho hace Marcos (8,27-35), versión que parece haber sido suavizada por Lucas, según su costumbre.

            Mientras Jesús se diría hacia la ciudad de Cesarea de Filipo, ciudad construida en el nacimiento del Jordán como homenaje del rey Filipo al césar, Jesús, creyó oportuno hacerles a los discípulos la gran pregunta: Qué pensaban de él.

            La proximidad de la ciudad levantada en homenaje al dominador extranjero del pueblo judío, con sus templos paganos y su estilo de vida tan opuesto al ideal judío, parecía casi insinuar la pregunta y poner sobre el tapete la cuestión del Mesías.

            ¿Hasta cuándo el pueblo de Dios continuaría dominado bajo el yugo romano? ¿Es que Dios se había olvidado de los suyos? ¿No había venido ya Juan, cual nuevo Elías, preparando el camino del Enviado de Dios? ¿No tenía Jesús todas las apariencias y toda la popularidad necesaria como para iniciar la guerra santa y poner en marcha los tiempos mesiánicos?

            Pero la pregunta que Jesús hace a sus discípulos es, de alguna manera, la pregunta que siempre hizo la Iglesia mirando a su alrededor: ¿Qué se piensa en el mundo sobre Cristo? ¿Cómo lo ven los demás pueblos? ¿Qué se opina de él en un país cristiano por tradición?

            Una vez que le dice a Jesús lo que la gente pensaba de él, viene la pregunta directa y la que a Jesús le interesa realmente: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.

            Es la gran pregunta que tarde o temprano ha de escuchar la misma Iglesia y cada cristiano. Porque puede suceder que sigamos a Jesús sin saber a quién seguimos, o que llevemos su nombre sin saber qué significa ese nombre y ese hombre.

            En efecto, con sinceridad, ¿quién es Jesús para nosotros? ¿Qué esperamos de él? ¿Qué nos impulsa a escuchar su palabra, bautizar a nuestros hijos o celebrar fiestas en su honor?

            Y se levanta Pedro, la expresión de una fe aún incipiente e inmadura, quien responde más con el corazón que con los labios: Tú eres “el Mesías de Dios”.

            El Mesías que responde al designio de Dios está señalado por dos características: el dolor y el rechazo. No sólo sufrirá mucho, sino que sentirá en carne propia el rechazo de los suyos y la oposición de esa misma gente que se dice religiosa y que ocupa altos cargos en la nación.
 

ENTRA EN TU INTERIOR

¿CREEMOS EN JESÚS?

Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio evangélico como un relato de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesarea de Filipo: «Vosotros, quién decís que soy yo?»

Si en las comunidades cristianas dejamos apagar nuestra fe en Jesús, perderemos nuestra identidad. No acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad.

No son tiempos fáciles los nuestros. Si no volvemos a Jesús con más verdad y fidelidad, la desorientación nos irá paralizando; nuestras grandes palabras seguirán perdiendo credibilidad. Jesús es la clave, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos?

Nosotros confesamos, como Pedro, que Jesús es el "Mesías de Dios", el Enviado del Padre. Es cierto: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos los cristianos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?

Lo confesamos también "Hijo de Dios". Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más fraterno y justo para todos. ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo como una gran noticia para todos?

Llamamos a Jesús "Salvador" porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y definitiva salvación. ¿Es ésta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es ésta la paz que se contagia desde nuestras comunidades?

Confesamos a Jesús como nuestro único "Señor". No queremos tener otros señores ni someternos a ídolos falsos. Pero, ¿ocupa Jesús realmente el centro de nuestras vidas? ¿le damos primacía absoluta en nuestras comunidades? ¿lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir?

La gran tarea de los cristianos es hoy aunar fuerzas y abrir caminos para reafirmar mucho más la centralidad de Jesús en su Iglesia. Todo lo demás viene después.

José Antonio Pagola

 
ORA EN TU INTERIOR

No hay nada más humillante que nos carguen con una cruz. Por eso Jesús dice: Que no te la carguen, tómala tú mismo. La cruz es un modo de afrontar la vida, y ese modo debe ser aceptado desde el corazón. Tomar la cruz es preguntarse cada día: ¿en qué puedo servir a mi hermano? ¿Cómo puedo engendrar vida en quien la necesita?

Hay quienes se aferran de tal modo a sí mismos, que salvar su vida es lo único que les importa. Todo es pensado y vivido en función de su egoísmo. Para Cristo, ese hombre está perdido, es un pobre hombre.

Esta es la cruz del cristiano: la que él mismo elige como forma de vida. El debe buscarla y asumirla. Si se la imponen es un esclavo cristiano…, esclavo, al fin. Si no la toma, es esclavo de sí mismo.

Si la toma, morirá en ella. Morirá como hombre libre. Por eso vivirá. Esta es la gran paradoja.

ORACIÓN

            Señor, nosotros sabemos que tú eres el Cristo sufriente que da la vida por la salvación de los hombres, y queremos ser los testigos de tu amor en esta sociedad en la que estamos encarnados.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes proporcionadas por Catholic. net

 
 

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