lunes, 15 de octubre de 2012

FIESTA DE SANTA TERESA DE JESÚS

 

Santa Teresa de Jesús (15 de octubre): Teresa de Jesús o la pasión de una vida

Desde aquel “era entonces muy enemiga de ser monja”, en el monasterio de las Angustias, hasta su grito “es tiempo de caminar”, vive Teresa la “pasión”, en hondura, en complejidad y en grandeza, de su vocación religiosa…

La rica personalidad de Teresa de Jesús nos sobrecoge y, en cierto modo, nos desborda. Pero hay fibras más definidas en su vida, esas que ponen un sello imborrable en toda “andadura” terrenal, que permiten nuestro acercamiento y comprensión al mundo y misterio de la santa de Ávila y del mundo.

Una de esas fibras teresianas, que surcan los días de su existencia, creo que es la “pasión” con que vivió su propia historia, su vida de fe y su vocación religiosa.

Teresa es radical, y lo radical sólo se puede vivir así, en la “pasión” en el borde del riesgo constante. Lo radical, y mucho más en la fe, se traduce en ámbitos desinstaladores, en opciones de pobreza absoluta, en caminos sin más techo que la fuerza del cielo. Lo radical marca, y marca en gozo y en vida plena. Teresa es radical. Dios es su “pasión”. Una pasión desde el alba misma de su vida hasta la hora de la muerte. Una pasión que vive en el marco concreto de su vocación religiosa.

Una “pasión” que se hace aventura infantil. Se trata de comprar pronto y al mejor tiempo posible el gozo del cielo. Un gozo para “siempre, siempre, siempre…”. Y nace aquella aventura infantil que comparte con su hermano. Pronto, muy pronto, apenas han salido de Ávila se termina la aventura. Queda la “pasión”, el “ansia” por lo más radical y decisivo para una vida, el “ansia” de Dios.

Una “pasión” que se hace “ermitas” en la huerta. Se ensayan formas nuevas de amar: “procurábamos como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas piedrecillas que luego se nos caían; y así no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo” (V. 1, 6). También ahora algo se derrumba, hay piedras que caen y se rompen. Queda el alma de Teresa, tan entera y tan apasionada, tan “en tensión hacia Dios”.

Una “pasión” que se hace lucha con Dios. Al estilo de los profetas Teresa puede gritar: “Me has seducido, Señor, y me he dejado seducir; me has agarrado y me han podido” (Jer. 20, 7). Es la lucha inevitable de la resistencia humana a la llamada de Dios. Teresa lo ha vivido –lo vivirá en más ocasiones- en carne propia: “en esta batalla estuve tres meses forzándome a mí misma…” (V. 3, 6).

Una “pasión” que se hace firmeza en lo difícil. A Teresa no le va a faltar oposición –fuerte oposición-, de su padre y familiares. Es ahí donde su “pasión” se traduce en voluntad y firmeza. Vendrán luego horas para la incomprensión, para el dolor, para los trabajos de la reforma. Teresa vive siempre su temperatura de ansias de perfección, de santidad.

Una “pasión” que se hace dolor y alegría confundidos. La vocación exige muerte, abandonos, rupturas. Y el dolor es grande. ¡Cómo les cuesta el adiós a su padre… para ser monja!” “Cuando salí de casa de mi padre, no creo será el sentimiento cuando me muera”; “Como no había amor de Dios que quitase el amor del padre… era todo haciéndose una fuerza muy grande” (V. 14, 1).

Y en la muerte y el rompimiento brota la vida y la alegría. Pronto tiene que escribir: “me dio tan gran contento de tener aquel estado que nunca jamás me faltó hasta hoy” (V. 4, 21). Es el signo de todos los hombres llamados por Dios. Abandono de la casa paterna, rompimiento de lo que era la propia seguridad, para salir confiados sólo en su palabra. Pero en el dolor, en la salida, viven la mayor riqueza, reciben bendiciones y promesas; experimentan el gozo que no defrauda, el gozo de Dios.

Una “pasión” que se hace luz por los caminos. Los caminos de sus fundaciones. Vive su pasión a prueba de cansancios y fatigas, a prueba de polvo o cantueso. Son como pequeñas –mejor, diríamos, inmensas- luces que va prendiendo con la cerilla de su amor inmenso, de su fe vivida con tal pasión.

Una “pasión” que se hace plegaria por su vocación. Teresa sabe que la vocación es regalo, que no se merece; sabe que es un don, lo pide; ruega para que “le diese el Señor el estado en que mejor le había de servir” (V. 3, 2). Es necesario que Dios confirma a cada instante la lozanía de la vocación, es necesario que el fuego de Dios reanime el rescoldo del hombre llamado. En definitiva, es necesario sentir que su promesa es verdad en la propia vocación: “yo estaré contigo hasta el final de tus días”.

Una “pasión que se hace búsqueda incesante. Porque en la vocación nada está definitivamente confirmado; porque en la vocación “siempre es tiempo de caminar”. Es la verdad de Tersa. Vivir cada día como el único y el definitivo de la existencia. La pasión de Teresa es siempre tensión hacia Dios, profundidad siempre inabarcable.

Así fue la vocación de Teresa. Vivida en la pasión más rica, más decisiva y más honda de una vida. Por eso es modelo también para hoy. Porque en su inquietud, en su temor, en su firmeza, en sus horas de cómo podrá ser esto, en su gozo y en su grandeza se dejan traslucir los pasos “eternos” de tantos llamados. Se dejan traslucir mis propios pasos.
 
 

Ya toda me entregué y dí,
y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó herida,
en los brazos del amor
mi alma quedó rendida;
y, cobrando nueva vida,
de tal manera he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
Ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.


Vuestra soy, para Vos nací,

 ¿Qué mandáis hacer de mí?

Soberana Majestad,

 Eterna sabiduría,

 Bondad buena al alma mía;

 Dios, alteza, un ser, bondad,

 La gran vileza mirad,

 Que hoy os canta amor así.

¿Qué mandáis hacer de mí?
 

 


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