27 DE AGOSTO
San Agustín, Patrono
de los que buscan a Dios
Hermanas, hermanos, amigos, hoy
es el día litúrgico de San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia. “Tarde te
amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé”, esta queja amorosa hecha
a Dios, fue pronunciada después de su conversión por San Agustín, aquel gran
obispo africano del siglo IV, modelo de pastor y una de las mentes más
brillantes de la historia de la Iglesia. Uno de los cuatro doctores más
reconocidos de la Iglesia Latina. Es llamado el "Doctor de la
Gracia". Es el Patrón de los que buscan a Dios, de los teólogos, y de la
imprenta. Aparece frecuentemente en la iconografía con el corazón ardiendo de
amor por Dios.
(San Agustín recibe el Bautismo de manos del Obispo Ambrosio en Milán,
con Alipio y su hijo)
San
Agustín a pesar de haber vivido a finales del siglo IV, es un santo muy actual,
y esto es así, por la vida que vivió. Tuvo una juventud bastante desviada en su
moral, pasados sus 30 años se convierte, deja su vida de pecado e inicia su
seguimiento de Cristo por caminos nunca sospechados por él. 28 años de lágrimas
le costó su conversión a su madre Santa Mónica.
Llevando una vida de gran penitencia es elegido Obispo de Hipona. Durante 34 años fue un modelo para su grey, a la que dio una sólida formación por medio de sermones y de sus numerosos escritos, con los que contribuyó de gran manera a una mayor profundización de la fe cristiana. Murió en el año 430.
(San Agustín recibe el hábito de la salvación, confirmación de que había dejado el mundo,
se pone una capucha negra y se ciñe un cinturón de cuero
convirtiéndose en siervo de Dios)
“Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé”, con cuanto fervor habrá repetido estas palabras luego de su vida inmersa en el pecado. Y es esto lo que hace a San Agustín un santo para nuestros días. El hombre moderno es, en una gran mayoría, un hombre sin Dios; un hombre que vive sin rumbo, porque ha sacado a Dios como fin último de su vida; un hombre que vive y piensa como quiere y así le va. Quiere construir su vida sin Dios, pero ha olvidado aquellas palabras del Salmo 127, 1: “Si el Señor no construye su casa, en vano trabajan los albañiles”. Tenemos, por tanto, que trabajar para merecer el don inmenso e inmerecido de la conversión de la mente y del corazón a Dios, nuestro Señor.
(San Agustín recibe el corazón ardiendo con el fuego del amor de Dios)
Convertirnos es dar un giro en la vida de todos los días y orientarnos de una vez y para siempre hacia Dios. El está al principio de nuestra vida, está junto a nosotros en cada paso, y está esperándonos al final de nuestros días, como nuestra meta definitiva. El hombre que vive sin Dios construye a cada paso castillos en el aire, edifica su vida sobre pompas de jabón. Pero Dios nos llama a construir el edificio de nuestra existencia sobre la roca firme, sólida, que es Cristo, y por más que vengan los vientos, las tormentas y las lluvias, nuestra casa no se derrumbará porque su fundamento es Cristo, Rey de reyes y Señor de los señores.
(San Agustín y su madre Santa Mónica)
Que San Agustín nos sirva de ejemplo: dejar ya de una vez el pecado que nos esclaviza y vivir la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Que no tengamos que decir al final de nuestros días: “Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé”.