10 de Febrero
MIÉRCOLES DE
CENIZA
1ª Lectura:
Joel 2,12-18
Rasgad los
corazones y no las vestiduras.
Salmo 50:
Misericordia, Señor: hemos pecado.
2ª Lectura: 2
Corintios 5,20-6,2
Reconciliaos
con Dios: ahora es tiempo favorable.
PALABRA DEL
DÍA
Mt 6,1-6.16-18
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuidad de no
practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de
lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto,
cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los
hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por
los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando
hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu
limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie
en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os
aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu
aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre que está en lo escondido, y tu
Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis
cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la
gente que ayunan: Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando
ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la
gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre que ve en lo
escondido, te recompensará”.
Versión para
América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
Jesús dijo a sus
discípulos:
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los
hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna
recompensa del Padre que está en el cielo.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando
delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para
ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que
hace la derecha,
para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en
lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos
les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para
ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra
la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo
secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los
hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro
que con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu
rostro,
para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por
tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará.
REFLEXIÓN
COMENZAMOS LA
CUARESMA
Con el Miércoles de Ceniza empezamos, un año más, la
celebración de la Cuaresma. Toda la Iglesia está invitada a ponerse en camino
hacia la Pascua con un corazón nuevo, con un corazón renovado. Los textos
litúrgicos serán nuestra guía, nuestra compañía, en este tiempo santo. Tenemos
que dejarlos hablar, para poder recoger su mensaje salvífico. Tenemos que estar
abiertos a este “tiempo favorable”. Si de verdad nos implicamos en esta
propuesta de conversión, en esta aventura de gracia, si de verdad nos
reconciliamos con Dios, será un camino de liberación y de vida renovada.
LOS GRITOS DE
LA CUARESMA
Los textos bíblicos que la liturgia nos ofrece en este primer día de la
Cuaresma, nos invitan a la conversión, a centrarnos en lo esencial, a
preguntarnos por qué, tan a menudo, cosas sin importancia, pasan a ser
importantes en nuestra vida hasta el punto de distraernos de las relaciones con
Dios, con los hermanos, y de descentrarnos a nosotros mismos.
El profeta Joel llama al pueblo a la conversión interior y sincera, a
huir de la ritualidad puramente externa, con frases como éstas: “Convertíos a
mí de todo corazón…” “Rasgad los
corazones, no las vestiduras”.
En el salmo, en sintonía con las lecturas, cantamos: “…por tu inmensa
compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado…, crea en
mí un corazón puro…, renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes
lejos de tu rostro…”, “no me quites tu Santo Espíritu”, “devuélveme la alegría
de tu salvación…”
Pablo describe la salvación como gracia, como don gratuito que hemos de
acoger, y nos invita: “os pedimos que os reconciliéis con Dios”.
TRES PUNTOS IMPORTANTES
A TENER EN CUENTA
• Piedad auténtica: limosna, oración,
ayuno. Esto nos remarca el texto evangélico de hoy, en la sección central del
Sermón de la Montaña de San Mateo. Aquí Jesús exhorta a una espiritualidad
auténtica.
• Cuaresma, tiempo de gracia y de
reconciliación. El protagonismo de este tiempo no lo tienen nuestras obras, por
muy buenas que sean, sino la gracia de Dios. En el centro de la reconciliación
de Dios con el hombre y del hombre con Dios está la obra de Cristo: “Al que no
había pecado Dios lo hizo expiación por nuestros pecados, para que nosotros,
unidos a él, recibamos la justificación de Dios”. Cada uno de nosotros ha de
sentirse acogido por Dios, tal como lo expresa Pablo en este texto, cuando cita
a Isaías 49,8: “en tiempo favorable te escuché, en día de salvación viene en tu
ayuda”. La conclusión que saca el apóstol conviene que tenga eco a lo largo de
toda nuestra vida: “Ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la
salvación”.
• Al final, dominando todo el horizonte,
la Pascua. En ningún momento de estos cuarenta días, debemos olvidar la meta a
la que nos conduce: la Pascua. Las oraciones litúrgicas de estos días, van a
incidir en ello: “Que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con
el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo…”,
“…concédenos, por medio de las prácticas cuaresmales, el perdón de los pecados;
así podremos alcanzar, a imagen de tu Hijo resucitado, la vida nueva de tu
reino…”.
Esto es lo que hemos dicho a nuestro Padre Dios este Miércoles de Ceniza,
ahora es una nueva oportunidad, tal como nos ha recordado Pablo. Cuando se
trata de avanzar en la conversión del corazón partimos del protagonismo del
Padre que nos ha regalado su gracia. Es la gracia, derramada en nuestro corazones
con el Espíritu que se nos ha dado, la que nos capacita para amar tal como
Jesús amó, para actuar con misericordia, para dar ternura, para orar con
confianza, para ser sencillos, para perdonar a quien nos ha ofendido, para
reconocer la propia pequeñez, para ayudar con más desprendimiento, para ser más
compasivos con nuestros hermanos más necesitados, los más pobres, los enfermos,
los ancianos, los niños… y tantas y tantas maravillas, que la gracia de Dios
nos permite realizar.
Por tanto una llamada al arrepentimiento, a convertirnos al Dios del amor
y el perdón, que ha hecho su obra en
Jesucristo. Es un tiempo favorable para la reconciliación, como nos ha
recordado Pablo en la segunda lectura.
La Iglesia nos propone los tres gestos tradicionales: la oración, el
ayuno y la limosna. Son los signos de la
conversión en los tres ámbitos de nuestra vida.
• LA ORACIÓN: Momento tranquilo de
nuestra comunión con Dios, para escuchar su Palabra y para depositar nuestra
confianza en Él, en un mundo que ignora la oración y se olvida de Dios.
• EL AYUNO: Esfuerzo de austeridad
personal en la comida, en los gastos, en la ostentación exterior, en un clima
social tan inclinado a valorar la riqueza y el poder.
• LA LIMOSNA: Signo de la generosidad
hacia los demás, especialmente a los más necesitados.
Sin olvidar el acento evangélico: lo que importa es el corazón abierto y
sincero: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para
ser vistos por ellos…”, hemos escuchado en el evangelio.
Toda la Cuaresma será la contemplación del camino de
Jesús y el impulso para todos nosotros por hacerlo con él, como aprendizaje de
la vida verdadera.
La ceniza de este miércoles es ya ceniza de resurrección.
Dios es capaz de sacar vida de la muerte y resurrección de las cenizas, como
brota la espiga del grano que muere en la tierra.
Este tiempo de Cuaresma es una nueva oportunidad para aprovechar al
máximo la gracia de Dios, y trabajar para que por fin, la Pascua de la
justicia, del amor y de la paz, llegue
a todos. Para que por fin todas las armas se conviertan en rosas, todas las
alambradas de espinas, en setos verdes y floridos, todas las cruces en luces de
la aurora, todos los muros que dividen, en arcoíris, que hombres, mujeres
y niños puedan vivir sin sobresaltos.
Comencemos, hermanas y hermanos y vivámosla intensamente, vivámosla como
rejuvenecimiento interior, que podamos renacer en espigas de primavera en la
mañana santa de la Pascua.
ENTRA EN TU
INTERIOR
La gracia de Dios nos permite enternecer nuestros corazones
y escuchar la Palabra de Dios. Precisamos, sin embargo, de una actitud humilde
a fin de acoger los dones de Dios, tener aquella confianza en los hijos que
esperan las caricias de sus padres. Nosotros también esperamos que nos llegue
la ternura de Dios, sus caricias manifestadas en los sacramentos, en su
Palabra, en las personas, en los hechos cotidianos, en los que sufren.
Sé, Señor, que ahora es el momento de colaborar contigo
para hacer posible mi cambio. La Cuaresma quiere recordarme que tengo que hacer
algo, aunque sea poco.
ORA EN TU
INTERIOR
Dar limosna, o lo que es lo mismo, cambiar mi ideal de
tener por el de compartir. Y esto será posible, Señor, si como me dice San
Pablo, comienzo a considerar a los demás, sobre todo a los más pobres y necesitados,
como superiores a mí.
Quiero, Señor, poner amor en todas las exigencias
cuaresmales, aunque sean difíciles, pero sé que si pongo amor, seguramente se
transformarán en momentos de gozo.
ORACIÓN FINAL
(Salmo 50)
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa
compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo
reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo
pequé, cometí la maldad que aborreces. En la sentencia tendrás razón, en el juicio
resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre. Te
gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con
agua: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve. Pues yo
reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo
pequé, cometí la maldad que aborreces. Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no
me quites tu santo espíritu. Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los
huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.
SEMANA DE
CENIZA
La cuaresma comienza al son de trompetas. Todo el pueblo es convocado al
ayuno en la Iglesia, asamblea santa. Al final de la cincuentena pascual, el
profeta Joel anunciará la efusión del Espíritu sobre “toda carne”
(Pentecostés). El ayuno de la cuaresma no es una práctica de penitencia
individual, sino una larga celebración en la que la Iglesia convoca a los
hombres para que dejen que el Espíritu renueve sus corazones. Entonces, del
polvo de nuestras cenizas brotarán la vida y la fiesta.
Hoy debemos partir, recuperar nuestros orígenes nómadas,
tomar el camino de la vida. Camino de cruz, hecho de humildad, desprendimiento
interior, justicia y amor al hombre. Camino por el que la Iglesia va a la
búsqueda del Esposo que le ha sido arrebatado, en el silencio del desierto y la
verdad del corazón. Pero la fe sabe que la cruz anuncia la resurrección y que
ninguna noche se prolonga sin desembocar en la aurora pascual. Los pecadores ya
están invitados a la mesa mesiánica por aquel que ha venido a llamar a los
enfermos y no a los sanos.
¿No debería ser nuestro ayuno, en el sentido estricto del
término, un “ayuno eucarístico”, un despojarse de todo para, al fin, gustar la
alegría de la mesa de la reconciliación? Mesa en la que el Esposo nos da ya el
nuevo vino de la fiesta. El cristiano, cuando hace penitencia, conoce la paz
interior de la vida y del perdón y, si va al desierto, es porque allí puede
Dios hablar a su corazón; pero en el silencio, y en esta ausencia, que es la
única que puede abandonar nuestro deseo.
¡Es hermoso ayunar para ti, Dios, vida nuestra, y dejar
que el hambre profundice en nosotros el deseo de un mayor amor!.
Siguiendo a tu Hijo Jesús, iremos al desierto, y de
nuestro despojo de cada día renacerá una humanidad nueva, fruto de la gracia y
la pobreza.
Bendito seas por la mesa del pan partido, donde son
reconciliados los que se dan a ti sin
reservas. Y bendito sea el día en que tu Iglesia conozca con qué ternura
la amas mientras camina por los duros senderos de la cruz.
PRIMERA
SEMANA DE CUARESMA
Esta primera semana la liturgia nos invita a caminar, a ponernos en
camino. ¿Hacia dónde? Hacia un mundo nuevo.
El creyente debe tener alma de nómada. El nómada nunca llega a donde
tiene que llegar, porque lo suyo es ser caminante, no tener ningún lugar en
propiedad. Todos los lugares son de paso. Ningún lugar es su lugar. Lo esencial
está siempre más allá.
Todos los días es tiempo de empezar, de comenzar de nuevo. Cada mañana es
tiempo de arrancar de nuevo hacia la meta. El punto donde quedamos al terminar
el día no es nunca un punto final. Sólo es punto y seguido. No hemos llegado
nunca donde Dios nos espera, aunque estemos siempre con Dios, Dios, como un
padre que enseña a andar a su hijo, siempre se pone un poco más allá y nos deja
solos para que caminemos hacia él.
Caminar, en clave de fe, significa dejar la tierra donde nos sentimos
bien, seguros, esclavos de nuestros antojos y de nuestros planes, sordos para
escuchar la voz de Dios.
Caminar tiene sus riesgos: uno se cansa, hay momentos de desierto, se
encuentran compañeros de ruta que se hacen insoportables y vienen las peleas y
las discusiones… O llega la niebla que no nos deja ver, que te desorienta y te
preguntas: ¿Dónde voy? ¿Para qué seguir caminando siempre si no se llega nunca?
Caminar, ¿hacia dónde? Hacia lo esencial: “Sed santos como vuestro Padre
celestial es santo”, y, además, “al final de la vida se os va a medir por lo
que hicisteis con los hermanos, no por las fatigas que os tomasteis” En
palabras de San Juan de la Cruz: “Al amanecer de la vida, se os juzgará en el
amor”.
Esta primera semana nos centra en lo esencial, santidad y la vida como
servicio a los hermanos. Sin esto no hay vida cristiana.
14 de Febrero
DOMINGO 1º DE
CUARESMA
COLECTA DE LA
CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE EN EL MUNDO
MANOS UNIDAS
1ª Lectura: Deuteronomio
26,4-10
Profesión de
fe del pueblo escogido
Salmo 90:
Estás conmigo, Señor, en la tribulación.
2ª Lectura:
Romanos 10,8-13
Profesión de
fe del que cree en Jesucristo.
PALABRA DEL
DÍA
Lucas: 4,1-13
“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y
durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras
era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final
sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta
piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: “Está escrito: No solo de
pan vive el hombre”. Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un
instante todos los reinos del mundo, y le dijo: “Te daré el poder y la gloria
de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te
arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Jesús le contestó: “Está escrito: Al
Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Entonces lo llevó a Jerusalén
y lo puso en el alero del templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate de
aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y
también: “Te sostendrá en sus manos, para que tu pie no tropiece con las
piedras”. Jesús le contestó: “Está mandado: No tentarás al Señor tu Dios”.
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión”.
Versión para
América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Jesús, lleno del
Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el
Espíritu al desierto,
donde fue tentado por
el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de
ellos tuvo hambre.
El demonio le dijo
entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta
en pan".
Pero Jesús le
respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan".
Luego el demonio lo
llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la
tierra
y le dijo: "Te
daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido
entregados, y yo los doy a quien quiero.
Si tú te postras
delante de mí, todo eso te pertenecerá".
Pero Jesús le
respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás
culto".
Después el demonio lo
condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo:
"Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo,
porque está escrito: El
dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.
Y también: Ellos te
llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".
Pero Jesús le
respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
Una vez agotadas todas
las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno. “
REFLEXIÓN
El miércoles pasado comenzamos el tiempo de Cuaresma.
Tanto a nivel personal como comunitario los cristianos vamos a centrar nuestro
esfuerzo, a lo largo de estas semanas, en un trato más frecuente y confiado con
Dios, en una atención más afectuosa y amable con nuestros hermanos y en una
sensata sobriedad personal ante cualquier apetencia o inclinación. La finalidad
es muy clara: afinar paulatinamente
nuestro cuerpo y nuestro espíritu para acoger en fe y en esperanza la
resurrección de Jesús el día de Pascua y vivir después, con mayor empuje, la
presencia del Resucitado en nuestras vidas. Todos nos hacemos espaldas con
nuestra oración, nuestra limosna y nuestro ayuno para ir aumentando esa
libertad de hermanos del Resucitado.
En las lecturas de hoy se nos propone un medio
insustituible para avanzar en ese camino de “desposesión” interior. Es la fe,
una fe que engloba toda la persona. En la primera lectura, Moisés hace una
profesión de fe en Dios que ha acompañado al pueblo desde sus inicios humildes,
que ha estado a su lado en los momentos de aparente desastre y que acaba
introduciéndolo en la tierra prometida. Una fe que se traduce en agradecimiento
humilde y en adoración sincera.
Nuestro itinerario cuaresmal ha de estar impregnado de una
fe incondicional en la presencia cierta de Dios en todas nuestras
circunstancias. Nuestra tierra prometida es Cristo resucitado. Cualquier
contratiempo o dificultad durante el trayecto no es sino una oportunidad para
depurar un poco más nuestra adhesión a Dios. La fe no solamente aligera nuestro
espíritu sino que también fortalece nuestro compromiso diario.
San Pablo abunda en la misma afirmación de una manera
original. Nuestros labios pueden pronunciar la mejor oración dirigida a Dios si
las palabras son una auténtica confesión de que Jesús es nuestro único Señor.
Nada ni nadie debe ocupar nuestra mente ni nuestro corazón por encima de Él.
Ningún otro señor de esta tierra puede satisfacer nuestras ansias de plenitud.
Más bien, nos deja más sedientos e insatisfechos.
Pero san Pablo añade que la fe la llevamos en el corazón
si creemos que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos. Y esta fe del
corazón nos hace justos. Creer que Dios le ha resucitado a él y que también nos
resucitará a nosotros significa ya ahora, en nuestro quehacer diario, que Dios
desea sacarnos de nuestras angustias, de nuestras tumbas, de nuestras muertes.
Así nos hacemos más justos con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
ENTRA EN TU
INTERIOR
IDENTIFICAR
LAS TENTACIONES
Según los evangelios, las tentaciones experimentadas por Jesús no son
propiamente de orden moral. Son planteamientos en los que se le proponen
maneras falsas de entender y vivir su misión. Por eso, su reacción nos sirve de
modelo para nuestro comportamiento moral, pero, sobre todo, nos alerta para no
desviarnos de la misión que Jesús ha confiado a sus seguidores.
Antes que nada, sus tentaciones nos ayudan a identificar con más lucidez
y responsabilidad las que puede experimentar hoy su Iglesia y quienes la
formamos. ¿Cómo seremos una Iglesia fiel a Jesús si no somos conscientes de las
tentaciones más peligrosas que nos pueden desviar hoy de su proyecto y estilo
de vida?
En la primera tentación, Jesús renuncia a utilizar a Dios para
«convertir» las piedras en panes y saciar así su hambre. No seguirá ese camino.
No vivirá buscando su propio interés. No utilizará al Padre de manera egoísta.
Se alimentará de la Palabra viva de Dios. Sólo «multiplicará» los panes para
alimentar el hambre de la gente.
Ésta es probablemente la tentación más grave de los cristianos de los
países ricos: utilizar la religión para completar nuestro bienestar material,
tranquilizar nuestras conciencias y vaciar nuestro cristianismo de compasión,
viviendo sordos a la voz de Dios que nos sigue gritando ¿dónde están vuestros
hermanos?
En la segunda tentación, Jesús renuncia a obtener «poder y gloria» a
condición de someterse como todos los poderosos a los abusos, mentiras e
injusticias en que se apoya el poder inspirado por el «diablo». El reino de
Dios no se impone, se ofrece con amor. Sólo adorará al Dios de los pobres,
débiles e indefensos.
En estos tiempos de pérdida de poder social es tentador para la Iglesia
tratar de recuperar el «poder y la gloria» de otros tiempos pretendiendo
incluso un poder absoluto sobre la sociedad. Estamos perdiendo una oportunidad
histórica para entrar por un camino nuevo de servicio humilde y de
acompañamiento fraterno al hombre y a la mujer de hoy, tan necesitados de amor
y de esperanza.
En la tercera tentación, Jesús renuncia a cumplir su misión recurriendo
al éxito fácil y la ostentación. No será un mesías triunfalista. Nunca pondrá a
Dios al servicio de su vanagloria. Estará entre los suyos como el que sirve.
Siempre será tentador para algunos utilizar el espacio religioso para
buscar reputación, renombre y prestigio. Pocas cosas son más ridículas en el
seguimiento a Jesús que la ostentación y la búsqueda de honores. Hacen daño a
la Iglesia y la vacían de verdad.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
El mejor ejemplo para vivir de esta manera lo encontramos
en Jesús tal como hemos escuchado en el evangelio. El desierto de Jesús es para
nosotros, hoy día, el entorno familiar, eclesial y social que nos toca vivir.
En lo cotidiano de la vida emerge la tentación de insensibilidad a lo
invisible, de apego desorbitado a lo material, de dominio y abuso de los demás.
Todos pasamos por estas pruebas que pueden marcar positivamente nuestro
crecimiento espiritual si tenemos la misma perspectiva de Jesús para no
dejarnos engañar por lo más fácil y cómodo a primera vista.
Jesús no se deja seducir ni por el pan, ni por la fama,
ni por el poder. Su comunión íntima con el Padre le lleva a mantener su propia
integridad y libertad. Su fe y su intimidad con el Padre le llevan a mantener
su propia integridad y libertad. Su fe y su intimidad con el Padre le hacen
descubrir razones poderosas para superar los engaños a que se ve sometido. Ve
más allá de lo inmediato, lo trasciende, lo interpreta desde Dios. Ésta es la
sabiduría de la fe que penetra más allá de la fragilidad o de la dureza de
nuestro entorno inmediato.
A los seguidores de Jesús nos toca recorrer su mismo
camino pero reproduciendo –y esto es lo más importante- sus mismas actitudes en
contra de todo aquello que nos aleja de Dios, de los demás y de lo más noble y
digno de nosotros mismos.
Avancemos, pues, en este camino hacia la resurrección, de
la mano de una fe cada día más confiada y transparente. Nuestras victorias son
ya primicia de resurrección.
Señor, tu actitud tajante frente al diablo en sus
tentaciones es lección para mí, que, como Eva, no lo rechazo tajantemente con
la palabra de Dios. Como tú, no quiero buscar milagros ni poder, ni
ostentación. Quiero vivir con la grandeza y la sencillez de la fe.
ORACIÓN
Desde mi debilidad y mis necesidades te pido, Padre:
• Para que los pueblos y sus
responsables superen las tentaciones del poder y de la violencia y trabajen por
el verdadero desarrollo.
• Para que el pueblo de dios escuche
mejor la Palabra y sepan transmitirla a los demás.
• Para que los que se preparan a recibir
los sacramentos de la iniciación cristiana maduren en la fe.
• Para que en este tiempo seamos todos
más generosos y solidarios y sepamos acercarnos a los pobres.
• Para que seamos dóciles al Espíritu
Santo y confiemos en su fuerza para vencer la tentación.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes de
Fano
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MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA
2016
“Misericordia quiero y
no sacrificio” (Mt 9,13).
Las obras de
misericordia en el camino jubilar
1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada
En la Bula de
convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea
vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar
la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a
escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el
Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente
de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al
mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese
anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la
Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y
del perdón de Dios.
María, después de haber
acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, María canta
proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido.
La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto
de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra
del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición
profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada,
precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa,
fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y
parentales.
2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia
El misterio de la
misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre
Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en
misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una
ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos,
cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la
alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un
auténtico drama de amor, en el cual Dios desempña el papel de padre y de marido
traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son
justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las
que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.
Este drama de amor
alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada
misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada»
(Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de
Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha
perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el
corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro
Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios
es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con
quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias
eternas con ella.
Es éste el corazón del
kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y
fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en
Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer
anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre
hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis»
(ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia
el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse
y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con
él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su
lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto
lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón
endurecido de su Esposa.
3. Las obras de misericordia
La misericordia de Dios
transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo
hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la
misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros,
impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la
Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos
recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos,
destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los
que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso,
expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo
sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para
despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la
pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los
pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el
pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo
martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo
reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio
inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del
Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés,
sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es
el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
Ante este amor fuerte
como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta
reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los
pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la
riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar
dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre
mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor
puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni
siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc
16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra
conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que
quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de
omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios»
(Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas
sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como
muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que
pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa
para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado
vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero,
como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven
indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose
incluso a mirarlos.
La Cuaresma de este Año
Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra
alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de
misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los
hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados,
mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de
pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay
que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en
el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la
conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también
los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat,
tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por
Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la
respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose—
cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin
embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más
herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su
corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí
mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues,
que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las
lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los
escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible
para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del
Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de
su venida.
No perdamos este tiempo
de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna
de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la
misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc
1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).
Vaticano, 4 de octubre
de 2015
Fiesta de San Francisco
de Assis
FRANCISCUS