“Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un
solo pecador que se convierte”
15 DE SEPTIEMBRE
XXIV DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO ©
Primera Lectura: Éxodo 32,7-11.13-14
Salmo 50: Me pondré en camino a donde
está mi padre.
2ª Lectura: Primera carta de Pablo a
Timoteo 1,12-17
PALABRA DEL DÍA
Lucas 15,1-32
“En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los
publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas
murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les
dijo esta parábola: -Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una,
¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la
encuentra? Y. cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento;
y, al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos para decirles: “¡Felicitadme!,
he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá
más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y
nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y
se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado,
hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a sus amigas y a las
vecinas para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había
perdido“. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un
solo pecador que se convierte. Jesús, dijo también: Un hombre tenía dos hijos;
el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la
fortuna”. El Padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo
menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su
fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo hubo gastado todo, vino por aquella
tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto
le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar
cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos;
y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros
de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me
pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo
y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus
jornaleros”. Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba
lejos, su padre lo vio y se conmovió; y,
echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo;
ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y
matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha
revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”.
Versión para América Latina extraída de la Biblia
del Pueblo de Dios
“Todos
los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los
fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los
pecadores y come con ellos".
Jesús
les dijo entonces esta parábola:
"Si
alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en
el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?
Y
cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría,
y
al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense
conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".
Les
aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo
pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan
convertirse".
Y
les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no
enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?
Y
cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense
conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido".
Les
aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo
pecador que se convierte".
Jesús
dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
El
menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me
corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos
días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país
lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya
había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a
sufrir privaciones.
Entonces
se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su
campo para cuidar cerdos.
El
hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero
nadie se las daba.
Entonces
recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y
yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora
mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y
contra ti;
ya
no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.
Entonces
partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo
vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El
joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser
llamado hijo tuyo'.
Pero
el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo,
pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan
el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque
mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'.
Y comenzó la fiesta.
El
hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y
los coros que acompañaban la danza.
Y
llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El
le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero
engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El
se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero el le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni
una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con
mis amigos.
¡Y
ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con
mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero
el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es
justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a
la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”.
REFLEXIÓN
Con esta introducción, Lucas nos
sitúa en el contexto de todo este capítulo 15 que comenzamos hoy. Jesús
escandaliza a la gente piadosa, solamente por manifestar en sus actos y
palabras a un Dios que se complace en estar con los pecadores y gente de mala
reputación, porque no tienen necesidad de médicos los sanos sino los enfermos.
Es
el gran escándalo del Reino de Dios, y también su gran secreto; es una
auténtica revolución en la mentalidad religiosa de ayer y de hoy; aquí está la
gran señal para distinguir entre una religión farisaica, hipócrita y
mercantilista de otra religión menos vistosa y puritana, pero más profundamente
humana y mejor reveladora de lo divino.
Para
que todos entremos en este misterio del Reino de Dios, aceptándolo o escandalizándonos,
Jesús nos revela el misericordioso rostro de Dios a través de tres maravillosas
parábolas que de una manera o de otra, expresan el mismo mensaje.
Las
dos primeras parábolas expresan una fina ironía dirigida a los fariseos y
maestros de la ley. Los que se consideraban justos, pero que no eran tales, por
eso no sienten la necesidad de cambiar de vida. Y porque no conocen la
conversión, tampoco pueden conocer el más maravilloso aspecto de Dios: su gozo
y su alegría:
“Os
digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador
que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
Este es el nuevo mensaje: Dios se
alegra por la conversión del hombre. El cambio de vida se hace gozo en el cielo
y en la tierra.
Este
mensaje central se desarrolla con detalle en la más famosa parábola del
evangelista Lucas, la llamada parábola del hijo pródigo, pero que en realidad,
deberíamos titular “del Padre misericordioso”.
Jesús
nos presenta una típica familia de campo; todos trabajan para lo mismo, ya que
la tierra es el patrimonio familiar, por lo que es un pecado grave pretender
dividirla o enajenarla. Sin embargo para aquel padre lo importante no era todo
eso, sino la relación con sus hijos. Respeta su libertad, sabe callar y
esperar.
Ante
la petición del hijo menor, accede, pues sabe que su hijo ya no es un niño;
quiere ahora hacer su vida; el padre lo comprende, no sin gran dolor.
Él
conoce a fondo el corazón de su hijo; sabe de su debilidad, pero también de las
posibilidades que hay en él. Sabe que tiene que hacerse hombre en la escuela de
la vida, sabe que tiene que aprender a caerse y a levantarse, que tiene que
aprender de sus errores, y acepta el derroche de sus bienes a cambio de la
madurez de su hijo.
Así
ve Jesús a Dios, el Padre por excelencia. No impone su voluntad ni mendiga el
cariño de nadie. Es un Dios que cree en el amor, y que el amor es más fuerte
que el pecado más tremendo. Cree que el amor puede transformar al hombre, por
eso espera. Es un amor que se adelanta a todo gesto de arrepentimiento; un amor
que hace vivir al pecador.
El
nuestro es un Dios que no tiene más ley que el amor ni más justicia que el
perdón. Un Dios que no castiga ni aplasta, sino que espera en silencio el proceso
de liberación interior de cada hombre: Un duro y doloroso proceso hacia la luz.
Otro
concepto que se clarifica mucho desde esta parábola es el pecado. El pecado
aparece como una decisión personal, como algo que define a uno mismo.
El
hijo menor quiso hacer su vida y tener un nombre e identidad propios.
Acostumbrado al solícito amor protector del padre, creyó que la vida era cosa
fácil. Nunca había reparado en el sacrificio que le había costado al padre
levantar su casa y su hacienda; por eso no le dio importancia y se marchó.
Por
tanto, el pecado aparece como la fuga de la condición humana, como un evadirse
de la responsabilidad de todos los días, como un negarse a construir algo en un
proceso lento y un tanto duro. El pecado es el camino ancho y fácil, pero que
no lleva a la vida.
Y
el pecado llega, llama y golpea a la puerta con fuerza. Y así el hijo menor
parte de la casa, abandona el hogar y da la espalda al padre y a toda su
familia. El pecado es incomprensible si antes no comprendemos que formamos
parte de una comunidad, la familia de los hombres. Y el pecado nos vuelve
contra la comunidad.
Por
eso pecar no es un simple asunto personal, porque atenta al bien de todo. Así,
quien odia deja de aportar amor, quien miente, deja de aportar verdad, quien
avasalla y aplasta al otro, deja de aportar libertad.
Y
por primera vez en su vida comprende que ha perdido su dignidad de hombre y de
hijo y comienza a envidiar las algarrobas que comían los cerdos.
Sin
embargo esto es lo maravilloso de la vida, esa amarga y humillante experiencia
puede ser el punto de partida de un nuevo y largo camino: la conversión. En el
fondo de uno mismo hay una fuerza irresistible, una llama que nunca se apaga,
una fuerza que no viene de nosotros.
La
parábola describe tres momentos en la conversión del hombre:
- Recapacitar.
- Ponerse en camino.
- Volver al Padre.
Y después el momento
crítico levantarse y partir.
ENTRA EN TU
INTERIOR
EL GESTO MÁS ESCANDALOSO
El gesto más provocativo y escandaloso de
Jesús fue, sin duda, su forma de acoger con simpatía especial a pecadoras y
pecadores, excluidos por los dirigentes religiosos y marcados socialmente por
su conducta al margen de la Ley. Lo que más irritaba era su costumbre de comer
amistosamente con ellos.
De ordinario, olvidamos que Jesús creó
una situación sorprendente en la sociedad de su tiempo. Los pecadores no huyen
de él. Al contrario, se sienten atraídos por su persona y su mensaje. Lucas nos
dice que “los pecadores y publicanos solían acercarse a Jesús para escucharle”.
Al parecer, encuentran en él una acogida y comprensión que no encuentran en
ninguna otra parte.
Mientras tanto, los sectores fariseos y
los doctores de la Ley, los hombres de mayor prestigio moral y religioso ante
el pueblo, solo saben criticar escandalizados el comportamiento de Jesús: “Ese
acoge a los pecadores y come con ellos”. ¿Cómo puede un hombre de Dios comer en
la misma mesa con aquella gente pecadora e indeseable?
Jesús nunca hizo caso de sus críticas.
Sabía que Dios no es el Juez severo y riguroso del que hablaban con tanta
seguridad aquellos maestros que ocupaban los primeros asientos en las
sinagogas. El conoce bien el corazón del Padre. Dios entiende a los pecadores;
ofrece su perdón a todos; no excluye a nadie; lo perdona todo. Nadie ha de
oscurecer y desfigurar su perdón insondable y gratuito.
Por eso, Jesús les ofrece su comprensión
y su amistad. Aquellas prostitutas y recaudadores han de sentirse acogidos por
Dios. Es lo primero. Nada tienen que temer. Pueden sentarse a su mesa, pueden
beber vino y cantar cánticos junto a Jesús. Su acogida los va curando por
dentro. Los libera de la vergüenza y la humillación. Les devuelve la alegría de
vivir.
Jesús los acoge tal como son, sin
exigirles previamente nada. Les va contagiando su paz y su confianza en Dios,
sin estar seguro de que responderán cambiando de conducta. Lo hace confiando
totalmente en la misericordia de Dios que ya los está esperando con los brazos
abiertos, como un padre bueno que corre al encuentro de su hijo perdido.
La primera tarea de una Iglesia fiel a
Jesús no es condenar a los pecadores sino comprenderlos y acogerlos
amistosamente. En Roma pude comprobar hace unos meses que, siempre que el Papa
Francisco insistía en que Dios perdona siempre, perdona todo, perdona a
todos..., la gente aplaudía con entusiasmo. Seguramente es lo que mucha gente
de fe pequeña y vacilante necesita escuchar hoy con claridad de la Iglesia.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Padre Santo, tú eres misericordioso y
compasivo y perdonas nuestras culpas.
No nos
tratas como merecen nuestros pecados, sino que corres a nuestro encuentro y,
como al hijo pródigo, nos colmas de ternura. En las parábolas de la
misericordia Cristo nos dejó una radiografía exacta de tu corazón de padre. A
ti te importan esa oveja y moneda que se pierden, ese hijo que se va de la
casa, porque también son posesión tuya
Hoy
queremos desandar nuestro camino equivocado para descansar al fin en tus brazos
abiertos, dejándonos querer por ti. Así, rehabilitados por tu amor, podremos
sentarnos a tu mesa con todos los hermanos.
Bendito
seas por la mesa que le preparaste al hijo pródigo, bendito seas por la fiesta.
Bendito seas por la mesa que preparas para nosotros en la que tu Hijo entrega
su cuerpo y su sangre para unir a tus hijos dispersos en una fiesta que lo
renueva todo. Dios de bondad, Padre de misericordia, te damos gracias y proclamamos
sin fin tu fidelidad.
ORACIÓN
¡Oh Dios!, creador y dueño de todas las
cosas, míranos; y, para que sintamos el efecto de tu amor, concédenos servirte
de todo corazón.
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