martes, 24 de abril de 2012

CUARTO DOMINGO DE PASCUA

CUARTA SEMANA DE PASCUA

 La resurrección es el mundo al revés, aunque habría que decir que es el mundo al derecho si no tuviéramos necesidad de efectuar un continuo cambio de nuestras perspectivas. Cristo va delante y nos precede en el camino, conduciendo la historia de los hombres hasta la tierra de Dios. Nadie tiene acceso al Padre si no pasa por la Puerta del reino que su Palabra construye. Los que le siguen han de aprender a reorientar su vida. Si la resurrección canta nuestra victoria, también expresa la nueva Ley de nuestra existencia.
            Y es que no tenemos que hacer ni más ni menos que imitar al Pastor que nos guía. San Pablo resume todo el dinamismo de la resurrección cuando escribe a las primeras comunidades: “Sois hijos de la luz; convertíos en hijos de la luz”.
            La “moral” de la resurrección es, antes que nada, afirmación de la salvación: pertenecéis a Cristo, y nadie puede arrancar de sus manos a aquellos que el Padre le ha entregado. La luz vino al mundo para que quien crea en ella no siga en las tinieblas: la Ley nueva es iluminación y gracia.
            Pero es también aprendizaje en la escuela de aquel que no reivindicó para sí el rango que le hacía igual a Dios. No hay más que un cristiano: Cristo. Sólo él vivió la exigencia del amor hasta el extremo, porque él es el amor. Sólo él puede pretender ser el Camino, porque él trazó, en la sangre y en la confianza, el camino que, a través del Gólgota, asciende hasta el jardín de la Pascua.
            “Seréis como dioses”, había susurrado la serpiente en el jardín del edén. Y el hombre, presa del vértigo, creyó semejante mentira y se vio arrastrado al polvo. El que, en la paciencia y en la oración, trate de conformar su vida de acuerdo con la Palabra de Dios, el que trate de imitar los rasgos del divino Rostro, ése oirá cómo se le dice: “Hace mucho tiempo que yo estoy contigo; desde siempre eres como Dios”. He ahí el cambio total del mundo y la nueva Ley.
29 DE ABRIL
CUARTO DOMINGO DE PASCUA
“YO SOY EL BUEN PASTOR…”
PALABRA DEL DÍA
Jn 10,11-18
“En aquel tiempo, dijo Jesús: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son  de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre”.
JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN
POR LAS VOCACIONES
1ª Lectura: Hechos 4,8-12
Salmo: 117
2ª Lectura:  Juan 3,1-2
REFLEXIÓN
La vida necesita ser pastoreada. Se encuentra con muchos peligros, recibe muchas heridas y escoge caminos equivocados. Necesita un pastor que la defienda y oriente, que la cure y la cultive. Para eso ha venido Cristo, amigo y Señor de la vida.
            Para defenderla. Jesús es la vida y la defiende. Trae medicinas para curar sus heridas. La vida se defiende con el amor. Sus medicinas tienen componentes de amor. Por eso el que no ama está muerto. El que se alimenta de amor vive, no muere.
            Para aumentarla. Vino para que tengamos más vida. Nos aporta un plus de vida. Pero la vida aumenta cuando se entrega –el que la guarda, la pierde-, la vida crece en la medida en que la damos.
            Para eternizarla. Que la vida no muera. Él trajo una medicina de inmortalidad. Para eso había que vencer la muerte. Y para vencer la muerte había que morir. Por eso entregó su vida Jesús, para quitar a la muerte su veneno y convertirla en aliada de la vida. Entregó su vida para que viviéramos en plenitud y para siempre, haciéndonos partícipes de su vida divina.
            Estas medicinas de amor y de vida se concentran en la Eucaristía. Jesús nos invita a comer el pan de la vida. El que come su pan vivirá para siempre. La Eucaristía resulta ser defensa y alimento. Pero la Eucaristía es también entrega hasta la muerte. Y es precisamente esa muerte por amor la que nos salva de la muerte.
El evangelio de este cuarto domingo de Pascua insiste en que Jesús, buen pastor, da la vida por las ovejas, que la entrega libremente. Si queremos imitar a Cristo, tener las actitudes de Cristo pastor, tenemos que ser capaces de amar hasta la muerte. No pensemos en una nueva crucifixión, sino en no vivir para nosotros, en gastar nuestra vida por los demás, en que amemos a las ovejas más que a nosotros mismos. Como Jesús, que se daba todo. ”Recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñaba en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ellas, porque estaban extraviadas y abatidas, como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,35-36). He aquí un buen resumen de la actividad pastoral de Jesús.
ENTRA EN TU INTERIOR
Mirad qué amor. A través de estos rasgos que nos ofrece el evangelio de Jesús podemos descubrir la profundidad y grandeza de su amor. Es un amor responsable y delicado, que conoce a las ovejas por su nombre, se preocupa de ellas y las cuida según sus necesidades. Es un amor valiente y poderoso, que defiende a las ovejas de los lobos, aun poniendo en riesgo su vida. Es un amor abierto y universal, no un grupo selecto de ovejas, sino que desea hacer de su redil casa de comunión para todos. Es un amor amistoso y fiel, que busca la empatía, la intimidad, que sabe comprender y perdonar. Es un amor generoso y entregado, hasta darlo todo, hasta darse del todo, hasta hacerse alimento para su rebaño. Y es un amor misterioso, que libra de la muerte.
ORA EN TU INTERIOR
                El rebaño de Cristo no se reduce a un pueblo, por muy escogido que sea. Todos los pueblos son escogidos y amados de Dios. El verdadero pueblo escogido, llamado a formar parte del rebaño amado, son los que se abren a la fe, sean de la nación que sean.
            Las ovejas preferidas son las que se encuentran más vejadas y abatidas, las más pobres y más necesitadas, las más débiles y pequeñas, las que más sufren, todo ese mundo doliente. ¡Son tantas las ovejas que se encuentran solas, que no tienen pastor, que están a merced de los lobos!.
            Puedes hacer una lista de las ovejas más necesitadas, quizá puedas ponerles hasta rostro a muchas de ellas:
·         Los niños: Son tantos los niños sin familia ni protección…
·         Los ancianos: Cada vez más numerosos en el mundo rico, pero menos valorados y más solos…
·         Los enfermos: El mundo del dolor, en el cuerpo o en el alma. No tiene medida. ¡Cuánto miedo, cuanta agonía, cuanta cruz!…
·         Los jóvenes: Desorientados, descarriados muchos, desatendidos…
·         Los inmigrantes: Un éxodo dramático, se les cierran las puertas y se le alzan las vallas…
Podríamos hablar de muchas más ovejas que no son de este redil y que hay que atraer, ¡buena reflexión para este domingo!.
ORACIÓN FINAL
                Pero también, Señor, hacen falta más pastores, más pastores conforme a tu corazón. Tú te vales de muchas maneras para llamar. Puede ser una palabra, una mirada, una seducción: puede ser una luz o un sentimiento interior, algo que no se pasa, algo que te empuja; puede ser un ejemplo, una experiencia de vida. Basta con que sepa verla, sentirla.
            Señor, sé que sigues llamando, sé que me llamas porque me quieres y me valoras, tu Reino, tu Iglesia es grande, hay muchos servicios que realizar. Señor, si me llamas, haz que no dude. Si me llamas, pon en mi boca y en mi corazón una palabra de agradecimiento, no una queja, o una carga, sino un don. Amén.
LUNES DE LA 4ª SEMANA DE PASCUA
30 DE ABRIL
·         Hechos 11,1-18
“El viento sopla donde quiere; oyes el ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va” (Jn 3,8). El Espíritu sopla sobre la Iglesia y echa abajo las fronteras del judaísmo. Los samaritanos ya han sido reconciliados, pero el paso que ahora se va a dar es aún más importante. En efecto, los gentiles se presentan a las puertas de la Iglesia y se apoderan del reino; comienza el alba de un nuevo Pentecostés. En Cesarea, algunos paganos han proclamado su fe en el nombre de Jesús y han pedido el bautismo. Bajo el impulso del Espíritu. Pedro profetiza: “Si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?” ¡Qué alegría para el pueblo de Dios cuando sus jefes no ponen trabas al dinamismo del Espíritu!.
Por supuesto que surgen problemas y que requieren tiempo para solventarse. Judíos y gentiles se sientan ahora a la misma mesa, comparten la misma comida y comulgan de la copa del Señor. Pero la ley judía prohibía que judíos y gentiles comieran juntos, pues ello constituía una de las principales causas de impureza ritual. También algunos de entre los judeocristianos va a protestar, pero en vano, porque ya no podrán apagar el fuego del Espíritu. Para Dios, la frontera entre lo puro y lo impuro no pasa por los alimentos, sino por el corazón del hombre. Y así habrá de ser también para la Iglesia.
·         Salmo 41: “Mi alma tiene sed de ti, Dios mío”.
Los salmos 41 y 42, pertenecientes al género de las quejas individuales, hablan admirablemente del deseo de los paganos de beber en la fuente de la vida.
·         Juan 10,1-10
Hoy y mañana martes, se lee en el evangelio la parábola del buen Pastor, dirigida inicialmente por Jesús a los fariseos. La parábola entera, contiene varias imágenes parciales: puerta, pastor y ovejas, que se van desarrollando con mayor relieve en las sucesivas etapas. Todo apunta a una misma idea: Jesús es el buen pastor, es decir, su autoridad y misión son auténticas y se realizan en el servicio hasta la entrega de la propia vida para dar vida eterna a sus ovejas.
      Jesús acaba de calificar de ciegos a los fariseos a raíz de la curación del ciego de nacimiento, a quien finalmente ellos excomulgaron de la sinagoga. Y añade a continuación la parábola del buen pastor, que en su primera parte deja en claro que los fariseos, más que guías religiosos  del pueblo, son ladrones y bandidos” que no entran por la puerta, sino que saltan por la tapia del redil.
      Hoy, Jesús comienza por autodefinirse como la puerta de las ovejas. Él es la puerta que conduce a la vida y a la inmortalidad, abriéndonos  la puerta cerrada del  paraíso perdido y franqueándonos el acceso al Padre y a su reino. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.
La puerta es, además, el lugar por donde se pasa y donde la gente se reúne: “Yo soy la Puerta”, dice Jesús. Quien pase a través de él se verá unido a una comunidad en la que los vínculos interiores de conocimiento, de amor y de mutua participación son más fuertes que los vínculos creados a base de constricción y de prescripciones.
      “Yo soy la Puerta”. Una puerta que se abre sobre un universo hasta entonces prohibido. En los días del pecado, Dios había colocado a dos ángeles como guardianes del paraíso perdido. En adelante, el propio Dios es la puerta y el paso: “He venido para que los hombres tengan vida”.
MARTES DE LA 4ª SEMANA DE PASCUA
1 DE MAYO
·         Hechos 11,19-26
Cesarea era todavía Palestina. Pero la tormenta que se había desatado sobre la Iglesia de Jerusalén había dispersado a los creyentes. Los griegos, sobre todo, habían vuelto a su país de origen. En Antioquía, algunos de ellos hablaron a los griegos. Antioquía era una ciudad importante, capital de un departamento de ultramar. Siria, que englobaba Jerusalén. Pero era una ciudad podrida.
Para el futuro de la Iglesia es una revolución. Hasta ese momento se había admitido a algunos paganos, excepcionalmente, en la comunidad, pero ahora los misioneros se hacen griegos con los griegos, y el Señor “les presta ayuda”. En la gran ciudad pagana nace una nueva Iglesia, independiente del judaísmo. La opinión pública no se equivoca y da, por vez primera, a los discípulos el nombre de “cristianos”.
Los apóstoles envían a Bernabé a que se informe de la situación, y sus conclusiones van a estar a la altura del acontecimiento: partirá hacia Tarso en busca de Pablo.
·         Salmo 86: “Alabad al Señor, todas las naciones”.
El salmo 86, posiblemente emparentado con los cánticos de Sión, celebra a Jerusalén, la ciudad elegida por Yahvé y que para los cristianos es la Iglesia madre, la comunidad cuyo testimonio de fe ha franqueado las fronteras para conducir a los hombres a Dios.
·         Juan 10,22-30
El profeta Ezequiel lo había predicho: los jefes indignos serían desautorizados, y Yahvé suscitaría un único pastor, un mesías de la casa de David. Cuando Jesús se afirma como el verdadero pastor, ¿se aplica a sí mismo el oráculo del profeta? Que lo diga claramente: ¿es el Mesías? En los sinópticos sólo encontramos semejante requerimiento en el transcurso del proceso religioso (Mc 14,61). En Juan, toda la vida de Jesús se desarrolla como un largo proceso, enfrentamiento violento entre la noche de los hombres y la luz de Dios.
Según Jesús, la pertenencia a su grey no se funda en la raza, sino tan sólo en la escucha de su voz, en la obediencia de la fe. Él confió a la Iglesia su misión de agrandar el rebaño a la medida del mundo. Y el libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestra ese empeño en marcha. Por ejemplo, en la primera lectura de hoy, hemos visto cómo la cristiandad primera establece en Antioquía de Siria una segunda cabeza de puente para la misión a los griegos, es decir, a los paganos, equiparable a la de Jerusalén para los hebreos.

MIÉRCOLES DE LA 4ª SEMANA
DE PASCUA
2 DE MAYO
·         Hechos 12,24-13,5
El Espíritu sopla huracanadamente sobre la iglesia de Antioquía. Al ir a sacar a Saulo de su retiro, Bernabé había apostado por el futuro. Lleva a Saulo a Antioquía, y ambos pasan allí un año entero con la comunidad, durante el cual instruyen a un considerable número de personas, edificando una nueva Jerusalén, libre de la presión del templo y de la Ley, con sus propios catequistas y hasta sus profetas. Se organiza el servicio de la comunión y, cuando el hambre se abate sobre los cristianos de Jerusalén, que ya no eran ricos, los hermanos de Siria corren presurosos en ayuda de la Iglesia-madre. Al igual que en Jerusalén, los cristianos de Antioquía frecuentan asiduamente la oración y la fracción del pan, y las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena van tomando progresivamente su forma definitiva, vertida en la lengua griega. Es justamente durante una eucaristía cuando se levanta un profeta para decir en nombre del Espíritu: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la tarea a que los he llamado”. Y, tras haber ayunado y orado, se imponen las manos a los dos elegidos. Su obra va a ser la obra de toda la comunidad.
·         Salmo 66: “Oh Dios, que te alaben los pueblos…”
El salmo 66 es difícil de clasificar. Los versículos 2 y 3, que son una plegaria, invitarían a ponerlo entre los salmos de súplica; pero los versículos siguientes responden más bien a las características del himno.
·         Juan 12,44-50
Este texto nos ofrece una nueva identificación de Jesús, pues en él afirma Cristo abiertamente: “Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas”. El pasaje pertenece al final de la primera mitad del evangelio de Juan o “libro de los signos”, que concluye constatando la incredulidad de los judíos: “aunque había realizado  tan grandes signos delante de ellos, no creían en él… Y algunos que si creyeron no lo confesaban en público por miedo a los fariseos y para no ser excluidos de la sinagoga, porque prefirieron la gloria de los hombres a la gloria de Dios”.
Cristo es la palabra personal de Dios hecha hombre; por eso escucharle es llegar a la luz y caminar en la misma, es ver a Dios en su persona, pues Jesús es uno con el Padre. Creer en Cristo es más que una declaración externa, e incluso más que una simple disposición interna; es un movimiento de adhesión a una persona, la de Jesús, y de entrega a la misma en un encuentro de absoluta confianza. En la fe hacemos nuestra su persona, de suerte que él llega a ser para nosotros nuestro principio de vida, puesto que Jesús nos ofrece comunión de vida y amor.
JUEVES DE LA 4ª SEMANA DE PASCUA (FIESTA DE LOS SANTOS FELIPE Y SANTIAGO, APÓSTOLES)
3 DE MAYO
·         1 Corintios 15,1-8
·         Salmo 18
·         Juan 14,6-14
VIERNES DE LA 4ª SEMANA DE PASCUA
4 DE MAYO
·         Hechos 13,26-33
En Jesús se cumple plenamente la promesa hecha a los Padres. Unidad de la historia: Jesús ha muerto –muerto ignominiosamente sobre una cruz-, pero con ello ha hecho realidad las palabras de los profetas, que se leen cada sábado en la sinagoga. Ha sido entregado a manos de los hombres, pero para la salvación de la multitud. Dios mismo ha avalado este sacrificio voluntario: ha resucitado a Jesús de entre los muertos; ha aprobado la obra de su Mesías y lo ha entronizado en la gloria suprema.
Los judíos habían pedido una palabra de ánimo: Pablo les dirige una palabra de salvación. Con la resurrección de Cristo, el reino forma parte definitivamente de la historia de los hombres; “verdaderas realidades de David” forman ya parte del patrimonio de la humanidad. “Gracias a Jesús os llega el anuncio del perdón de los pecados, y esta justificación que no habéis podido encontrar en la ley de Moisés es plenamente concedida en él a todo hombre que cree”.
·         Salmo 2: “Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy”.
El salmo 2 es un salmo real que el soberano recitaba el día de su entronización en Jerusalén. Contiene el decreto divino que ratifica la adopción del monarca por Yahvé y un oráculo que fija su destino.
·         Juan 14,1-6
Se toma el evangelio de hoy de la primera sección del discurso de despedida de Jesús. Después de su anuncio de la traición de Judas y de la triple negación de Pedro, en el ambiente flota un cierto desánimo. Los discípulos están además, tristes e inquietos ante la anunciada partida de Jesús. Por eso él les dice: No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí. Yo voy a prepararos sitio en la casa de mi Padre para llevaros conmigo más tarde, cuando vuelva de nuevo. Y a donde yo voy, ya sabéis el camino.
Entonces interviene el apóstol Tomás: “Señor no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos saber el camino? Jesús le responde: Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Evangelio breve, pero de largo alcance. Dos temas mayores advertimos en él: en primer lugar, la casa del Padre, y después, el camino para llegar a ella.
Pero en uno y otro tema, casa y camino, se trasciende el mero espacio material y físico para adentrarse, más bien, en la experiencia interna de comunión con Dios. Para lograr  este objetivo el único mediador es Cristo. Él lo dijo: “Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”.

¡Y LLEGÓ EL DÍA!
SÁBADO 5 DE MAYO. CORONACIÓN CANÓNICA
DE MI MADRE DE LA VICTORIA








Él te coronó de gloria
cuando te eligió por Madre,
y te dijo Dios te Salve.
Que Dios te Salve, Señora.
Que Dios te Salve, Victoria.

SÁBADO DE LA 4ª SEMANA DE PASCUA
5 DE MAYO
·         Hechos 13,44-52
Momento dramático: Pablo acaba de dirigir a los judíos una palabra de salvación. Ha anunciado que la resurrección de Cristo abría un futuro a todo hombre creyente, ha recordado la antigua promesa de Yahvé a Abrahán: en ti serán bendecidas todas las razas de la tierra”. Es la ruptura: una parte de los oyentes no puede entender ese lenguaje, y se desata la indignación.
Con toda solemnidad y con la libertad del Espíritu, Pablo declara entonces: “Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la Palabra de Dios; pero, ya que la rechazáis y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles”. La decisión está cargada de sentido. Por una parte, revela un fracaso provisional de la Palabra entre el pueblo de la Promesa; pero, por otra, confirma que los paganos pueden aspirar legítimamente, junto con el Israel fiel, a la herencia de la vida eterna. El amor de Dios no conoce fronteras.
·         Salmo 97: “Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”.
El salmo 97 canta la alegría de los discípulos, que no conocen eclipse a pesar de las dificultades de la misión. Es un himno a la universalidad de la salvación.
·         Juan 14,7-14
La petición de Felipe nos parece oportuna. Si lo que más importa es el Padre, si la fuente de todo es el Padre, si la meta final es la casa del Padre, si hemos de rezar: Padrenuestro, pues queremos saber algo más del Padre. Muéstranos al Padre, danos al menos un retrato suyo, ojalá pudiéramos ver su rostro, porque ahora vemos en un espejo, confusamente.
Sin embargo, el Señor corrige a Felipe. En el fondo al apóstol le falta fe, como a nosotros. Nuestra fe es más pequeña que un grano de mostaza. Si no vemos mejor a Dios es porque tenemos los ojos embarrados. Sólo los limpios de corazón pueden ver a Dios. Si nuestros ojos del corazón fueran suficientemente limpios, veríamos a Dios en todo. Veríamos en todo y en todos la huella de Dios. Y lo veríamos plenamente en Jesucristo.
La gran respuesta de Cristo a Felipe: quien me ha visto a mí ha visto al Padre. Es la gran respuesta cristiana a todas nuestras dudas y nuestros interrogantes. Cristo es el amén de Dios. Cristo es la plenitud corporal de Dios, el rostro de Cristo irradia toda la gloria de Dios.
QUIEN ME HA VISTO A MÍ
HA VISTO AL PADRE



lunes, 23 de abril de 2012


TERCERA SEMANA DE PASCUA

“Yo soy el pan de vida… Quien come mi carne y bebe mi sangre…” El discurso de Jesús que sigue al relato de la multiplicación de los panes, en Juan 6, remite inevitablemente a la última cena y a la eucaristía, aun cuando la exégesis señale diferentes momentos más o menos marcados por esta referencia. Este tema del pan de vida, nos llevará desde el viernes de la segunda semana al sábado de la tercera semana de Pascua, por lo que nos conviene comprenderlo bien.
            “Les dio un pan del cielo” este versículo del salmo 89 está en el centro mismo del discurso. Nos hallamos en el desierto, y la reflexión se remite espontáneamente al maná y al Éxodo. Jesús ha multiplicado el pan para la muchedumbre, y algunos se equivocan en torno al sentido de este signo: hay que elevar el tono del debate. Jesús no es un hacedor de milagros; no da el pan a los hombres sin  que éstos tengan que “colaborar en las obras de Dios” La fe es el lugar del encuentro. Pero ¿quién es exactamente este Jesús? ¿El profeta? ¿El Rey? Toda interpretación excesivamente fácil es peligrosa; es preciso superar laboriosamente las etapas de la fe, Jesús, que se revela en la noche contra viento y marera, llama al hombre a comprometerse en su seguimiento. Por otra parte, el acontecimiento se sitúa poco antes de la Pascua, con lo cual se nos remite a la gran Pascua, donde la realeza del Hijo del Hombre será revelada a través del don que hará de sí mismo hasta la muerte.
            ¡La muerte y la vida! “Vuestros padres comieron del maná en el desierto y murieron”. ¿De qué serviría multiplicar el pan si no fuera pan de vida eterna? ¿Cómo vamos a tener siempre al alcance de la mano a un hombre que nos dé el alimento de la inmortalidad? ¡Pues lo tenemos! Pero el encontrarnos con él supone la fe y el sacramento.
            Primero la fe. Jesús es el pan de vida.”Quien permanece en mí, permanece en Dios”. Se trata de permanecer en él, no de frecuentarlo cuando la necesidad se hace sentir.
            El alimento de vida eterna supone, pues, la fe. Pero la fe se expresa en el sacramento. ¡Hay que “comer” –en el sentido más radical- “la carne del Hijo del Hombre” y beber su sangre! “El, pan que yo daré, dice Jesús, es mi carne para la vida del mundo”; las palabras de la última cena resuenan aquí como un eco. Pero ¿en qué consiste ese sacramento inaugurado en la última comida de Cristo?
            ¡Qué lejos estamos de la distribución gratuita de un alimento de inmortalidad! ¡No basta, verdaderamente, comulgar  para ser salvado! Jesús ha entregado su carne y su sangre, se ha entregado todo él… Comerlo, como lo hace la fe, es seguirle hasta ahí: hacerse uno con su carne entregada y su sangre derramada. Acceder a la resurrección es aceptar el mismo camino que el de la Pascua. Si a los judíos les costó tanto creer que hay que “comer la carne de ese hombre”, no es porque les repugnase un acto tan extraño. Sino más bien, porque percibían implícitamente que esta invitación pone a Cristo en el centro de todo: ¿con qué derecho pretende él ser el Camino y la Vida, siendo así que al poco tiempo va a ser crucificado? Por lo demás, algunos discípulos van a comenzar a murmurar contra él por el mismo motivo: “¡Duras palabras son ésas! ¿Quién puede hacerle caso?”. Sí, la palabra sacramental es dura, ¡tan dura como el camino de la cruz! Pero no hay otra que pueda salvar al hombre y “resucitarlo”… ¿A quién iremos, Señor?.
            Es la tradición evangélica, el relato de la multiplicación de los panes se inserta en un conjunto que culmina en el reconocimiento de Cristo por Pedro y por la Iglesia. También aquí va el apóstol a proclamar su fe: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Pero la fe nunca será reposo absoluto. ¡Tampoco lo es en el sacramento! No se puede comer la carne del Hijo del Hombre sin sentarse con él a la mesa de la Cena y de la Pasión. De lo contrario, la vida no podrá surgir de la muerte, como tampoco fue posible la resurrección más que a través de la prueba del Calvario. Por eso la misa es un “sacrificio”. El pan partido para un mundo nuevo supera absolutamente todos los esfuerzos humanos por compartir mejor el pan: es el sacramento de la muerte necesaria para que florezca la vida. Y, en el Evangelio, el relato de la multiplicación de los panes es algo completamente distinto de una llamada a la generosidad, que siempre resulta decepcionante si no se inserta en la fe en Jesús. Pan de vida para quienes le siguen hasta el final.

22 DE ABRIL
DOMINGO 3º DE PASCUA
DÍA DEL CLERO NATIVO
“…EN SU NOMBRE SE PREDICARÁ LA
CONVERSIÓN Y EL PERDÓN
DE LOS PECADOS…”
1º Lectura: Hechos 3,13-19
Salmo: 4
2ª Lectura: 1 Juan 2,1-5

PALABRA DEL DÍA
Lc 24,35-48

“En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. –Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: “Paz a vosotros”. Llenos de miedo por la sorpresa, creían  ver un fantasma. Él les dijo: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: “¿Tenéis ahí algo de comer?”. Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: “esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse”. Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto”.

REFLEXIÓN

                Cuando se habla de la humanidad de Cristo Resucitado, se habla de la humildad, de la amistad, de la cercanía, de la responsabilidad. Jesús resucitado aparece en gloria, pero humanizada. Aparece como más humano, más amigo, más bueno. No va a vengarse o a reírse de los enemigos que lo condenaron. No reúne a la gente para decirles que se equivocaron. Se manifiesta tan sólo a los que realmente le aman y desean.
            Jesús se hizo presente en medio de sus discípulos. Y en adelante siempre se hará presente en medio de sus discípulos. Cuando se reúnen para orar y reflexionar, para compartir y servir, él estará en medio de ellos.
            Los discípulos no acababan de reconocer a Jesús. En el fondo es que no acababan de creer. Les parecía demasiado bonito. Como a nosotros. No acabamos de creer que Jesús se ha quedado con nosotros. Pero Jesús es comprensivo y paciente, enseña, estimula y espera.
            Primero les saluda con la paz. ¡Qué falta les hacía y qué falta nos hace! Los discípulos vivían en el miedo y en la duda, estaban agitados y nerviosos. Nosotros estamos marcados por las prisas y la superficialidad. Todos necesitamos la paz de Jesús. Es una paz que se ha fraguado en la lucha, que ha pasado por el sufrimiento y la angustia, que ha vencido al miedo y a la muerte. Es un fruto de la Pascua. Si vivimos la Pascua recibiremos la paz, y con la paz,  la alegría y la confianza.
            Después les enseña las manos y los pies. Conservaba las heridas de los clavos, pero se habían convertido en memorial de su amor. Manos benditas y pies gastados. Manos que se significaban por el partir y el bendecir. Pies cansados de recorrer caminos de evangelización y salvación. Así tienen que ser las manos y los pies de los discípulos de Jesús. Que todos vean en ellos las heridas de la caridad y la misericordia, de la paciencia y el perdón, de la generosidad y el servicio.
            Y cuando veamos manos y pies gastados o cansados o heridos o encallecidos, no dejemos de ver en ellos las manos y los pies de Jesús prolongados. Cristo se hace presente no sólo en la santidad de los templos y los sacramentos, sino en lo cotidiano de la vida, en esa alegría o en ese dolor: en el trabajo conseguido o en el cáncer que dio la cara, en el hijo que nace o en la muerte de un ser querido.
            “¿Tenéis algo que comer?” Una palabra más de su verdad y de su humanidad. Les pide algo para comer. Los fantasmas no comen. Él es como nosotros y se adapta a nuestros usos y costumbres. No hay un menú especial. Casi todas las apariciones de Jesús van acompañadas de comida. Es prueba de humanidad y amistad, pero es también referencia eucarística. Las comidas pascuales son sacramentales.
            El encuentro termina con una meditación de los hechos vividos a la luz de la Escritura. Es una catequesis como la que dio a los discípulos de Emaús. Falta les hacía a estos hombres mentalizados en la espera de un Mesías triunfante y glorioso. ¿Cómo podían asimilar los tormentos y la derrota humillante de Jesús? ¡Qué difícil hacerles entender que el Mesías tenía que padecer!
            Los hombres pascuales, no se presentarán como salvadores, sino como testigos del único Salvador. ¿Por qué nos miráis como si hubiésemos hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud? ¡Sólo hay un nombre que puede salvar a los hombres, el de Jesús! Así se expresaba Pedro después de la curación del paralítico.
ENTRA EN TU INTERIOR
            Los apóstoles, llenos del Aliento de Jesús, empezaron a dar testimonio de la Resurrección con mucha pasión y fuerza. Daban testimonio con signos y palabras.
            El primer signo era, sin duda, su misma vida transformada. Ellos también habían resucitado, se sentían hombres nuevos, alegres, fraternos, valientes, esperanzados. Imposible el brillo de estas vidas sin la Resurrección. ¿De dónde iban a sacar estos hombres incultos, temerosos, fugitivos, encerrados por miedo, el poder de la palabra y la fuerza del amor? Sólo se explica por la experiencia de una fuerza creadora superior, por el contacto con la vida resucitada del Señor.
            Signo fue también la virtud curativa que emanaba de los apóstoles. Como en la persona de Jesús, bastaba a veces tocar sus vestidos para recibir una gracia salvadora. Pedro y Juan curaron a un paralítico. No tenían plata ni oro, pero tenían la fuerza sanadora de Jesús resucitado. “En nombre de Jesús nazareno ponte a andar. Y tomándole de la mano derecha lo levantó” (Hch 3,6-7). Todo un gesto liberador.
            Al gesto se une la palabra: ¿Por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud? La causa de esta curación y la fuente de toda salvación es Jesús.
ORA EN TU INTERIOR
            Jesús se sigue apareciendo hoy:
            Se aparece al que lo desea y lo busca apasionadamente, como María Magdalena.
            Se aparece al que se siente pobre y está vacío de sí mismo, como las mujeres que iban al sepulcro con sus aromas.
            Se aparece al que cree en él, o quisiera creer, como Juan, Pedro y Tomás…
            Se aparece al que lo espera o, por lo menos, lo añora, como los discípulos de Emaús.
            Jesús se aparece al que no vive para sí, sino para el hermano, y va  tejiendo día a día el manto comunitario, como los discípulos cuando se reunían.
            Se aparece a los que, guardando su memoria, celebran la palabra y parten el pan, como las primeras comunidades cristianas.
            Jesús se aparece a todo el que lo ama más que a sí mismo, como el mártir.
            Se aparece a todo el que ama al hermano más que a sí mismo, y ve en él a Cristo, y son capaces de hacer suyos sus sufrimientos, sus dolores, sus alegrías, sus esperanzas.
            El modelo completo de toda esta preparación lo encontramos en María, la hija y la madre, la esclava y la señora, la orante y la donante, siempre abierta a Jesús, siempre unida a Jesús, siempre llena de Jesús.
ORACIÓN FINAL
            Jesús de Nazaret. Tú eres el que centra toda la predicación apostólica, y al que tengo que mirar para salvarme. Eres el santo, el justo, el que pasó haciendo el bien, el Mesías esperado.
            Te rechazaron y te mataron. ¡Qué ceguera y qué crueldad! No cabe un error más perverso: “Rechazasteis al santo, al justo… matasteis al autor de la vida… y pedisteis el indulto de un asesino”
            Sí, Señor, muchas veces preferimos la maldad a la santidad, la injusticia a la justicia, la crueldad a la misericordia, la muerte a la vida, todo con mayúscula, cuando no te vemos en el hermano que sufre, en el triste, en el solo, en el abandonado, en la mujer maltratada, en el emigrante no aceptado, en el padre de familia sin trabajo. Dame un corazón grande para amar, para acoger, para compartir, aunque tenga que meter mi dedo en el agujero de los clavos y mi mano en la herida del costado, hay muchas manos agujereadas y muchos costados abiertos por la injusticia y el desamor. Amén.
LUNES DE LA 3ª SEMANA DE PASCUA
23 DE ABRIL
·         Hechos 6,8-15
La Iglesia crece; comienza a abrirse a los paganos. El Espíritu no tardará en suscitar a Pablo, pero el apóstol de los gentiles tiene un precursor en la persona de Esteban, hombre lleno de fervor y de entusiasmo. El primero, sin duda, en romper con su pasado judío.
Esteban predica con preferencia en las sinagogas reservadas a los judíos de cultura griega. Sus palabras son claras, y se detecta en ellas los acentos del Maestro. Tanto para el discípulo como para Jesús, el Templo y la Ley están caducos. Esteban rechaza la devoción cuasi-supersticiosa al templo material. Del mismo modo, proclama que la ley está al servicio del hombre, y no a la inversa, aquello conmociona a los judíos, y el predicador es detenido. Y, al igual que en el caso de Jesús, se encuentran falsos testigos.
·         Salmo 118: “Dichoso el que camina en la voluntad del Señor”.
El Salmo 118 es un himno en honor de la Palabra divina. La estrofa aquí empleada exalta la constancia del justo, incluso cuando “los nobles deliberan contras él”.
·         Juan 6,22-29
El evangelio de hoy, junto con el de mañana, constituye la introducción al discurso del pan de vida que, según Juan, pronunció Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm y que leeremos íntegro en esta semana. Concluida la multiplicación de los panes, Jesús despidió a la gente, que trataba de proclamarlo rey, y se retiró al monte a orar. Luego, durante la noche y  caminando sobre el agua, se reunió con sus discípulos que se dirigían en barca hacia Cafarnaúm.
La muchedumbre se pone a buscar a Jesús, pero ¿qué busca en realidad? ¡El escarnio! Todas esas gentes buscan al hombre que les ha dado de comer. Búsqueda de un beneficio inmediato, superstición; pero también miedo al mañana. La muchedumbre está inquieta y no sabe lo que quiere. La historia de la samaritana se repite: hay todo un mundo entre las expectativas de los judíos y la manera en que Jesús concibe su misión. El país quiere un rey, y Jesús se presenta como el enviado de Dios.
Pero sólo la fe permite reconocer la dignidad mesiánica de Jesús. A la muchedumbre que pregunta qué hay que hacer para trabajar en lo que Dios quiere, se le da una única respuesta: “la obra de Dios es que creáis en el que Él ha enviado”. Ahora es el momento de la confianza, pero también el del rechazo.
MARTES DE LA 3ª SEMANA DE PASCUA
24 DE ABRIL
·         Hechos 7,51-8,1
El discurso de Esteban es el más largo del libro de los Hechos, pero la liturgia sólo ha tomado el final del mismo, muy significativo por cierto. Esteban denuncia la hipocresía de sus acusadores, que, al igual que sus antepasados, no han observado la ley recibida en el Sinaí. Israel tiene una historia, y esa historia es santa, en efecto, desde la vocación de Abrahán hasta la erección del templo. Dios se encarnó en la vida de su pueblo, desgraciadamente, Israel quiso encerrar a Yahvé en los límites de sus leyes y ritos y, de este modo, no reconoció la nueva alianza fundada en la sangre de Jesús.
De la misma manera que se quitaron de encima a Jesús, los judíos se deshacen de Esteban. El motivo de la acusación no ha cambiado, y las últimas palabras del condenado recuerdan las del Maestro. Verdaderamente, Esteban se ha comportado como un auténtico discípulo; ha seguido a Jesús hasta la muerte. Pero también hoy se sigue matando a Jesús, y Simón de Cirene sigue llevando hoy la cruz.
·         Salmo 30: “A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”.
El salmo 30 es una larga queja individual, donde se mezclan las llamadas de socorro con las expresiones de confianza. Proclama la serenidad del mártir que ha puesto su causa en las manos de Dios
·         Juan 6,30-35
El evangelio tiene dos partes: 1ª Referencia al maná. 2ª Revelación de Jesús como el pan de vida. El texto comienza empalmando con la consigna que Jesús acaba de urgir a sus oyentes. El trabajo y la obra que Dios quiere de vosotros es que creáis en su enviado, es decir, en Cristo mismo. De ahí la pregunta de la gente al maestro: ¿Y qué signo vemos que haces tú para que creamos en ti? La masa parece haber olvidado el gran “signo” de los panes.
Es ahora cuando el redactor del texto introduce un tema básico de la tradición judía: el maná, que apunta a una persona clave: Moisés, y se había convertido en el alimento espiritual, símbolo de la Ley o de la Sabiduría, capaz de dar vida. Pero, para Jesús, el maná, no es el verdadero pan de vida. En efecto, por una parte, los que comieron murieron; por otra, es el Padre, y no Moisés, quién da el verdadero pan. El propio Jesús es la nueva norma de vida, es la Sabiduría de Dios. Los que escuchan su enseñanza se nutren, pues, del verdadero pan de vida: estos vivirán para siempre.
MIÉRCOLES DE LA 3ª SEMANA DE
PASCUA (FIESTA DE SAN MARCOS EVANGELISTA)

25 DE ABRIL
·         1 Pedro 5,5-14
·         Salmo 88
·         Marcos 16,15-20
JUEVES DE LA 3ª SEMANA DE PASCUA
(FIESTA DE SAN ISIDORO DE SEVILLA)
26 DE ABRIL
·         1 Corintios 2,1-10
·         Salmo 118
·         Mateo 5,13-16
VIERNES DE LA 3ª SEMANA DE PASCUA
27 DE ABRIL
·         Hechos 9,1-20
Saulo había aprobado el asesinato de Esteban, pero el primero de los mártires había orado por sus perseguidores. La Iglesia ha abierto ya sus puertas a los samaritanos y a los etíopes; ha llegado el momento de que “se responda del Nombre ante las naciones paganas”, y ésta será la obra de Pablo.
Jesús se le aparece camino de Damasco, donde Saulo resulta iluminado y logra ver con claridad. Dios acaba de revelar en él a su Hijo. En un instante, Pablo ha comprendido las limitaciones de la Ley que tan ferozmente defendía. No es la circuncisión ni la observancia de los mandamientos lo que puede salvar al hombre, sino la gracia de Dios. La cruz de Cristo. La Iglesia abre sus brazos al convertido. Un discípulo de Damasco se presenta en la calle Recta, adonde ha sido llevado Saulo, e impone a éste las manos. Es como si a Pablo se le cayeran las escamas de los ojos. El espíritu le quema con un  fuego que ya no habrá de apagarse.
·         Salmo 116: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”.
Es un himno típico que contiene una invitación a la alabanza universal y ofrece el motivo de la misma.
·         Juan 6,52-59
Con el evangelio de hoy entramos en la segunda parte del discurso de Jesús sobre el pan de vida, que viene a explicar y desarrollar la afirmación con que acababa el evangelio de ayer: “El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. Hoy pasa a primer plano el tema eucarístico, que continúa y  completa el del pan vivo bajado del cielo, que veíamos ayer: “entonces disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” esta discusión permite a Jesús volver sobre el tema, pero en su respuesta y aclaración Cristo no explica el cómo ni atenúa su afirmación, que a los habitantes de Cafarnaúm sonaba fatal.
En esta segunda parte del discurso, supedita la vida eterna a la comunión de su cuerpo y de su sangre, que son verdadera comida y verdadera bebida. De hecho, fe y comunión, fe y sacramento, fe y eucaristía, se necesitan y complementan mutuamente. El cuerpo y la sangre, es decir, la persona de Cristo, recibidos con fe son fuente de vida eterna ya desde ahora, para el que comulga eucarísticamente.
SÁBADO DE LA 3ª SEMANA DE PASCUA
28 DE ABRIL
·         Hechos 9,31-42
Transición antes de la entrada de los paganos en la Iglesia, transición durante la cual la Iglesia no deja de crecer. Pedro, garante de la comunión, se desplaza continuamente.
¡Levántate! Así tradujeron los judeo-cristianos su experiencia de la resurrección: “Creemos que Jesús murió y después fue levantado”. Cristo, de pie, a la puerta del sepulcro, aurora de la promesa, amanecer de un mundo nuevo. Al hombre tumbado en su camilla desde hacía ocho años, Pedro le ordena: “Eneas, Jesucristo te da la salud: levántate y arregla tu lecho”. Y lo mismo a la cristiana de Jafa: “Tabita, levántate”, antes de decírselo al pagano Cornelio, que había acudido a pedir el bautismo. Comienza una nueva era para la Iglesia de Dios.
·         Salmo 115: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.
El salmo 115 es un salmo de acción de gracias individual. La liturgia toma de él, sobre todo, el deseo expresado por el fiel de cantar a Dios su agradecimiento.
·         Juan 6,60-69
“Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede…” Es la hora de la elección, de la que no se libra el grupo de los discípulos. La carne no sirve de nada, lleva a la muerte. La carne es el templo de Herodes, el agua de Jacob, el pan de Moisés. Sólo el Espíritu vivifica, y el Espíritu es la nueva ley, la palabra de Dios transmitida por Cristo.
Con el texto de hoy termina la lectura continua de Juan 6 que hemos seguido desde el viernes de la semana segunda. Hoy se deja constancia de las dos reacciones dispares a todo el discurso de Cristo sobre el pan de vida, que es su propia carne: reacción negativa una y positiva otra. La insistencia fundamental de Jesús en este final de discurso es la disyuntiva entre fe o incredulidad. Por la fe optarán los doce por boca del apóstol Pedro y por la incredulidad la mayoría del pueblo y de los discípulos. Es la gran crisis con que, según Juan, termina el ministerio profético de Jesús por tierras de Galilea.
La reacción positiva, la fe, está expresada en la decisión del grupo de los doce, en cuyo nombre habla el apóstol Pedro. “Desde ese momento muchos discípulos de Jesús se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna, nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo, consagrado por Dios”. Profesión de fe que recuerda la de Pedro en Cesarea de Filipo: Tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo.
“¿Queréis marcharos?” Hermanos, ¿os habéis preguntado ya si vais a quedaros o a marcharos? Y no penséis dar una respuesta de una vez por todas. No habremos aún gustado la fe, el indescriptible encuentro, si en alguna parte de nuestro corazón no hemos sentido la temible duda: “¿A quién podríamos acudir?”