“Este es mi Hijo amado;
escuchadlo.”
1 DE MARZO
II DOMINGO DE CUARESMA
1ª Lectura: Génesis
22,1-2.9-13.15-18
El sacrificio de Abrahán,
nuestro padre en la fe.
Salmo 115
Caminaré en presencia del
Señor en el país de la vida.
2ª Lectura: Romanos
8,31b-34
Dios no perdonó a su propio
Hijo.
EVANGELIO DEL DÍA
Marcos 9,2-10
“Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió
con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus
vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún
batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien se está
aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y
salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”. De pronto, al
mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando
bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto
hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Esto se les quedó
grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los
muertos”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Seis días después, Jesús
tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos.
Sus vestiduras se volvieron
resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas.
Y se les aparecieron Elías y
Moisés, conversando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús:
"Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías".
Pedro no sabía qué decir,
porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió
con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido,
escúchenlo".
De pronto miraron a su
alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte,
Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre
resucitara de entre los muertos.
Ellos cumplieron esta orden,
pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los
muertos".
REFLEXIÓN
En nuestros
días no es sencillo escuchar cómo Dios nos habla a cada uno, no es fácil
prestarle atención. Pero la verdad es que Dios habla hoy con la misma fuerza
que ayer. Pero para escucharlo tenemos que estar atentos y dejar de lado los
ruidos internos y externos, esos ruidos que nos distraen, sobre todo ese ruido
que llevamos dentro. Se trata, en este tiempo de Cuaresma, de disponernos a
escuchar la voz de Dios y a seguir su llamada. Hoy, las lecturas, nos hablan de
subir a la montaña, como Abrahán y Moisés, allí donde está la zarza ardiendo o
donde está la nube, la presencia de Dios, donde se escucha la voz del Padre. Es
un subir espiritual, dejar lo llano, lo seguro, la comodidad, y esforzarnos por
acercarnos allí donde Dios está, en la paz, en el silencio, en la belleza.
Disponer
nuestra vida a la escucha de la Palabra de Dios será un excelente ejercicio
cuaresmal, recomendable, sin embargo, para todo el año. Y es que Dios habla a
cada uno, y seguramente nos sorprenderá aunque, de entrada, no lo atendamos o
no lo aceptemos.
Así lo vemos
en Abrahán. Modelo de creyente, padre en la fe, él confía en Dios a pesar de no
entender la petición que le hace: ante la dificultad de aceptar su voluntad no
se echa para atrás, se deja llevar. Y en la montaña descubre cómo es Dios, no
quiere sacrificios humanos porque Dios ama a la humanidad. Dios quiere el
corazón del hombre. Un corazón que sepa entregarse, un corazón obediente, un
corazón que deposite su esperanza en el Señor. Así la fe de Abrahán lleva a
descubrir que Dios bendice a los creyentes, que Dios quiere lo mejor para los
que aman y en él confían.
Es verdad
que nos dice san Pablo: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra
nosotros?”. Aquel que descubre que Dios está en él, a su lado, que lo acompaña
en el camino de la vida, va adquiriendo paz y serenidad incluso ante los
problemas. Estos ya no son vistos como amenazas, sino como oportunidades para
los que le aman y en él confían.
Así no
tenemos nada que temer. Los ojos del creyente ven ante todo lo bueno de los
demás, de la vida, de la sociedad. Los ojos del creyente destacan mas lo que
los acerca a Dios que no lo que les enturbia la vista. Las personas más
creyentes que conozco son también personas que han tenido muchas dificultades,
pero su confianza en Dios es más grande que sus problemas y por esto, pesar de todo, se mantienen en una paz serena
que maravilla.
Vale la pena
decirnos entre nosotros que el tener fe en Dios es una gran suerte, un don
inmerecido de Dios. La fe da paz y coraje. No somos mejores que los que no la
tienen o no la practican. Justamente sabemos que somos pecadores y que
necesitamos la misericordia del Padre. En este tiempo cuaresmal lo recordamos
especialmente y lo vivimos en el sacramento del perdón. Pero sin embargo, tener
fe, nos hace decir a veces, como Pedro: “¡Qué bien se está aquí!”. Sí, sobre
todo cuando experimentamos el amor de Dios en la oración y los sacramentos. Y
está bien gozar de nuestra fe, gustarla, saborearla, agradecerla.
Pedro,
Santiago y Juan, en el monte Tabor estaban maravillados ante Jesús
transfigurado. Se dan cuenta de que Jesús es el Hijo de Dios, ya que lo
escuchan de la voz que sale de la nube: “Éste es mi Hijo amado, escuchadlo”.
Quizá
nuestro Tabor, el lugar donde decir “¡qué bien se está aquí!” y donde
reconocemos al Hijo de Dios es la Eucaristía. En ella se nos dice: “Éste es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la
cena del Señor”. Sí, dichosos los que celebramos la Eucaristía, los que
comulgamos, los que la gozamos, los que necesitamos celebrarla cada domingo con
toda la comunidad. Es necesario subir a menudo a “la montaña”, es necesario
celebrar la Eucaristía, es necesario escuchar la Palabra de Dios en el silencio
y la paz de lao ración.
ENTRA EN TU INTERIOR
NO CONFUNDIR A JESÚS CON NADIE
Según el evangelista, Jesús toma consigo a
Pedro, Santiago y Juan, los lleva aparte a una montaña, y allí «se transfigura
delante de ellos». Son los tres discípulos que, al parecer, ofrecen mayor
resistencia a Jesús cuando les habla de su destino doloroso de crucifixión.
Pedro ha intentado incluso quitarle de la
cabeza esas ideas absurdas. Los hermanos Santiago y Juan le andan pidiendo los
primeros puestos en el reino del Mesías. Ante ellos precisamente se
transfigurará Jesús. Lo necesitan más que nadie.
La escena, recreada con diversos recursos
simbólicos, es grandiosa. Jesús se les presenta «revestido» de la gloria del
mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías y Moisés, que según la tradición, han sido
arrebatados a la muerte y viven junto a Dios, aparecen conversando con él. Todo
invita a intuir la condición divina de Jesús, crucificado por sus adversarios,
pero resucitado por Dios.
Pedro reacciona con toda espontaneidad:
«Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías» No ha entendido nada. Por una parte, pone a
Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a Elías y Moisés: a cada uno su
tienda. Por otra parte, se sigue resistiendo a la dureza del camino de Jesús;
lo quiere retener en la gloria del Tabor, lejos de la pasión y la cruz del
Calvario.
Dios mismo le va a corregir de manera solemne:
«Éste es mi Hijo amado». No hay que confundirlo con nadie. «Escuchadle a él»,
incluso cuando os habla de un camino de cruz, que termina en resurrección.
Sólo Jesús irradia luz. Todos los demás,
profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y predicadores, tenemos el
rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesús. Sólo él es el Hijo
amado. Su Palabra es la única que hemos de escuchar. Las demás nos han de
llevar a él.
Y hemos de escucharla también hoy, cuando nos
habla de «cargar la cruz» de estos tiempos. El éxito nos hace daño a los
cristianos. Nos ha llevado incluso a pensar que era posible una Iglesia fiel a
Jesús y a su proyecto del reino, sin conflictos, sin rechazo y sin cruz. Hoy se
nos ofrecen más posibilidades de vivir como cristianos «crucificados». Nos hará
bien. Nos ayudará a recuperar nuestra identidad cristiana.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Pero los
apóstoles bajan de nuevo al llano. Vuelven a la realidad, al mundo. Aún tiene
que llegar la pasión en Jerusalén. Mientras tanto descubren, ya que no acaban
de comprender lo que Jesús le dice sobre la resurrección de los muertos.
A nosotros,
cuando acabamos la misa, se nos dice: “Podéis ir en paz”. Para decirnos que lo
que hemos celebrado, lo que hemos escuchado, vivido y creído lo tenemos que
compartir en nuestra vida cotidiana, lo tenemos que comunicar con sencillez, lo
tenemos que testimoniar con nuestra vida. Y también nos tocarán momentos de
cruz y de pasión, de incomprensión y de duda, pero ya sabemos de quien fiarnos,
y esto nos ayudará a no desfallecer, a no echarnos atrás en el camino de la fe.
ORACIÓN
Señor, da gusto ver a tus tres amigos
en el tabor. ¡Qué pena verlos dormidos en Getsemaní! Pedro te había prometido
que jamás te dejaría, que daría su vida por ti. Y ahí lo tienes dormido. Tú das
en el clavo, porque conoces de qué barro nos hiciste: El espíritu está
dispuesto, pero la carne es débil. ¿Me das valor para estar siempre a tu lado?
Así seré testigo de las maravillas que hay en tu vida, y oiré la voz del Padre.
Este es mi Hijo amado, escuchadlo. Yo no soy muy diferente a Pedro a Santiago o
a Juan, prometo muchas cosas y cumplo pocas, me quedo dormido en los mejores
momentos y me entra miedo, mucho miedo cuando llega la tribulación o la
persecución.
Con tu
Palabra como guía, y con tu Espíritu como fuerza y motor de mi vida, mi
transfiguración en fiel discípulo tuyo está asegurada: es la salvación que tú
ofreces por amor y yo acepto con gratitud.
Expliquemos el Evangelio a
los niños.